“Nosotras también podemos”: sembradoras del cempasúchil

En Doxey, Hidalgo, doña Genoveva trabaja arduamente cortando la flor que fue cultivada con semilla mexicana.

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El machismo, la inexperiencia, el cambio climático, las plagas, entre otros factores, fueron grandes retos a los que se tuvieron que enfrentar dos mujeres, amas de casa, madre e hija, para sembrar flores. 

Texto y Fotos: Isabel Briseño / Pie de Página

DOXEY, HIDALGO.- Cuenta la leyenda que dentro del cerro del Xicuco existen cuevas que seducen a los más ambiciosos; mas quienes entran nunca salen.

Doña Geno tiene 50 años, y sus antepasados, según dice, le contaron que a unos músicos que regresaban de tocar en una fiesta de madrugada se les atravesó un charro a caballo que les pidió que fueran a tocar a su hacienda, con la promesa de pagarles muchísimo dinero.

“Agarraron camino pa’ el cerro, y al llegar a la casota, el charro le dijo al que traiba el violín: ‘todos van a tocar, menos tú’. El violinista hizo caso, pero al mirar a las personas de aquella fiesta, observó que no tenían pies de humano, sino de diversos animales”, relata Doña Geno. 

Se dice que el charro no quiso que participara el violinista porque no quería que interviniera la cruz en su fiesta.

La «cruz» es la figura que se forma entre el instrumento y el violinista a la hora de tocar.

Al amanecer, los músicos aparecieron montados sobre las piedras del cerro, entre los mezquites y las espinas, porque todo había sido una fantasía.

El Cerro del Xicuco se encuentra en el municipio de Tezontepec, entre los municipios de Tlahuelilpan y Tula de Allende en el Estado de Hidalgo, México.
A las tareas de venta, se une también Osvaldo, el hijo menor de doña Genoveva.

“Yo he ido al Xicuco pero nunca he visto las cuevas, de guaje me voy a meter ahí”, dice doña Geno. 

Cempasúchil: el encanto

Frente a este cerro que ha sembrado la espinita de la desconfianza entre los habitantes del municipio de Texontepec; Genoveva de 50 años, y su hija Erika de 25, “se aventaron” a sembrar por primera vez flores para la temporada de día de muertos.

Desde mediados de junio comenzaron a preguntar y a conseguir con otros productores de la región las semillas mexicanas que esperarían ver florecer.

No solo se trata de arriesgarse a invertir en una producción que, debido a los cambios inesperados cambios del tiempo, no está garantizada.

Además delas heladas, y las torrenciales lluvias o los intensos calores, el trabajo físico que invierten estas dos mujeres en jornadas extenuantes es el menos valorado.

Las macetitas de cempasúchil que venden otros productores solo duran para el momento, se mueren rápido porque son de semillas importadas de India o de China.

Sin conocimiento previo, Erika animó a su mamá a sembrar, le dijo “hay que aventarnos, sí sale bien y si no ya quedará de experiencia”.  

La tierra fue una herencia del papá de Genoveva, quien vivió arriba de un tractor, según cuenta su orgullosa nieta.

Antes trabajaba un mediero, es decir, otra persona que sembraba la tierra y divida a la mitad las ganancias entre Geno y él.

Durante otras épocas del año, Geno siembra alfalfa, maíz, chile, calabacita, frijol, avena, cilantro, para después volverla a preparar para la temporada.

“Le tenemos que mover, porque la tierra no se debe quedar sin nada”, dice Geno.

La manita o flor de terciopelo es la más difícil para que se dé porque es muy delicada y además le entran muchas plagas como la cogollera o la cueta.

Comenzaron sembrando la manita, conocida en otros lados como flor de terciopelo, para esto se debe tener cuidado al momento del riego, porque es muy delicada, según cuentan; dos semanas después empieza la siembra de la colorida crisalia y al final la flor naranja. 

Con un azadón e lámina y palo se raya cada uno de los surcos para depositar ahí las semillas, que después, con una rama, se cubren ligeramente de tierra.

Erika muestra las semillas, son las partes oscuras que están al final de los pétalos. Estas semillas mexicanas dan en su mayoría hembras pero también machos debido a la polinización. La hembra es quien está más tupida y el macho es el que tiene muy pocos pétalos.

El proceso del cempasúchil, sin embargo, es distinto. 

En un cantero, que es un cuadrado de tierra suave, se tira la delicada semilla previamente seca y se tapa con una malla; a los 5 días, después de un riego cuidadoso, comienza a brotar; se deja en el cantero durante 15 días para después ser trasplantada a los surcos que deben estar muy húmedos.

La mitad de lo sembrado se perdió debido a las lluvias que se presentaron durante casi 15 días seguidos.

Geno advierte que “se escucha fácil, pero además de ser muy cansado, se necesita técnica y mucho cuidado para que no se seque la planta”.

“Siento un orgullo muy grande de ya tener mi milpa dada porque sí se dio la floración. Todo tiene un equilibrio, primero son semillas que vas viendo crecer de la tierra y cuando florecen es una alegría”.

Genoveva

Sembrar no es solo para hombres

Ambas mujeres atravesaron por el machismo debido a que es una actividad realizada principalmente por hombres. Lidiaron con burlas, falta de apoyo y hasta con envidias.

Al momento de regar, los otros productores no quisieron ayudarlas, les decían que era muy poca tierra para que invirtieran tiempo en llevarles el agua; para complicarles más la tarea del riego, les cerraban la compuerta.

Doña Geno no se quedó de brazos cruzados, y se metió ella misma a abrirla.

-“¿Que Geno, a poco también riegas?” – le preguntó en tono burlón un señor de botas, con su pala en mano – “claro, yo también puedo” – le respondió la fuerte mujer, mientras estaba con el agua hasta el cuello.

“Que feo que exista el machismo”, dice Erika mientras comparte los recuerdos de aquellos días.

El trabajo de estas grandes mujeres sirvió de inspiración para otros habitantes, inclusive, una vecina las puso como ejemplo con su esposo al pedirle que también ellos se animen a sembrar el siguiente año la olorosa y colorida flor.

El ramo de la flor de muertos tiene un costo de $70, la manita de $80. El zurco, que tiene una extensión aproximada de 85 metros, tiene un valor de $1,800 pesos.
Las productoras tienen la esperanza de terminar toda su flor en los siguientes días. Personas llegan en camionetas a comprar flores.

La venta y el extractivismo. 

El pueblo de Doxey es productor de flor. En juntas de floricultores se tratan, entre otros temas, el precio de la venta para que éste sea el mismo; a pesar de la pandemia, el costo se mantuvo igual al del año anterior y se establece por ramo o por zurco.

Otro tema pendiente para las y los floricultores, es la búsqueda de un ingeniero agrónomo que les apoye con temas específicos que faciliten el cultivo.

Buscan conocimiento sobre fechas exactas para que no se pase o se atrase el cultivo; recomendaciones para conseguir la mejor semilla; y consejos para usar fertilizantes que no dañen al medio ambiente, pues actualmente abonan con nitrógeno.   

Estos hermosos campos son llamativos a la vista por su color, el naranja y el morado  atraen las miradas de muchos visitantes provenientes de la Ciudad de México.

Turistas que desean tomarse la mejor instantánea llegan y posan sobre las flores, pero no aprecian todo el trabajo que hay detrás.

“Hay quienes llegan y piden permiso para pasar, pero hay quienes ni los buenos días nos dan. Solo se pasan, se toman sus fotos y se van”, dice Geno. 

Genoveva y su hija no buscan propinas, para ello realizan una gran labor de sol a sol. Lo único que piden es que su trabajo sea respetado y lo paguen al precio justo.

Cempasúchil, flor de vida, flor de muertos. Gracias a su color y aroma representativo es uno de los elementos que simboliza a una de las mayores celebraciones en México.

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Este texto se publicó originalmente en Pie de Página:

“Nosotras también podemos”: sembradoras del cempasúchil

 

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