Se venden helados queer contra la precarización

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“En las entrevistas me preguntaban que qué tan mujer era, que qué tanta hormona me metía. Entrevistas muy invasivas. Que si me vestía diario de mujer. En otro trabajo me dijeron que todo bien, que súper, pero que para el target de sus clientes podría ser impactante que las reciba una persona ‘así’.”

Texto y fotos: Ricardo Hernández

Carlota Rostros bajó del escenario, dejó atrás el vestido de noche, abierto y oscuro, la lencería roja con bordados de rosas y mariposas, se borró las cejas dramáticas y las sombras moradas en tono frío que hacían contraste con el azul de los pupilentes; todo ese vestuario con el que dio show de cabaret toda la madrugada. Se vistió con algo más cómodo, tomó los 500 pesos que le pagaron y salió corriendo para llegar a tiempo al taller de helados artesanales que se impartía un par de horas más tarde, la mañana del 27 de enero, en un centro cultural de la periferia de Cancún, México. Ahí ya la esperaban otras tres mujeres trans, además de Nadia Fabela y Kairos Oropeza, quienes lideran un proyecto que busca dar capacitaciones a miembros de la comunidad LGBT+ para que puedan emprender negocios propios y salir de la precarización laboral a la que se enfrentan.

“Ese día casi no pude abrir los ojos durante el taller. Como pasé toda la noche maquillada, con pupilentes y en el bar había mucho humo de la máquina me lastimé los ojos. Literal solo me cambié, me desmaquillé y fui al taller”, dice Carlota, de 24 años, bailarina de burlesque, fanática del cabaret y el cine de ficheras, que batalla por hacerse un espacio en el drag show de Cancún; apenas suma tres presentaciones en el último año por los que recibió 1,500 pesos, que no cubren ni la inversión del vestuario.

En México hay 5 millones de personas que se autoidentifican como parte de la población LGBT+, según datos del Inegi de 2021, mismos que enfrentan dificultades para encontrar empleo digno. En una encuesta elaborada por la Alianza por la Diversidad e Inclusión Laboral en 2018 reveló que casi la mitad de los participantes en la consulta estadística estaba desempleado, que las mujeres lesbianas ganaban menos que los hombres a pesar de contar con mayores grados de estudio, que cerca del 40 por ciento ganaba menos de 10 mil pesos y que las personas trans son quienes reportaron las peores oportunidades para emplearse.

En el caso de Carlota Rostros fueron dos años de búsqueda de trabajo formal, en el área de ventas o atención al cliente, en las que tenía experiencia previa, sin éxito.

¿Ya conseguiste trabajo?

—Me estoy incorporando apenas a un empleo y eso porque es de una amiga. Pero fue bastante difícil. Es difícil. Fueron dos años desempleada.

—Cuéntame tu experiencia pidiendo trabajo, si fue común la discriminación.

—En las entrevistas me preguntaban que qué tan mujer era, que qué tanta hormona me metía. Entrevistas muy invasivas. Que si me vestía diario de mujer. En otro trabajo me dijeron que todo bien, que súper, pero que para el target de sus clientes podría ser impactante que las reciba una persona “así”.

Fueron dos años de autoempleo, de improvisarse como maquillista, hacer diseño de cejas y rizado de pestañas a domicilio y en tres tianguis distintos de la periferia de Cancún.

Frente a este panorama, Kairos y Nadia le apuestan a los helados queer. En realidad se trata de todo un programa que llamaron “Icónicas”, auspiciado con 290,000 pesos por la Fábrica de Artes y Oficios (FARO) Cancún, un organismo dependiente de la Secretaría del Bienestar (Sebien) de Quintana Roo, que a finales del 2023 otorgó recursos a 44 gestores culturales u organizaciones de la sociedad civil interesados en emprender proyectos para promover la gobernanza y la cultura de la paz.

“El objetivo de Icónicas es crear oficios para las personas LGBTQ+ que, desafortunadamente, por temas de discriminación, todavía no hay acceso a trabajo digno, aún con todos los cambios de políticas públicas que han habido, sumado a las múltiples crisis que hemos pasado. Y es peor para la banda artística queer. Es un proyecto híbrido, integral, que ataca tres frentes específicos: uno, esto de la autonomía económica; el segundo es la producción de un corto documental, y el tercero es la ocupación de los espacios públicos”, explica Nadia.

Entre enero y febrero pasados se impartieron varios talleres gratuitos para cumplir con las metas y para reclutar a más personas queer que se involucraran en el proyecto: de producción de helados artesanales, impartido por Kairos, un actor gay que durante la pandemia sobrevivió, precisamente, de esta actividad. Otro de utilería para adecuar dos triciclos en los que se venderán los helados; uno más de vestuario para producir los atuendos de las cuatro mujeres trans beneficiarias del programa; además de los talleres de audio, video y edición para la producción del cortometraje.

En paralelo, Nadia y Kairos hicieron un casting para seleccionar a las cuatro mujeres trans que serían las protagonistas del cortometraje: pegaron carteles en bares gays, cerca del Uneme Cpacits –el centro de atención a personas VIH seropositivas– y lo difundieron también por redes sociales. Al final seleccionaron a Carlota Rostros, la chica burlesque; a Alexandra, una joven de 27 años, que trabaja en un call center para un outsourcing de impuestos de una empresa de Estados Unidos; a Sergio Garza, juna mujer trans de de 54 años, exestilista de grandes producciones de TV Azteca decaída tras un accidente vial y que ahora es peluquera en una colonia popular en Cancún; y a Ángel Rocha, mejor conocido como Venus, una cantante profesional de género fluido.

A cada coordinador de los talleres y a las chicas seleccionadas se les pagó por su trabajo y tiempo invertido durante todo el proceso.

El pasado 14 de febrero, con los helados producidos, los atuendos confeccionados, los triciclos montados y el equipo de grabación listo, las cuatro chicas salieron a las calles. El primer punto fue el CECyTE III, un colegio bachiller técnico para personas con escasos recursos.

“Ven por tu helado, amiga, amigo, después de haber hecho honores a la bandera. Olvídate de eso, sacúdete aquello y ven a refrescar tu corazón con un helado de jamaica con romero, de mango con miguelito y habanero”, irrumpieron las Icónicas en el cambio de turno, escandalizando adultos que pasaban con sus vestidos minis, con las mallas de red, y los sombreros de visera rosa adornados con florecillas de colores, pero fascinando a los jóvenes estudiantes que se arremolinaron tras las rejas del bachillerato.

—¿Habían visto en su vida a alguna mujer trans o dragqueen? —pregunté a un grupo de tres estudiantes que compraron helados por cinco pesos.

—Ay, yo sí las he visto en shows —dice Itzél Cabrera, de 17 años.

—¿Has ido a algún show?

—No, porque aún no puedo entrar, pero de lejitos las he visto. Me parece muy bonito.

—¿Tienen compañeros aquí en la escuela que formen parte de la comunidad LGBTI+? ¿Cómo es el trato entre todos, con los directivos o los maestros?

—A los que yo conozco los dejan ser libres. Creo que el único problema es la cuestión de los baños, porque muchos no se sienten cómodos, porque solo hay de hombres y mujeres. Con los maestros, pues, no los aceptan, pero los toleran, sobre todo los mayores. Son muy testarudos.

—¿Y a ustedes qué les pareció la actividad?

—Pensé que se habían equivocado de lugar, porque nunca había visto algo así aquí —responde Gabriel Olán, de 19 años.

—Es que siempre los vemos en bares o shows, pero nunca en las calles, ¿no?

—Sí, y es mejor que pase ahorita, para que se haga más común, todos los días. Para mí es mejor.

La segunda parada fue a cuatro kilómetros, en un lugar donde hasta hace dos meses era un terreno baldío, paso obligado a la hora de ir al trabajo o la escuela, donde los asaltos eran la regla y donde arrojaban cuerpos con regularidad, pero que ahora, gracias a la intervención de los vecinos, es un parque público con playgrounds y demás instalaciones para infantes y adolescentes. Esto, en Villas Otoch Paraíso, que es la colonia más violenta de todo el sureste mexicano y donde han ocurrido más de un crimen de odio contra la comunidad LGBT+; el último, un transfeminicidio cometido a puro golpe de martillo.

“Salgan por sus helados, vecinos, vecinas, vecines”, gritaron las Icónicas tras el megáfono, montadas en los triciclos.

Era 14 de febrero, Día del amor y la amistad, había una pareja adulta de novios sentada en unas llantas de carro adaptadas como bancas compartiendo una lata de cerveza; unos 20 niños y niñas haciendo escándalo, exigiendo su cono de helado; más allá, cinco niños saltando la cuerda con un lazo que alguién sacó y el resto de vecinos gritando “otra, otra, otra” a Venus, una de las Icónicas, que estaba cantando y bailando, dando show, todo, registrado para el cortometraje que se estrenará a mediados de año.

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Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.

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