Selene

La Hilandera

Por Rosario Ramírez / @la_hilandera

A lo largo de nuestra trayectoria de vida vamos haciendo amigxs. Algunxs más cercanos, duraderos y a prueba de todo, y otrxs cuyo vínculo al tiempo revela su fecha de caducidad. La amistad es como un gran tejido que se va creando a partir de las experiencias, de las vueltas de la propia vida, con las danzas y la creatividad de sus creadores. Se hace tan fuerte o endeble a partir de la voluntad y de lo compartido, incluso, de maneras casi mágicas, también se estructura o se destruye con experiencias que no son necesariamente puestas en común. Como en todo tejido, los hilos se rompen, se separan, se reparan; y a veces simplemente forman parte de piezas que condensan en su forma la hermosura de la vivencia. 

Hace unos días, en luna creciente, Selene partió. Y con ello vinieron muchos recuerdos de cómo tejimos conjuntamente la amistad que nos unió por muchos años. Esa amistad tenía al menos cinco pares de manos, un equipo que guardaba dentro y fuera de sí personalidades diversas, ricas, complementarias y, a ratos, también contrarias y contradictorias. Ella era en gran medida quien nos unía cuando aquello parecía estirarse demasiado. Cuando una se caía, era quien nos ponía los pies en la tierra con una palabra, con una de sus risas estruendosas, con una de sus frases creativas y certeras. Nunca dudó en decir lo que pensaba, porque no importaba el tono, ella te diría fuerte y claro lo que quería que escucharas. Tenía los ojos más grandes y expresivos que conozco, era de esas personas que podía cautivarte en un segundo o podía tirarte una bala a la menor provocación. Tenía la facilidad de la palabra, de la escucha, de la creación. Lo mismo te contaba un chiste que un cuento de fantasmas; y de estos últimos tuvimos muchos, porque fervientemente creíamos que ella tenía una conexión extraña con el “más allá”. 

Recordé las tardes en su habitación de la universidad, las pasarelas para elegir el outfit perfecto para ir a bailar, los fines de semana de acampar en el patio de la casa de sus padres, las idas a la hacienda Solis, las noches de risa con su hermana y su mamá, y a ese fantasma amoroso que le mandaba mensajes desde la radio de su habitación con canciones de Alejandro Sanz y que también a nosotras nos asustó más de una vez. Selene es esa amiga que todas necesitamos en la vida, y hoy ya no está. 

Su partida me dolió profundamente. Aún cuando hace años que no la veía, sabía que estaría detrás de un mensaje y yo para ella. Nos volvimos de esas amistades que no necesitan la presencia permanente para saberse ahí. Siempre estuvimos ahí, y quisiera pensar que siempre lo estaremos, porque las amistades salvan. 

Selene, la mujer del 4 del 4, la de ojos grandes, la de la palabra certera y la risa estruendosa, nuestro quinto elemento, partió al tiempo que ella misma predijo en esas eternas pláticas que tuvimos. Fiel a su esencia revelada, nos dejó a quienes la conocimos más de una tarea que hacer, más de una relación que sanar y más de una risa que compartir. 

Que tengas buen viaje, amiga. 

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La Hilandera
Rosario Ramírez Morales Antropóloga conversa. Leo, aprendo y escribo sobre prácticas espirituales y religiosas, feminismo y corporalidad.

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