Sanders frente al dilema demócrata

Por Jonatha Ávila / @joonathanag

Ilustración portada: DonkeyHotey /  Remix by Max Fleishman

Poco parece sorprender al público que en el primer debate demócrata todos los precandidatos o, al menos una mayoría significativa, se hayan mostrado como abiertos partidarios de la clase trabajadora y de los oprimidos; con un claro discurso en contra de las corporaciones pareciera que el giro a la izquierda en el Partido Demócrata se vuelve inminente. No obstante, que un relevante deslizamiento progresista también trae consigo una clara amenaza para un verdadero cambio al interior del corazón del capitalismo actual; es decir, la pregunta obligada frente a esta primera coyuntura en el análisis de lo que se espera para el panorama electoral de los Estados Unidos es: ¿Qué hay detrás de estas posiciones?

En el balance de qué es lo que puede ser peor en el escenario mundial tras la elección presidencial en Estados Unidos, es claro que ni la izquierda oficial o la derecha representan una alternativa de cambio al régimen imperante.

Slavoj Žižek, filósofo esloveno y quien encendió las redes en 2016 por su aparente apoyo a Donald Trump, defendió sus argumentos con una respuesta a las críticas, en donde expresó: “Trump es evidentemente ‘peor’ en la medida que promete un giro a derecha y escenifica una degradación de la moralidad pública; sin embargo, mientras al menos promete un cambio, Hillary también es la ‘peor’ en la medida que hace que no cambiar nada parezca deseable”.

Hace mucho que la hegemonía instalada en el espíritu del capitalismo es que la única visión realista y posible es el capitalismo, y que cualquier alternativa a esta posición es indeseable, pues la utopía comunista se enmarca en el fantasma totalitario de las formas estalinistas de gobierno. Un triunfo de Trump, tal como lo expresaba Žižek, llevaría a la izquierda a replantearse su posición en el panorama político estadounidense, y así es como lo hemos visto ahora en las primarias de la elección de 2020.

Pareciera que la agenda más radical de la política oficial de Estados Unidos ha ido tomando fuerza tras la llegada de Trump. Algunos analistas y activistas han visto con buenos ojos el incremento en los seguidores de los Socialistas Democráticos de América (DSA, por sus siglas en inglés) y la llegada de líderes que buscan llevar a esta plataforma socialdemócrata a importantes instituciones de la nación estadounidense, como la Cámara de Representantes –con Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib– y en el Senado, con Bernie Sanders.

Los que no han visto con buenos ojos este avance importante en la pequeña agrupación que se ha insertado en el Partido Demócrata son los propios líderes corporativos del partido, con los Clinton y Obama como sus caras más visibles y públicas. Han sido los propios demócratas quienes buscan minar los avances esta fuerza política. Y aunque el Partido Republicano también ha intentado criticar a los miembros de la DSA, o el propio Trump ha tildado a Bernie Sanders de ‘loco’, éstos están más ocupados con mantener el barco a flote ante las rupturas que ha causado el liderazgo del propio Trump.

Los precandidatos demócratas se han unido en una santa alianza, por parafrasear El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, para contrarrestar el poder seductor que pueda tener la política populista y de bienestar social que ha impulsado la carrera de Bernie Sanders, tanto así que se han dicho protectores de la clase trabajadora y han señalado la necesidad de ir en contra de las grandes corporaciones o aplicar medidas fiscales para que sean los más ricos los que paguen los grandes impuestos. Esto a pesar de que muchos de los políticos demócratas tienen tras de sí a grandes lobbys de estas mismas corporaciones.

La idea ni siquiera es minar el régimen político, sino minar la posibilidad de que lo construido se pueda ir al traste por una candidatura progresista con Bernie Sanders al frente, lo que implicaría un gran golpe para el Partido Demócrata. Están preocupados aunque las posibilidades de que Sanders pueda llegar a la candidatura se vean lejanas al estar a un año de la designación del candidato que enfrentará a Donald Trump en la Convención Nacional Demócrata de 2020.

Una de las más aguerridas demócratas que pretende hacer frente al discurso de Sanders ha sido Elizabeth Warren, tercera mejor posicionada en las primarias demócratas, quien pretende desplazar al socialista democrático con la replica de sus propuestas de bienestar social y bajo el amparo de las luchas multiculturales, pero sin tener en perspectiva la necesidad de asumir una postura anti-capitalista. De hecho la propia Warren se ha descrito como una defensora del capitalismo.

Warren se ofrece como la alternativa viable a Sanders, en tanto que éste representa la utopía de lo imposible.

Los think tank centristas, frente al panorama actual, ven con buenos ojos el avance de Warren en comparación con la fuerza que pueda tomar Sanders. Por ello, es que no sorprende mucho que en el primer debate de las primarias demócratas los precandidatos hayan optado por un pronunciamiento a favor de la ‘clase trabajadora’ de los Estados Unidos, y con medidas que se asemejan mucho a la plataforma política de Sanders, aunque con sus relevantes matices de alianza con el sector privado.

La revista Jacobin apunta en su análisis sobre el debate que el gran ganador ha sido el propio Sanders. Todos los aspirantes se volcaron por la agenda a favor de algunas de sus propuestas, o quienes se mostraron en contra evidenciaron lo crucial que se ha vuelto el discurso de Bernie. Aunque son pocos los que pueden decir con sinceridad que su agenda les apoyará más allá de las corporaciones que están detrás de ellos, lo que quedó en evidencia fue la necesidad de la cúpula demócrata por frenar la posibilidad de que Sanders se convierta en el rostro demócrata que se enfrente a Trump en la elección de noviembre de 2020.

Bernie Sanders es el segundo mejor posicionado en las primarias demócratas según las encuestas, a unos pocos puntos por debajo del favorito del establishment y ex vicepresidente de Barack Obama, Joe Biden. Su posición como segundo lugar dobla el porcentaje de Elizabeth Warren y además en comparación con una posible candidatura entre Sanders y Trump el primero tiene una aprobación mucho mayor entre los votantes hasta este momento.

Eso le da sentido al cómo los demás pre-candidatos demócratas en la segunda edición del debate hayan presionado por acercar sus agendas a Bernie Sanders o tratar de moderar su discurso de tal modo que minen las ideas que tiene este socialista democrático. Los dos principales problemas planteados en el debate evidencian la abismal diferencia que hay entre Sanders con su agenda radical y la moderación de sus contrincantes. Por supuesto algunos de ellos son la agenda migratoria, los impuestos para los más ricos, un mejora en los salarios o el cambio climático; pero el corazón de la política socialista de Sanders es dar educación superior gratuita a la población y apostar por un sistema de salud para todos, conocido en inglés como Medicare for All.

Sanders apuesta por una cobertura total y centralizada del Estado y el cierre de los seguros privados para dar seguridad social de calidad más allá de los beneficios económicos de las empresas de seguros y las farmacéuticas, mientras que sus contrincantes han señalado que bien pueden coexistir ambos sistemas o, incluso, defienden la existencia de los seguros privados bajo el argumento de que la población, vista como consumidora, es “libre” de elegir su sistema de salud.

Joe Biden se ha dicho un defensor de la clase trabajadora y en sus actos iniciales de campaña para las primarias demócratas ha buscado el acercamiento con grupos sindicales u organizaciones de trabajadores que le brinden su apoyo y busquen dar financiamiento a su campaña. Pero la revista In These Times  recordó en abril pasado que, si bien Biden se puede decir amigo de “los trabajadores” en el discurso, la realidad es que ha buscado minar el apoyo universal de programas que causan un menor impacto en los bolsillos de éstos, como el Medicare y el sistema de seguridad social, con recortes a programas para reducir el déficit, a través de negociaciones que le pidió hacer Obama en la Cámara de Representantes.

Da en el clavo la senadora por Nueva York y aspirante a la candidatura demócrata por la presidencia, Kirsten Gillibrand, al señalar que el gran debate de su partido es si se apuesta por la visión del socialismo o la visión moderada de que todo continúe bajo las formas del capitalismo. Aunque lejos estaríamos de superar este sistema económico aun con Sanders en la presidencia de los EE.UU. Otros pre-candidatos también se han mostrado escépticos de tomar la agenda socialista de Sanders y prefieren hablar abiertamente de una moderación en el discurso bajo el argumento de que esto atraerá mayor apoyo a Trump; por ello, se debe ser más moderado. Sin embargo, el mismo Sanders ha respondido a estas críticas con un argumento bastante simple pero real: si la moderación fuera la cura para frenar a Trump, Hillary Clinton ya estaría en la presidencia.

Pareciera que se podría repetir el triunfo de Trump de ganar la postulación el ex vicepresidente Biden, pues la noche de este jueves dijo textualmente que su intención política es: “Sólo mejorar lo que ya hicimos”, como una clara referencia por mantener las cosas tal como están. Por ello, Sanders apunta al lado correcto con su respuesta a Eric Swalwell, representante por California y aspirante a la candidatura demócrata, cuando le dijo a Biden que: “Diera paso a las nuevas generaciones”; a lo que el senador por Vermont respondió textualmente:

“El tema no es generacional, sino ¿quién puede enfrentarse a Wall Street?”.

El escenario puede parecer lejano, pero por la naturaleza de las relaciones entre Estados Unidos y México, el que su proceso electoral se mueva en esa dirección tiene muchas implicaciones para nuestro país. Desde la consideración del cambio en la perspectiva gubernamental sobre las políticas migratorias tan disimiles entre Trump y Sanders, donde éste último señala la necesidad de replantear el origen de las causas y documentar a quienes ya se encuentran en ese lado de la frontera; hasta el comportamiento económico relacionado con la dependencia de nuestra clase trabajadora con las empresas transnacionales del país vecino sobre todo a partir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, donde el abaratamiento de su mano de obra fue impulsado por el propio Estados Unidos.

No olvidemos, además, que ha sido bajo el amparo del propio establishment demócrata que las políticas agresivas en contra de la migración hacia el norte se han agudizado. Los números muestran que si una administración engrosó las cifras de deportados del país fue el propio Barack Obama, además de ser Bill Clinton quien impuso lógicas mucho más restrictivas a la migración y fue durante su administración cuando se inició la construcción del muro fronterizo que hoy planea ser concluido por la administración de Donald Trump.

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