Comer para recordar

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo 

A Juan Octavio le gustan los huevos cocidos: en una cazuela se pone a calentar agua hasta que hierva, luego se agregan los huevos y se les deja flotar durante 10 minutos; luego se retiran del agua, se les quita el cascarón y se sirven con sal y limón. Por otra parte, a Brian Javier le gustan las tortillas de harina con queso, pero las tortillas de harina de verdad, esas que se amasan con harina, manteca y azúcar, se pasan por el comal para que se cuezan y luego sirven para envolver una buena porción de queso de rancho. A Roberto le gusta el pozole, a Marian Gisele el ceviche, a Juan Francisco el flan y a Eduardo la carne en su jugo. Pero no les gusta comer en cualquier parte: les gusta comer en su casa, en la mesa familiar, donde alguien ha vertido en sartenes, ollas y comales no sólo los ingredientes, sino también el corazón, el cariño, el cuidado por ofrecer un buen plato de comida casera, esa que llena el espíritu y puede trasladarnos con solo un aroma, un color o una cucharada a los rincones más entrañables de la memoria.

Sin embargo, desde hace años para las familias de Juan, Brian, Roberto, Marian, Juan Francisco, Eduardo y miles de personas más, el ritual de sentarse a comer estos platillos se ha vuelto un doloroso recordatorio de que hace años ninguno de ellos se sienta a la mesa a degustar sus platillos favoritos. Todos ellos forman parte de una lista que enumera los nombres de una tragedia que atraviesa todo el territorio nacional con el cobijo —a veces negligente, a veces omiso, a veces abiertamente cómplice —de las autoridades: la lista de personas desaparecidas.

Recetario para la memoria es un proyecto de Las Rastreadoras de El Fuerte, colectivo de búsqueda de personas desaparecidas que nació en Sinaloa y que está integrado en su mayoría por las madres de las y los desaparecidos. Ellas, como muchos otros grupos en Jalisco, en Veracruz, en todo el país, se hartaron de la insensibilidad de las autoridades y decidieron poner manos a la obra. Cansadas de buscar en las morgues y en el Servicio Médico Forense (Semefo), hartas de ver la indolencia de los ministerios públicos, de escuchar la labia de los políticos, de sentir en carne propia la apatía de la sociedad, se armaron de las herramientas que encontraron a la mano y se fueron al monte a buscar a sus tesoros: sus hijas, sus hijos, sus hermanos; sus parejas, sus tíos, sus parientes. Sus familias.

Pero la búsqueda tiene costos anímicos, emocionales y, por supuesto, económicos. De ahí surgió el Recetario para la memoria, un proyecto que busca colectar fondos para que las madres puedan continuar sus trabajos pero, sobre todo y más importante, conservar viva la memoria de sus seres queridos a partir de un acto tan cotidiano como lo es cocinar y comer. O desayunar o cenar: sentarse a la mesa a poner en común la jornada, los afanes, los dolores, las alegrías. La vida, vamos.

Por eso este Recetario es un proyecto tan doloroso como precioso y necesario: porque en sus páginas uno se siente invitado a la mesa, a compartir la comida, a formar parte de una tradición familiar que, lamentablemente, está incompleta porque falta uno de sus protagonistas: el ser querido que hacía especial este platillo y aquel guiso. En las páginas no hay recetas elaboradísimas ni ingredientes complicados: cada receta está marcada por la cotidianidad. Son platillos armados con ingredientes que es posible encontrar en cualquier casa, porque eran los platillos que alimentaban el día a día de las familias, de las personas, de los que viven en la incertidumbre y que ahora encuentran un vacío donde antes había placer para el paladar y el corazón.

El volumen incluye textos de Constanza Posadas Certucha, Daniela Rea, María de Vecchi Gerli y el colectivo Las Rastreadoras de El Fuerte, en los que se reflexiona sobre la búsqueda, la mesa, la ausencia y la memoria. Para seguir con el argot, estos textos condimentan las recetas recordándonos cada tanto por qué estamos sumergidos en las páginas y por qué al preparar cualquiera de estos platillos formamos parte de una tradición y de una ausencia. Además de colaborar con un texto, Zahara Gómez Lucini también presenta una serie de fotografías que nos mandan de la intimidad de la cocina a la inmensidad del campo abierto, para recordarnos que en casa se nutre el cuerpo pero que la búsqueda está allá, en el monte, bajo tierra. 

En un país donde las personas le dan la espalda a las familias de las víctimas hasta que la tragedia les toca; donde los políticos voltean a ver a las familias para captar sus votos y luego se muestran apáticos, indiferentes e indolentes; donde el presidente prefiere cuidar “la investidura presidencial” y negarse a recibirles, el Recetario para la memoria adquiere una dimensión invaluable porque nos recuerda que nos toca a nosotros apoyar a las familias, acogerlas, acompañarlas y darles la mano.

Y no vamos con el estómago vacío: las recetas están ahí, para alimentarnos el cuerpo y la memoria en la búsqueda de justicia. ¿Lo quieren? Denle clic a este enlace y pasen por su ejemplar.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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