“La lucha ya es de todas y vienen más”: alumnas de secundaria y preparatoria resisten para visibilizar violencias machistas en sus espacios escolares

Alumnas de secundaria y preparatoria del colegio privado, Centro de Desarrollo Integral Arboledas (CEDI) en Guadalajara, están organizadas desde hace un año para exigir a las autoridades escolares en sus planteles, la erradicación de las violencias machistas que imperan  en sus aulas y la creación de un protocolo para prevenir, atender y sancionar los casos de hostigamiento y acoso sexual de los que, sus estudiantes han sido víctimas en silencio y, en algunas ocasiones, ante la omisión de sus dueños, directivos y coordinadores de área.

Articuladas en un movimiento que lucha por ellas y por las generaciones que vienen, estas jóvenes feministas que no rebasan los 18 años, tomaron sus escuelas como espacio de expresión el pasado viernes 6 de marzo, en el marco de la jornada de actividades rumbo al Día Internacional de las Mujeres. Vestidas de negro y con sus pañuelos verdes y morados, demostraron que, si la institución no hace algo por ofrecerles condiciones de seguridad y respeto a sus derechos como mujeres, ellas lo harán.

Esta es la historia de cómo lo consiguieron.

Por Dalia Souza / @DalhiaSouza

Fotografías: Estudiantes del CEDI

El Centro de Desarrollo Integral Arboledas o CEDI, por sus siglas, es un colegio privado para la educación primaria, secundaria y preparatoria dentro del Área Metropolitana de Guadalajara. Según relatan sus propias alumnas y lo describe su página web, son sus múltiples certificaciones ante el Consejo Estatal contra las Adicciones en Jalisco (CECAJ), el Sistema Nacional de Bachillerato (SNB) e, incluso, su Certificación de Escuela Verde, las que esconden tras de sí, un contexto de omisión ante la serie de violencias de género que, hasta hace unos meses, se cometían con normalidad en sus pasillos y aulas. 

Chistes, bromas y discursos misóginos tomados a menos; situaciones de acoso justificadas; secretos a voces que, identifican al menos a siete profesores de nivel secundaria y preparatoria como hostigadores; y el reconocimiento de todas estas agresiones dentro de un contexto escolar que prefería minimizar, ocultar o censurar a sus víctimas antes que escuchar sus voces, fue lo que llevó a las estudiantes a organizarse para reclamar a la institución: alto a estas violencias machistas.    

Todo comenzó con las alumnas de secundaria.

Quienes estuvieron ahí, relatan que aquel día durante una clase, las estudiantes comenzaron a discutir sobre los feminicidios y las desapariciones de mujeres en México; el impacto fue tal para todas que “terminaron llorando el día entero de clases”. Según cuentan, sus compañeros comenzaron a burlarse de ellas y aunque en el aula se encontraba un profesor, éste tomó para menos lo que ahí sucedía y les dijo que “no estuvieran exagerando” pues en realidad “sólo se trataba de pánico del internet”.

Molestas le dijeron que él no tenía derecho a opinar porque no era una mujer y no podía entender las violencias que ellas experimentan; el profesor se limitó a decirles que sí podía hacerlo porque tenía una mamá y una hija.

Las alumnas sin decir más abandonaron su clase. Días después, comenzaron a colocar en los muros de su escuela pequeños papeles de colores o post-its con denuncias, poemas y frases que evidenciaban el hartazgo de las situaciones que las violentan todos los días en la escuela, en la calle, en sus casas; a ellas, a sus hermanas, a sus amigas, a sus vecinas, a sus conocidas, a todas. Aquella acción fue apenas el inicio de todo lo que estaba por venir.

A las estudiantes de secundaria, les siguieron las de preparatoria. Las paredes eran sus aliadas en esos días, mientras que el papel y la tinta el vehículo para trasmitir lo que por mucho tiempo habían callado. Sabían que no estaba en contra del reglamento interno expresarse de esa forma, sin embargo, cuando decidieron colocar el poema corto “Búscame en las estrellas” fueron llevadas a la dirección para que los directivos “aprobaran” sus reclamos y les dieran “permiso” de pegarlo en los muros.

Poco a poco el rumor de lo que estaba sucedido llegó a más y más alumnas, quienes reconocieron que para trascender con estas acciones, tenían que comenzar a organizarse, a anclarse como una sola voz.

Luego siguió el tendedero de denuncias.

“¿Has sufrido acoso? No estás sola, cuéntanos: yo te creo” fue el mensaje colocado en las ventanas de uno de los salones de la escuela. Se trataba del reclamo abierto a terminar con la indiferencia y a la vez, un espacio de deshago para quienes decidieron compartir sus historias públicamente:

“Comenzó con una pared y todas las niñas de la prepa comenzaron a escribir las cosas que vivían afuera, que les habían contado, que le pasó a su vecina, que le pasó a ellas, en la escuela; que los directores no hacen nada, incluso, denuncias de acoso en contra de profesores de secundaria y que era un tema público para los alumnos y cuando lo escribieron todos decían es cierto, pero no lo había notado y así empezó todo esto, comenzamos a participar”.

Más de un centenar de pequeños papeles de colores con denuncias fueron puestos uno a uno por las alumnas y junto a ellas los mensajes:

“Los profesores nos acosan”; “Las maestras nos apoyan, los coordinadores no”; “Ningún reglamento dice que no podemos denunciar a los acosadores”; “Entiendan, calladitas no nos vemos más bonitas”; “Quitar nombres es decir que no pasa nada”

Sabiéndose unidas alrededor de un frente común, estaban listas para “seguir haciendo más ruido”. Reconocían que éste, era el momento para evidenciar lo que, por mucho tiempo sus compañeras, generaciones atrás, también habían denunciado sin respuesta. El objetivo ahora era comenzar a construir un nuevo escenario de posibilidades para las que vienen:

“Hemos notado que a lo largo del tiempo lo han dejado pasar. No somos la primera generación que lo hace, hay testimonios de denuncias en redes sociales de profesores y alumnos donde se dice qué autoridades han abordado estos temas con mucha negligencia e insensibilidad. No queremos que se queden así y les pase lo mismo, queremos que ya comiencen a mejorar la prepa y que les toque a todas las que vienen”.

Las hazañas que relatan van desde la toma clandestina de salones para llevar a cabo círculos de escucha y planeación, hasta asambleas, comunicados públicos y reuniones con autoridades escolares donde los acuerdos corrían por su cuenta y de manera colectiva:

“No se trataba de dar pasos para atrás sólo porque estaban siendo amables con nosotras. Se trataba de resolver el problema institucional. Hemos estado esperando tanto tiempo que suceda algo y no queríamos hacerlo más”.

Se corrió el rumor en la escuela de que se había mandado citar a las once de la mañana a algunas alumnas en la dirección para hablar sobre el tendedero. A sabiendas de las estrategias que las autoridades escolares habían empleado hasta ese momento, para intentar fragmentar y disuadir a las estudiantes de sus denuncias y reclamos, acudieron con los directivos para decirles que a esa reunión acudirían todas, y antes, prepararían un documento en colectivo donde establecerían algunos criterios sobre el desarrollo de la junta. Además, les advirtieron que sería a las 11:30 y no a las once como pretendían.

A la reunión llegaron 25 estudiantes.

“Llegamos a la oficina y les dijimos, quieren hablar aquí o vamos a otro lado. Estaban bien sacados de pedo y nos llevaron al salón. Nos dijeron que no era necesario hablar con todas, nosotros les dijimos que éramos todas o ninguna”.

Sentadas en círculo en medio del salón y con una moderadora -que ellas mismas designaron-, establecieron a las autoridades escolares las formas en las que se llevarían a cabo este tipo de reuniones:

“Establecimos que cuando quieran reunirse con nosotras lo haremos, pero las condiciones van a ser que nos avisen con tiempo para tener oportunidad de discutirlo entre nosotras, las respuestas que quieran necesitamos tiempo para dialogarlas entre todas y nos reciben a todas o no los vamos a escuchar”.

Accedieron. Sin embargo, en la reunión, las autoridades escolares insistieron a las alumnas que, aunque “no tenían ningún problema con el muro” sí lo tenían con las acusaciones donde aparecían “nombres”; ya que, consideraban que eso tenía que hacerse “en privado” o, en su defecto, a través de “ciertas formas”.

Las alumnas les dejaron claro que no tenían ningún control sobre éste y que mucho menos intentarían censurar la libertad de expresión que se estaba dando en ese espacio:

“No íbamos a quitar nada y tampoco le íbamos a pedir a las chavas que lo dejaran de poner. La conclusión de esa junta fue que lo único que les inquietaba eran los nombres, que no les molestaba el muro. Su justificación para quitar los nombres era que llegarán a ser falsos, en lugar de atacar el problema: que muchas chavas estaban denunciando cosas que antes nunca habían dicho”.

Las autoridades repetían que existía un “canal” para denunciar; un correo presuntamente diseñado por éstas, luego de que una alumna manifestara haber sido víctima de acoso. A decir de las estudiantes, esta vía institucional nunca fue planteada como un espacio para asuntos de género, incluso, se presentó como un buzón para denunciar situaciones de bullying:

“Dijeron que ya había un canal y que no se trataba de una cacería de brujas para poner los nombres en grandote, que lo que ellos buscaban era que no hubiera confrontación”.

La reunión de esa mañana concluyó con los directivos prometiendo que discutirían sobre lo dialogado.

Una hora después las citaron para escuchar sus propuestas; éstas consistían en dejar el muro intacto y crear un buzón de denuncias, de esta manera las alumnas podían decidir -sin coartar su libertad- la forma en la que querían protestar; sin embargo, la decisión no era negociable, las autoridades les dijeron que el muro se quitaría y que serían ellas quienes se encargarían de removerlo.  Además, convincentemente se les dijo que todas las denuncias “no serían tiradas” sino que, permanecerían en una carpeta dentro un archivero de la dirección.

Frente a la respuesta totalmente arbitraria y sin aparente “salida”, las alumnas decidieron, pedir entonces a las autoridades, una copia del protocolo que estable los procedimientos para actuar como institución frente a los casos que ya se habían denunciado dentro del muro. De acuerdo con las estudiantes, este documento había sido prometido por las autoridades un año antes.

“Así que les dijimos que, así como ellos estaban tomando y pidiendo acciones y decisiones inmediatas, nosotras queríamos saber qué estaba pasando con todos esos procedimientos y protocolos, pues se supone que tenían más de un año trabajando”.

Las jóvenes pidieron verlo el día siguiente, las autoridades pospusieron la entrega a una semana, advirtiendo que sólo sería un borrador:

“Obviamente se lo echaron de la noche a la mañana. Ese protocolo lo pedimos porque su propuesta era que no iban a tirar las denuncias del muro, que lo iban a pegar en un papel y lo iban a tener en sus oficinas en un cajón”.

También, les dijeron que no serían ellas quienes quitarían el espacio, sino ellos, frente a la mirada de todos los alumnos durante el receso:

“Cuando llegó la mañana del día siguiente a la reunión, la respuesta a quitar el muro fue que ellos mismos lo iban a quitar en receso cuando todo el mundo los viera.  Inmediatamente después de quitar el muro pusimos los carteles para invitar a poner propuestas, casos de violencias de género has experimentado, invitar al buzón en el baño y a poner arte”.

La iniciativa después del muro buscaba que aquellas y aquellos que habían decidido exponer sus casos, ahora realizaran sugerencias respecto a las necesidades que tuviesen sobre el tema dentro de la escuela; mismas que, señalan las alumnas, ya habían sido planteadas de manera formal a las autoridades, ejemplo de ello: las clases de género y de concientización sobre las violencias.

Nunca más solas, nunca más aisladas, nunca más silenciadas: el levantamiento estudiantil feminista

En el marco de las protestas feministas en el país y de frente a los contextos escolares que por años habían ocultado tras de sí las violencias de género cometidas todos los días dentro de sus aulas y planteles, el levantamiento de las voces de miles de estudiantes fue más lógico que esperado. Articuladas, distintas alumnas de escuelas públicas y privadas comenzaron a hacer sus propios aquelarres. Los muros de denuncias y las dinámicas del círculo de reflexión durante los recesos fueron el inicio del levantamiento feminista estudiantil.

Inspiradas por todos los movimientos de resistencia de mujeres en el estado y organizadas entre sí con otros planteles y colegios privados, estas jóvenes planearon realizar una acción histórica dentro de su escuela, para que nunca nadie les pudiese olvidar.

Era 6 de marzo, ya tenía más de una semana planeando cómo lo harían. Llegaron vestidas de negro y así tomaron sus clases; algunas telas y listones color verde y morado se convirtieron en estandartes de la lucha que les amparaba.

Como parte de la acción, convirtieron el segundo piso del plantel en un tendedero de reclamos y exigencias: “Vivas nos queremos”, “Disculpen las molestias no están matando”, “Mi ropa no es el problema”, “Con ropa, sin ropa, mi cuerpo no se toca” podía leerse en los carteles; mientras que, el muro de “los campeones” -niños en su mayoría que han resultado ganadores en concursos de matemáticas y robótica- fue remplazado por una lona que advertía: “Hoy no nos escuchamos todas porque desde la tumba no podemos gritar”.

Cuando sonó el timbre del recreo, corrieron al pabellón del área de secundaria donde ya les esperaban las generaciones más jóvenes para formar un frente común. Y así comenzaron. Se reunieron en círculo para llevar a cabo un performance al que nombraron “Yo, nunca, nunca: he sido una mujer en un mundo machista”; el popular drinking game habría cobrado para ellas y para quienes lo vivieron, otro sentido.

Una frente a la otra comenzaron a leer las 20 oraciones que redactaron bajo el mismo reclamo:

Yo nunca, nunca me he sentido acosada en la escuela…

Yo nunca, nunca he tenido miedo a denunciar porque era una autoridad o de mi familia…

Yo nunca, nunca he tenido miedo de decirle directivos del CEDI lo que me pasa…

En lugar de beber un trago -como dictan las reglas del juego-, las jóvenes iban bajando una parte de su cuerpo para evidenciar lo que, por años, quizá, habían callado: primero una mano, luego la otra, luego la cabeza, luego ya estaban de rodillas y antes de llegar a la oración número diez todas estaban tiradas en el piso representado las muertas que podrían ser.

Tiradas en el suelo como una metáfora del escenario presente y futuro posible, comenzaron a leer poemas y a compartir con las alumnas algunos datos duros sobre el contexto de violencia feminicida que enfrentan las mujeres en el país.

Mientras tanto, los estudiantes de secundaria seguían disfrutando de su tiempo de descanso y otros más, desconcertados, pedían pañuelos o preguntaban si eso que estaban haciendo las jóvenes era una especie de rito donde “quemarían niños”:

“Unos niños que llegaron y me preguntaron que si podía tener una pañoleta morada, le dije que era para niñas, pero que podía ir a escuchar: me dijo ¡Van a quemar niños! Le dije no, compa, pues ve y escucha y ahí se quedó”

Ante la incertidumbre demostrada, hubo a quienes se les invitó a sumarse a observar la acción de protesta, y lo hicieron. De aquí, expresan las alumnas, la urgente necesidad de generar en los espacios escolares, clases o talleres que le permitan a las nuevas generaciones de hombres, construir nuevas masculinidades, que les ayuden a reflexionar sobre sus conductas, sobre sus estereotipos de género y todas aquellas prácticas socio-culturales que por años han regido las relaciones entre hombres y mujeres.

Sonó el timbre que anunciaba el término del receso en secundaria y las alumnas más jóvenes regresaron a clases, mientras, las más grandes -quienes aún tenían media hora de descanso- continuaron con la actividad en el área de preparatoria. En medio del “coliseo” -un auditorio al aire libre con estilo griego dentro del plantel-, comenzaron a leer todas las denuncias que habían sido colocadas en el muro y que después fueron llevadas a un cajón de la oficina de dirección. Si bien, las autoridades escolares condicionaron “el préstamo de las denuncias” advirtiéndoles que no se permitiría leer nombres, las jóvenes reconocen que el mensaje que emitieron hacia ellos fue muy claro: “no olvidamos y si no hacen algo, nosotras lo vamos a hacer”.

La esperanza aguarda para todas las que vienen

Con las expectativas puestas en quienes integran la mesa directiva del colegio, hombres y mujeres de “rostros ocultos”, señalan las estudiantes, que sólo se pasean por los pasillos del plantel para observar lo que hace el alumnado y sancionar si algo les parece “fuera de lo correcto”, vigilarán que lo ganado hasta hoy continúe para ellas y para quienes están por venir.

Aunque, reconocen que ha habido un avance, pues finalmente, han forzado a la autoridad escolar a presentarles un documento -aún borrador- del un protocolo para prevenir, atender y sancionar los casos de hostigamiento y acoso sexual dentro del colegio, así como, a llevar a cabo pláticas de concientización del tema con las y los estudiantes, consideran que en términos de lo educativo aún hace falta mucho.

La clave, señalan, está en el reconocimiento de la problemática dentro de la institución y, con ello, el diseño de una respuesta colectiva que sea capaz de articular a cada miembro de la comunidad escolar: dueños, directivos, profesores y estudiantes para reaccionar ante lo que estas jóvenes han puesto en evidencia:

“Estas personas sin cara de las que hablamos lo que tenemos de ellas es que lleguen a la escuela si estás haciendo algo te mandan a alguien más a regañarte. Creo que me quedo con la incertidumbre, ya no tengo miedo, porque estamos juntas. Para mí es un qué sigue, qué más, cómo respondemos a esto. Creo que nosotras hemos encontrado formas de protegernos y ver en qué posición nos va a dejar para que nuestro movimiento funcione. No se trata de despedir a personas, se trata de que como comunidad estemos preparados para atender y solucionar estas situaciones”.

De la misma forma, advierten, en poco tiempo, han atestiguado lo que sus acciones han comenzado a generar en sus compañeros de escuela; y es que, aseguran, han conseguido hacerlos conscientes de lo que quizá desconocían: las situaciones que día a día enfrentan las mujeres sólo por ser mujeres en un “mundo de hombres” y el poder colectivo que tienen. Probablemente fue el muro de denuncias o la invitación a quedarse a observar mientras ellas se apropiaban del espacio común con sus voces y consignas, no lo saben, sin embargo, están seguras de que ellos jamás olvidarán que las mujeres organizadas bajo un mismo ideal, son capaces de transformar lo que tocan, incluso, de tomar su recreo y convertirlo en una manifestación feminista:

“Hay muchos niños que no estaban conscientes de lo que las niñas viven día a día, creo que fue por los post- its;creo que ya entienden el poder que tienen las mujeres, de que hay demasiadas y que si todas tienen el mismo ideal te quitan todo: tu recreo, básicamente, que para ellos es el mundo… Siento que la enseñanza que ellos se llevaron es: “si siguen con estas prácticas misóginas, machistas, de discriminación, de violencia, tenemos el poder para quitarles algo importante para ellos”.

Juntas, organizadas y esperanzadas, aseguran que, “ya no hay vuelta de hoja”, ni para sus compañeros hombres, ni para las autoridades educativas:

“Ahora ellos son los que están con esa preocupación de qué se va a hacer, ya no hay vuelta de hoja. Los tenemos acorralados, ya todas estamos en un mismo plano, ya todas sabemos qué queremos y entre todas nos comunicamos. Ya no nos guardamos nada y entre nosotras nos cuidamos y ellos lo saben”.

Porque además de la catarsis que implicó llegar hasta este momento y reconocer con ello, el dolor que por muchos años habían guardado, saben que la lucha por la que hoy resisten es de todas y aún vienen más, para que ninguna otra estudiante, ninguna otra niña, ninguna otra joven, adolescente o mujer, sea acosada, hostigada, violentada o discriminada dentro de éste u otro plantel escolar:

“Me siento tan esperanzada, es impresionante, me da mucha esperanza ver que la lucha ya es de todas y vienen más. Ya nos sentimos seguras, sabemos que va haber 100 niñas dispuestas a hacer algo por ti”, finalizaron.

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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