Hospital COVID-19: La calma antes de la tormenta

A más de dos meses de la primera detección de coronavirus en México; los distintos gobiernos han reaccionado de múltiples maneras para intentar controlar los casos de contagio y el sobrecupo en hospitales como consecuencia de la pandemia causada por el virus SRASCoV-2.

Las medidas han incluido el aislamiento en casa, la cancelación de vuelos y el cierre de establecimientos, así como de fronteras también incluyen cambios en la vida dentro de los centros de salud en el país.

Esta crónica se construyó desde uno de los hospitales más grandes a nivel nacional; lo que buscamos es reflejar desde este pequeño universo, la perspectiva oficial ante las medidas para cuidar la salud de las y los ciudadanos; en específico, sobre algunos de los más vulnerables: los pacientes con cáncer.

Texto y fotografías por Alejandra Castellanos /@mynameisjany /@HsddWYmwTjqs7RF 

Desde que el 28 de febrero que se detectó el primer caso de COVID-19 en México, todo ha cambiado.

Llevamos semanas en aislamiento/distanciamiento social o cuarentena, no importa la etiqueta, lo cierto es que nuestra vida social se ha limitado para intentar mitigar la curva de contagios que, hasta el 25 de abril, ha sumado 282 casos positivos, 776 sospechosos, 3 mil 915 negativos y 25 decesos por COVID-19 en el estado.

Este es un recuento de mis días dentro de uno de los hospitales COVID-19 en Guadalajara, Jalisco. Esta historia comenzó a escribirse 11 días después de haberse confirmado el primer deceso por COVID-19 en el estado, enfermedad causada por el virus SRAS-CoV-2, mejor conocido como coronavirus.

En la entrada de urgencias del hospital COVID-19 me espera mi contacto, un médico que ha pedido resguardemos su identidad. Éste sube a mi transporte y me acompaña a estacionarle en uno de los lugares de empleados del nosocomio.

Bajamos y sobre el uniforme quirúrgico que llevo puesto, una bata blanca, está bordado el logotipo del IMSS en uno de los costados del brazo. El hospital es un lugar viejo, así lo delata la arquitectura del edificio que contrasta con la sensación de alivio que dan los árboles le rodean.

El médico me ofrece un cigarrillo y se lo acepto.

Este primer día, lo que hicimos fue reconocer el lugar para comprender cómo estará funcionando la atención a todos aquellos que den positivo de COVID-19. 

Estoy manejando sobre Avenida López Mateos, a punto de llegar a la glorieta de la Minerva (icono de la ciudad), y a lo lejos veo a una persona apuntando el objetivo de su cámara a la diosa romana, han intervenido su rostro de bronce con cubrebocas que a manera de cartel contiene la frase: “Salva lo que amas” y una pequeña bandera de México dibujada a un costado.

Me toca el alto, bajo el vidrio y tomo varias fotografías con mi celular. La luz se pone en verde y continúo mi viaje al al hospital COVID-19.

Al llegar, mi contacto y yo caminamos hasta la entrada de empleados, pasamos sin ningún tipo de protocolo más que limpiarnos con el gel antibacterial que nos ofreció el vigilante.

“Acompáñame a urgencias, tengo que ver a un paciente”, dice.

Entramos por un pasillo a la sala principal de urgencias y me golpea en la nariz el olor antiséptico del hospital; la sala de urgencias resalta por estar casi vacía: tan sólo hay 11 pacientes cuando usualmente está a reventar; le comento esto al médico y éste me responde que el hospital lleva así de vacío desde hace una semana y media.

Abre su maleta, saca de ésta un sobre de papel que contiene un cubrebocas N95 que trajo de casa y se lo coloca. Se separa de donde estoy y llega a una camilla donde se encuentra un hombre con mal semblante de más o menos unos 40 años, está rodeado de varios médicas y médicos especialistas.

Con su cubrebocas bien puesto, el médico analiza una tomografía y como especialista da su opinión sobre ellos. Vuelve conmigo.

Caminamos de regreso al pasillo principal del primer piso, bajo mi mirada y sobre el azulejo veo señalética ya adaptada: flechas rojas y una ruta trazada para personas confirmadas o sospechosas de COVID-19 que sirven de guía para llegar a una serie de tres elevadores y nos detenemos frente, él me explica que el de la derecha ha sido adaptado para uso exclusivo de pacientes de COVID-19, al fijarme veo un letrero color rojo colocado a un lado de la entrada. Se abren sus puertas y adentro nos espera el personal de enfermería.

El doctor con firmeza me advierte: “No toques nada”.

Llegamos a nuestro destino, una piso que brilla por la ausencia de personas y donde destacan habitaciones vacías con los colchones levantados, son las camas que esperan se llenen de pacientes de COVID-19 en las próximas semanas.

COVID-19 en las próximas semanas

En este día, sólo vemos a dos enfermeras caminando por los pasillos.

Al final de un pasillo, al marco de una puerta establece el límite para poder entrar sin traje protector a la zona de aislamiento para ingresos confirmados de COVID-19, es una zona que normalmente se usa para tratar a pacientes de transplante y se ha adaptado para evitar más contagios del virus.

Triage es un término francés que se usa en la medicina para clasificar a los pacientes de acuerdo con la urgencia y gravedad de la atención que necesitan; debido a la pandemia los hospitales han adaptado un triage respiratorio para personas con sintomatología sospechosa de COVID-19 contando con entradas y rutas diferentes a las usuales del área de urgencias para disminuir el riesgo de contagio y el tiempo de espera.

Para llegar ahí se ingresa por el pasillo marcado con señalética; al final nos topamos con un área de consulta improvisada con personal que atiende con el equipo básico: cubrebocas, googles y guantes. Solamente hay una persona esperando a entrar.

En el piso trece encontramos las especialidades de oncología, hematología y neurocirugía. Nos interesa porque aquí se trata a pacientes que reciben tratamientos como: radiaciones y quimioterapias, por lo que muchas veces su sistema inmune se debilita y son ingresados con aislamiento protector.

Es por estas habitaciones aisladas que se escogió esta planta para tratar casos probables de COVID-19 en lo que salen los resultados de las pruebas para confirmar su diagnóstico (tres días generalmente).

Por estas habitaciones aisladas es que se escogió el piso 13 como el indicado para tratar a casos probables de COVID-19, esto mientras salen los resultados de las pruebas para confirmar el diagnóstico (tres días generalmente).

Entramos a una oficina, el médico me ofrece un café. Después sale a calentar su comida y yo me asomo por el balcón: el cielo está despejado, hace calor y se siente “encerrado” el lugar. El médico regresa con una lonchera y saca su comida, se sienta frente a un computador e ingresa sus datos.

El hospital ese día estaba a un 40% de capacidad, hay solamente 11 personas en la sala de urgencias y ninguna es caso probable del virus, pero hay varias personas en el lugar que comentan sobre un incidente que pasó hace unos días:

“un paciente ingresado en ese piso fue atendido por varios médicos del equipo sin la protección indicada y a la hora de realizarle radiografías encontraron daño pulmonar, signo de posibles consecuencias del dichoso COVID-19, por lo que un tercio del equipo de esa especialidad se mantuvo en aislamiento desde casa en lo que salían los resultados para confirmar el diagnóstico del paciente.

En el transcurso de la investigación, las pruebas reflejaron un resultado negativo, por lo que el personal médico regresó a labores a los tres días, pero en caso de que este ingresado hubiese dado positivo sólo los médicos con sintomatología hubiesen sido candidatos a tomar los exámenes.

Recalcaron la ineficiencia de la medida porque si uno resultaba asintomático fácilmente se volvería un foco de contagio para el resto del personal. Lo bueno fue que esto no sucedió.

Dejo la computadora y pongo atención en el ambiente del hospital. Todo normal, está calmado. Después recorremos el pasillo general, el lugar estaría totalmente sólo de no ser por las enfermeras que están ofreciéndonos café o té que sobraron, acepté un té tibio y lo terminé en dos tragos.

Nos detenemos en frente de una serie de habitaciones con las puertas abiertas: “en éstas son en donde se ingresan a los probables casos en lo que salen los resultados”, me indicó el médico. En los marcos verdes de las puertas de esas habitaciones se encuentra una señalética que especifica lo que él me acaba de comentar.

Este es el segundo día que vengo al hospital con un objetivo en específico: entrevistar a personas que son ingresadas para recibir tratamientos como quimio terapias y radiaciones porque creo que seguir el progreso de los pacientes que pertenecen a un grupo muy vulnerable ante el coronavirus puede dejar ver los problemas que tiene el sistema de salud pública desde antes de la pandemia.

Ejemplos de esto son la escases de medicamentos, la existencia de medicamento que ya ha llegado contaminado, la falta suministros de sangre y plaquetas o que las mezclas para pacientes de quimioterapias lleguen con un tiempo de caducidad menor al de su dosificación, lo que ocasiona que los tratamientos ni siquiera se den completos.

La hipótesis que tenía al comenzar esta crónica es que estos pacientes inmunodeprimidos verían acentuados sus síntomas debido a la situación con la pandemia; sin embargo, estas problemáticas no se acentuaron, pero sí se han tenido que tomar muchas decisiones difíciles por parte del personal médico: darles a sus pacientes el tratamiento correspondiente y hacerlos mucho más vulnerables a posibles complicaciones (graves) por contagio de coronavirus y desarrollo de COVID-19, o no darles su tratamiento y entrar a fase de vigilancia de la enfermedad.

Hasta esta fecha los pacientes que tienen tratamiento de quimioterapia de mantenimiento se están tratando en sus casas y los de quimioterapia subsecuente son los que se han continuado con quimioterapia ambulatoria o, en su debido caso, siguen siendo hospitalizados. Otra de las cosas que ha cambiado es que estos pacientes son aislados sin acceso a visitas: solamente pueden ser atendidos por una enfermera o enfermero, un médico de base y el residente de mayor jerarquía en turno.

Los tratamientos para cáncer también cambiaron por la pandemia; si este tipo de pacientes no son atendidos en lapsos de entre un mes y quince días pueden tener riesgo alto de mortalidad.

Aquí algunas de sus descripciones:

21 años, linfoma; cáncer no agresivo, pero como no ha respondido a tres líneas de quimioterapia, cumple los requisitos para que sea un paciente refractario (que no responde)

41 años, linfoma; es un cáncer agresivo es por esto que desde la primera línea es hospitalizada.

57 años, paciente con cáncer (leucemia).

Esta última descripción corresponde al paciente del incidente con los médicos que fueron aislados, él es quien tenía daño pulmonar generado por un cáncer en la sangre, le habían iniciado tratamiento, pero la “nueva guía de quimioterapia en tiempos de coronavirus” cambió su esquema, ya que ahora recomiendan darle uno más parecido al de pacientes con mantenimiento, esto por la leucemia linfoblástica que tiene.

Si hubiera sido tratado de manera regular, se hubiera deprimido su sistema inmune, lo que genera la necesidad transfusiones de sangre, plaquetas y plasma; las cuales podrían escasear como consecuencia de la pandemia.

Un médico también me comenta que en el piso tenían dos pacientes nuevos: dos mujeres con leucemia linfoblástica aguda; ambas con tratamiento ya adaptado.

Precisó, además, que han estado llegando más pacientes de leucemia; en general, hay un caso por mes y en lo que va de éste han llegado tres nuevos. De acuerdo al médico, esto puede ser porque en los otros hospitales están asustados y están derivándoles a más pacientes.

Conformen pasan los días, las medidas de seguridad para ingresar al hospital han cambiando; ahora el uso de gafete es obligatorio, también la toma de temperatura; mi contacto me dice que esta medida en realidad no funciona, pero se hace para tranquilizar a pacientes y al personal médico por lo que ésta ahora es un filtro que gasta tiempo, dinero y recurso humano.

Se sigue manteniendo el uso de gel antibacterial y ahora por elevador sólo pueden subir ocho personas viendo siempre hacia a la pared del elevador; también se ha implementado el trabajo por guardias, incluyendo: que los residentes no vayan en la mañana a menos de que sea su turno, esto para no exponer demasiado a las personas que trabajan en el nosocomio; esta medida ya había sido adaptada por iniciativa propia de varios equipos de especialidad, pero hasta ahora se hizo obligatoria.

El triage respiratorio sigue igual en el mismo lugar.

“Ya se hace aburrido, no me encuentro a mis amigos y en las mañanas el trabajo es más pesado porque el trabajo que se hacía con nueve personas ahora se hace con dos; pero ahorita como casi no hay ingresados no es tan pesado”

A la par de su sentir, agrega:

“Yo dejé mi servicio con cuatro pacientes ingresados, es muy poco, nuestro promedio es de doce o veinte, lo mínimo en general son unos ocho. Me impresionó que ni siquiera está como en navidad o año nuevo, que es cuando damos de alta a todos los que podemos; la navidad pasada tuvimos siete ingresados y son pocos, es un punto de comparación porque es lo más bajo del año”, esto lo dice haciendo referencia a los cuatro ingresados que hay en onco-hematología este mes.

La llegada de la Guardia Nacional al hospital se le comunicó de manera interna al personal de salud con muchos días de antelación, pero el médico que nos ha dejado conocer por dentro cómo es la atención para el COVID-19 en Guadalajara, no fue avisado y se enteró hasta que llegó al hospital alrededor de las tres de la tarde; ahora los uniformados sólo están en la periferias y áreas comunes del nosocomio.

“La vida sigue, todo normal, no interactúamos con nadie más que con nosotros mismos. Todo sigue normal”, comentó mi contacto.

“He estado encerrado tanto tiempo que cuando tengo que salir a hacer cosas pequeñas como ir al Oxxo, me arreglo para aprovechar que me vean, me falta la atención, no hay nadie que me diga guapo en mi casa”, se ríe, mientras confiesa que para él los elementos de la Guardia Nacional sólo están ahí para intimidar.

En estos días inició la conversión hospitalaria para que ahora sí el hospital sea uno de tipo COVID-19, lo que supone que el 100% de su capacidad será sólo para atender la enfermedad, pero los directivos tomaron la decisión de hacerlo sólo al 80% justificándose con los pacientes críticos de especialidades como: radio-oncología, hematología, oncología y neurocirugía.

¿Qué le pasa al resto de los pacientes?, pregunto.

Se están derivando en clínicas de segundo y tercer nivel, contesta el médico.

¿Por qué los pacientes críticos son los que se quedan?, vuelvo a cuestionar.

Porque esta clínica tiene servicios de tercer nivel y es donde se pueden tratar, me responde.

“Cuando tuve la oportunidad de entrar al área de atención a pacientes de COVID-19, no tuve más que aceptar que no quería entrar allí porque había leído la historia clínica de la paciente con linfoma de bajo grado que podía transformarse a uno muy agresivo, pero como se. negaba al tratamiento le terminarían derivando a una clínica de segundo nivel”, me confiesa el médico. 

A la paciente le dieron tratamiento en el 2018 con respuesta completa, hace un mes y un día empezó con datos de que le regresó el linfoma (era linfoma pulmonar). Se negó a recibir estudios y tratamientos, y acudió a este hospital con cuadro de infección de vías respiratorias bajas, posible cuadro de COVID-19. 

Mi contacto fue llamado debido a que se necesitaba consejo desde su especialidad para realizar el diagnóstico a la paciente, recalca que él “no quería entrar porque le daba miedo, de todos modos la iban a derivar”

Me cuenta que que cuando fue a checar a esta persona en la zona de aislamiento, la encargada del suministro médico necesario no estaba en su puesto por lo que la jefa de enfermeras fue quien les abrió el lugar y entregó su traje protector, googles y el cubrebocas KN95 ; los guantes y las botas las tuvo que conseguir él.

“Tenía todo mi equipo y llegué con la médico de base. Ella me dijo que ella que se metía con la paciente en mi lugar porque yo fumo tabaco y esto me hace vulnerable, pero la verdad es que ya me sentía muy emocionado por entrar, la paciente ya estaba descartada de COVID-19 y estaba sola en esa área; por eso lo hice como una práctica educativa”.

Al entrar narra que:

“Estaban tres cuartos adaptados, vi que había dentro dos enfermeras y una médica; para ellas la situación es triste y complicada porque, a pesar del riesgo, todo el tiempo permanecen ahí para monitorear la atención y el equipo médico”.

Mencionó que el equipo protector es muy incómodo porque no se puede ver para abajo con los googles, además de que la visión es complicada porque se empañan, generan dolor porque calan al contacto con la piel e impiden ver en periferia; señaló que el traje protector se quita en la misma área donde se coloca para evitar cualquier tipo de riesgo y contagio. 

“Fue bastante difícil quitarme el equipo porque lo tuve que hacer yo solo. Esto es el porqué de que quise hacer este ensayo, para ver en que me podía equivocar. Después me lavé las manos y eso fue todo”, concluyó.

El total de camas en urgencias de COVID-19, en ese momento, era de tres con su respectivo aislamiento.

La calma que durante esa semana se narró en esta crónica ha comenzado a diluirse en el hospital, ya que a la publicación de este trabajo en Jalisco existen 282 casos positivos y 25 lamentables defunciones por COVID-19.

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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