Una anécdota ¿en clave política?

Todo es lo que parece

Por Igor Israel González Aguirre  / @i_gonzaleza

 

Hoy quiero hablarte en clave política. Pero ya nos habita el ánimo festivo (aún en este aislamiento eterno) y quiero hacerlo de manera tangencial, casi como una adivinanza o un guiño, para ver si sabes de quién o quiénes hablo. 

Así que con eso en mente te voy a platicar una versión parafraseada de una “anécdota” que cuenta recurrentemente uno de mis filósofos favoritos. Desde luego, tú que me conoces sabes que me refiero a Slavoj Žižek. La anécdota en cuestión va más o menos así: imagina que es la mañana de un domingo de esos sabrosos en los que no quieres sino disfrutar tu día a tope. Ahora imagina a un niño de no más de siete años que tiene sus planes dominicales listos. Pero su padre piensa distinto y quiere que el peque lo acompañe a visitar a la abuela. Imagina además que el papá es de corte tradicional y suele ejercer su poder a toda costa, nomás porque puede. Autoritario, pues. 

¿Cómo crees que sería un diálogo entre el niño y su padre? Yo pienso que sería más o menos así: “No me importa si tienes ganas de acompañarme, o no. Vas a visitar a tu abuela porque es tu obligación y además porque lo digo yo.  Así que vas a ir, te vas a portar bien, y punto”. 

Por supuesto, una paternidad de esta naturaleza te puede parecer deleznable o adecuada; familiar o ajena; necesaria o caduca. Tú sabrás. Todo depende de cómo te haya ido en la feria de la infancia. Lo que es cierto es que así como está planteado, el mandato paterno de este padre imaginario es frontal y evidencia la manera en que está estructurada esa relación (de poder). No hay dobleces ni medias tintas. Vas o vas. 

Más aún, la claridad de la orden paterna es tal que incluso abre la posibilidad de que el chamaco se rebele y desobedezca (aunque lo más probable es que se lo lleven a rastras hasta casa de la abuela y el berrinche se le acabe en cuanto le dé el primer mordisco a las galletas caseras de chispas de chocolate que preparó la abuela solo para él). 

Hasta aquí hay poco que decir: tanto el niño como el padre cumplen su papel de amo y de subordinado en torno al ejercicio de la autoridad y la distribución del poder. Así solía ser el mundo antes de que la política fuera el afán mediático en el que se ha convertido ahora. Mucha forma y poco fondo. 

Ah, pero espera. Antes de que me malinterpretes déjame te aclaro que con esto no digo que el priíato o el panzazo hayan sido regímenes mejores que los que tenemos ahora. De ningún modo. De ninguno. 

Continuemos. La siguiente pregunta que hay que plantear es: ¿cómo sería el diálogo si la figura paterna imaginaria de la que te hablo dice que detesta el autoritarismo y más bien tiende a ser un papá “(pos)moderno”, de esos que se presentan como flexibles y comprensivos, horizontales y democráticos? Seguro éste diría algo así: “Mira, hijo. Yo sé lo mucho que amas a tu abuela y también sabes que ella te adora. Hoy es domingo y nos toca visitarla. Pero no quiero obligarte a que me acompañes. Vas a ir si y sólo si decides hacerlo libremente y sin ningún tipo de coerción”.  

Lúcidos como pocos; inteligentes a más no poder, las y los niños saben que detrás de la aparente libertad de elección planteada por el padre buenaondita está agazapado un mandato todavía más riguroso e inflexible: “no solo vas a visitar a tu abuela. Además vas a disfrutarlo”. Este segundo mandato es más profundo y poderoso puesto que no sólo dicta qué es lo que tienes que hacer.  ¡También te señala cómo debes sentirte al respecto! Nada más y nada menos. 

Como seguro ya te diste cuenta, lo que hay detrás de esta especie de paradigma que dibuja a una autoridad (pos)moderna más o menos permisiva es el rostro del totalitarismo más efectivo, es decir, aquel que seduce, coloniza el pensamiento y nubla la capacidad crítica. La versión convencional de lo autoritario (al que simplemente te resistes o ignoras por fantoche) solía gritar: “¡No me importa lo que pienses! ¡Lo haces y ya!”. Y ya tú te atenías a las consecuencias. 

En cambio, hoy la para ejercer el poder sobre ti las figuras de autoridad  tienden a decirte en tono amable e invitante (o regañón, pero apelando a tu libertad de elección): 

“Mira, yo sé precisamente qué es lo que deseas y lo que te conviene. Es más, lo sé mejor que tú mismo. No le des vueltas. No disientas. Tú coopera. Por supuesto, no te voy a obligar a que hagas algo que no quieres hacer. Al contrario, al ‘invitarte’ a obedecer mis órdenes no te fuerzo, sino que te estoy ayudando a que hagas lo que realmente deseas hacer (ajá, eso que todavía no sabes que deseas pero que deseas fervientemente)”. 

Y ni siquiera me das las gracias… 

P.D.: Quisiera decir ¡felices fiestas! Pero dadas las circunstancias, no me queda más que decir: ¡por favor cuídense!

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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