Cuando defender la vida cuesta la propia

Maroma

Por Mayra Huerta / Integrante de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud

Adorno se pregunta: ¿quién puede mirar de frente al horror? Y yo pienso: las madres.

Sólo desde el 2006, más de 85,000 personas han sido reportadas como desaparecidas en México. Pese al incremento en el presupuesto destinado a comisiones de búsqueda, nunca se tienen ni los recursos económicos, ni humanos suficientes para hacerle frente a esta situación que por momentos parece imparable. 

Ante los huecos y la desatención del estado, han sido las madres quienes se han hecho cargo por la pregunta, por la ausencia, por nuestras y nuestros desaparecidos. Los grupos integrados mayormente por mujeres, se han organizado desde la autogestión, para capacitarse, financiar recursos, conseguir información, salir al campo, excavar, encontrar, avisar, compartir el hallazgo, todo lo necesario para que estos restos, que alguna vez fueron las y los hijos de alguien, lleguen hasta sus familiares.

Pero también se han hecho cargo de contenerse las unas a las otras, de acompañarse en la búsqueda, en el encuentro y en lo posterior, en el duelo. Han construido familias en medio de un país que las desintegra. Le han hecho frente a toda lógica de exterminio.

Todos los días nos enseñan a maternar desde la ausencia. Un ejercicio de maternidad que se expande, un ejercicio compartido de encarar y solucionar la incógnita. Es suya la tarea de devolver la condición humana a los cuerpos que otros quisieron esconder, desaparecer por segunda vez. Devuelven la humanidad contenida en cada fragmento, en cada hueso. Y hacen aparecer en el mundo a aquellas y aquellos que dejaron de estar en él.

No existen los “otros” desaparecidos, todos les pertenecen, a todos hay que buscarlos. Son ellas nuestros agentes de memoria, la resistencia en un tiempo y un estado que nos invita a olvidarlo todo. Las mismas que devolvieron, indiscriminadamente el derecho a ser buscados.

Las buscadoras han renunciado a la culpa, repiten una vez tras otra que no buscan responsables, que buscan a sus hijas, hijos, familiares. Aranza buscaba a su esposo. Aranza buscó, junto a las Madres Buscadoras de Sonora a Brayan hasta su último día de vida. 

Aranza Ramos fue asesinada la noche del 15 de julio en la comunidad de Ortiz, en Guaymas. Tenía 28 años y una hija. Quería encontrar a su esposo y darle un sitio para descansar, pero su búsqueda duró apenas siete meses. La oficina en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH) pidió atención urgente para su hija. Pero ningún organismo es capaz de asegurarles la integridad. Ninguna institución ha sido capaz de asegurárnosla, a nadie. 

La situación de hostigamiento y amenaza que han vivido las buscadoras de Sonora los últimos días, les han puesto en un estado, aún mayor, de vulnerabilidad y riesgo. Cecilia Patricia Flores, líder de las Madres Buscadoras de Sonora ha sido constantemente intimidada, le han dicho que es la siguiente. Han reportado intentos de hackeo a sus cuentas, mensajes constantes, llamadas telefónicas. Y nada parece cesar la urgencia por callarles, por pararles. 

“Eres la siguiente” le dicen a Cecilia para resaltar que hubo una anterior. Todxs somos en potencia la o el siguiente. Y en ese miedo por ser el siguiente es que se encuentra la función pedagógica del terror. ¿Existirá una pedagogía de la búsqueda, del desentierro? 

Las madres, las esposas, hermanas, hijas, se han hecho lenguajes de seguridad. Han introducido términos para modificar con ellos la realidad que habitamos, que normalizamos, que somos. De ahí la importancia de esos otros por callarlas. De ahí su preocupación por dejar sin voz a quienes buscan, de parar las manos que desentierran. 

Aranza, tu voz se ha expandido, se ha replicado. Aranza, ojalá Brayan sepa que le buscaste hasta el último segundo. Ojalá sepamos ser tu voz. 

 

 

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