La apuesta en la Sierra Wixárika de México: hacer del bosque un motor de desarrollo para comunidades indígenas

Medios Aliados

Al noroeste de México, en el estado de Jalisco, la comunidad wixárika de San Sebastián Teponahuaxtlán está poniendo el ejemplo de cómo se puede aprovechar el bosque en forma sostenible y detonar oportunidades de desarrollo para sus habitantes.

Por Agustín del Castillo / Mongabay Latam

Los amplios bosques de la Sierra Madre Occidental, al noroeste de México, son hogar de indígenas como los wixárikas (huicholes). Ellos poseen las mayores reservas forestales de todo Jalisco, pues tan solo tres comunidades albergan una superficie mayor a las 400 mil hectáreas, equivalentes a la quinta parte de un país como El Salvador. Esta riqueza natural no se refleja en sus condiciones de vida. Hoy, diversos actores, construyen un proceso que busca cambiar esa historia.

Tomando como ejemplo la experiencia de la comunidad de Wuaut+a o San Sebastián Teponahuaxtlán, en la región de la Sierra Wixárika se pretende desarrollar una estrategia para detonar proyectos productivos que permitan aprovechar en forma sostenible los recursos forestales.

Los comuneros de Wuaut+a o San Sebastián Teponahuaxtlán, reconocidos por su fuerte organización política centrada en la lucha por recuperar la superficie territorial completa que les reconoció la corona española en 1718, han desarrollado el manejo forestal desde hace años, incluso antes de 2019, cuando firmaron un convenio con el gobierno de Jalisco y la Comisión Nacional Forestal (Conafor).

Por ello, ya tienen en operación un aserradero y un taller para transformar la madera que producen. Además son quienes surten de madera a las aldeas de la comunidad y tienen un proyecto para comercializar bases de cabañas para proyectos ecoturísticos en sus montañas, señala el gerente de la empresa comunitaria, José Isabel Carrillo Martínez, un joven comunero.

El presidente de bienes comunales de Wuaut+a, Óscar Hernández Hernández, asegura que los usos y costumbres de la comunidad siempre han buscado la conservación de la naturaleza, pero admite que es necesario mirar hacia comunidades indígenas de Michoacán o Oaxaca —donde se encuentran históricos y exitosos proyectos de manejo forestal comunitario— para mejorar la salud económica de los indígenas con nuevas oportunidades.

Bosques de pino en San Sebastián Teponahuaxtlán. Foto: Agustín Castillo.

La estrategia de desarrollo forestal en la región de la Sierra Wixárika es un trabajo interinstitucional en el que se han unido dos dependencias: la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial de Jalisco (Semadet) y la Conafor.

No es la primera vez que se intenta impulsar el manejo forestal en la zona. Es por ello que ante el historial de fracasos previos, hoy el avance de esta estrategia va de la mano de la voluntad, la capacidad de organización y los tiempos de los indígena, asegura Karen Belén Rodríguez Moedano, directora de recursos naturales de la dependencia de Jalisco.

Los datos del Programa Estratégico Forestal de Jalisco muestran que en los diez municipios que se encuentran al norte del estado hay 680 mil hectáreas forestales, de las cuales, casi 240 mil tienen potencial productivo alto o medio, así como otras 40 mil de ecosistemas áridos donde la extracción de productos no maderables, como el orégano mexicano o de monte (Lippia graveolens, planta aromática con amplio uso en la cocina mexicana), representa un importante sector económico regional.

Paradójicamente, no son los bosques indígenas de las comunidades wixárikas y o´dam (tepehuanas), los que son aprovechados de forma eficiente, sino predios privados cuyas dimensiones son menores.

El proyecto forestal, impulsado por el gobierno del estado y por la Conafor, pretende convertir esos recursos comunitarios en un motor de desarrollo, lo cual es especialmente necesario para una región que alberga tres de los cuatro municipios más marginados de Jalisco, y particularmente dos: Mezquitic y Bolaños, que se ubican en el sótano del desarrollo social en México, explica el secretario de Medio Ambiente de Jalisco, Sergio Graf Montero.

A la izquierda, presidente de bienes comunales de San Sebastián, Óscar Hernández, con el secretario Graf Montero y otro comunero. Foto: Cortesía del Gobierno del Estado de Jalisco.

Defensa de un territorio wixárika

Los pueblos de la Sierra Madre Occidental tienen siglos de presencia ininterrumpida en estas montañas que eran hasta hace tres décadas, inaccesibles, aunque rodeadas de comunidades mestizas con las que han sostenido conflictos por la posesión de la tierras al menos desde mediados del siglo XIX, con la intervención de los gobiernos de los estados vecinos (Nayarit, Zacatecas y Durango) tendientes a apoyar a los colonos y legitimar sus despojos.

En contraste, los wixaritaris (nombre que se dan a sí mismos los colectivos huicholes) se han asumido como jaliscienses, pero han contado con escaso apoyo del gobierno del estado, lo que ha ocasionado problemas de límites interestatales que todavía ahora no son atendidos por las autoridades de Jalisco. Esto ha provocado una constante inconformidad de los pueblos originarios de la sierra, quienes como protesta, en la comunidad más extensa de la sierra, San Sebastián Teponahuaxtlán o Wuaut+a, han impedido la realización de dos procesos electorales consecutivos, en 2018 y 2021.

No son, entonces, extraños, los fracasos de viejas experiencias de desarrollo impulsadas desde el exterior de la sierra.

El aserradero de Bajío de los Amoles, en medio de un bosque de pinos, a 2,600 metros sobre el nivel del mar. Foto: Agustín del Castillo.

José Manuel Arreguín, experto en planificación entre los gobiernos de Adolfo López Mateos y Luis Echeverría Álvarez (1958-1976), tuvo la tarea de realizar el diagnóstico regional que sustentó el plan Huicot (Huicholes, Coras y Tepehuanos).

“Lo que queríamos era promover el desarrollo de esa región; el trabajo nos llevó a ganar su confianza, a platicar con ellos. Allí nos señalaron que su prioridad era recuperar las tierras invadidas, y eso fue hace más de 40 años y se mantiene ahora como su principal preocupación veían con recelo, por ejemplo, que les diéramos caminos, aunque nosotros se los ofrecimos; no los querían porque pensaban que eran para que los invadieran y les tumbaran sus bosques”, señala el hoy nonagenario funcionario en retiro.

El proyecto fracasó porque las entidades financieras del gobierno federal consideraron que no se justificaba una inversión cuantiosa en una región poco habitada. Los intereses políticos de corto plazo, en el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, dejaron todo en obras de relumbrón y desconectadas, como el rastro de San Andrés Cohamiata o Tateikie, la comunidad wixárika más al norte de Jalisco, donde jamás se sacrificó una res para el mercado regional, añade el experto.

Arreguín considera que planificar el desarrollo sin tomar en cuenta las necesidades, los tiempos y la organización de las comunidades, es el común denominador en los constantes intentos fallidos de programas gubernamentales.

Caminos de la sierra en San Andrés Cohamiata. Foto: Cortesía Gobierno del Estado de Jalisco.

En marcha un nuevo intento

En ese complejo contexto es en el que se inserta la tentativa de un nuevo proceso de aprovechamiento de los bosques. El secretario de medio ambiente en Jalisco, Graf Montero, reconoce la necesidad de recuperar la confianza de los comuneros hacia las instituciones del Estado mexicano. Por eso, remarca, hay que construir un proyecto forestal modelo, pero solamente con la anuencia y el respeto a los modelos organizativos de las comunidades. “Es la zona con potencial maderable más importante del estado, pero no podemos volvernos a equivocar; no hay prisas, se construirá al ritmo que las propias comunidades marquen”, destaca.

Por si hiciera falta, poco ayuda el hecho de que los linderos al norte de esta región indígena son escenario de una muy violenta guerra entre dos de los grupos delictivos más importantes del país (los cárteles Jalisco Nueva Generación —CJNG— y el de Sinaloa), que han ocasionado que el acceso a la zona sea intermitente; esto, aunado a la pandemia de la COVID 19, evitó avances importantes en el trabajo de este proyecto durante todo el año 2021, explica Karen Belén Rodríguez Moedano.

Una parte de la región Wixárika, vista desde desde Ocota de la Sierra. Foto: Agustín del Castillo.

“Espero que la Conafor siga apoyando y que la baja inversión en el sector ambiental en México no cause retrasos mayores, estamos trabajando con toda seriedad”, añade la funcionaria de la Semadet. Se buscó entrevista con funcionarios de Conafor, para conocer sus planes para esta región forestal de Jalisco, pero no se tuvo respuesta.

El trabajo fuerte ha implicado contactos con las tres grandes comunidades wixárikasTateikie y Wuaut+a, que concentran unas 330 mil hectáreas, incluidas unas 140 mil hectáreas de bosque templado; así como Tuapurie o Santa Catarina Cuexcomatitlán, donde los avances del proceso son menores y hay bosques robustos sobre más de 30 mil hectáreas.

También se ha tenido acercamiento con pequeños núcleos o´dam que se quedaron, con los reacomodos de las fronteras y las migraciones por motivos económicos o conflictos sociales, en el interior de Jalisco: Tepizoac, San Juan de los Potreros, Tenzompa y San Lorenzo Azqueltán.

El convenio de trabajo entre la Conafor y el gobierno de Jalisco se firmó en mayo de 2020. Desde entonces, se han logrado sacar adelante mesas de trabajo sobre manejo, protección, restauración y conservación forestal.

Comuneros en los patios del aserradero de Bajío de los Amoles. Foto: Cortesía Gobierno del Estado de Jalisco.

El ejemplo de Wuaut+a

La comunidad de Wuaut+a o San Sebastián Teponahuaxtlán es la que mayor extensión territorial tiene en esta región de Jalisco: alrededor de 260 mil hectáreas de bosque templado, selvas caducifolias, pastizales y vegetación riparia (que crece al lado de los ríos).

Su aserradero se ubica en la localidad de Bajío del Tule, en la parte alta de la sierra, y al lado de la inconclusa carretera regional Bolaños-Huejuquilla. En ese sitio, donde ha habido en décadas anteriores aprovechamientos forestales fallidos, el aserradero se montó en 2017 con una inversión cofinanciada por la Conafor; es el único que opera actualmente en todas estas montañas.

“Este trabajo tiene mucha responsabilidad; necesitamos cuidar el abastecimiento de madera para los clientes, hacer los cortes adecuados, que los trabajadores operen con seguridad, pero también, que se den cuentas correctas del dinero que ingresa, porque se deben hacer reinversiones para mantener el aserradero y se debe informar puntualmente a la asamblea de comuneros”, explica José Isabel Carrillo Martínez, el joven gerente del aserradero, de apenas 20 años de edad.

Los bosques de la Sierra Madre Occidental desde el municipio de Bolaños. Foto: Agustín del Castillo.

Considera primordial que se dé un manejo transparente del dinero, pero además, que se permita autonomía en la administración, para definir reinversiones que ayuden a crecer el proyecto. El aserradero de Barrancas del Tule tiene 26 socios, y hay planes para adquirir más maquinaria, grúas y camiones, y establecer rutas de distribución que manejen directamente los comuneros.

Por ahora, se trabajan de 25 a 30 metros cúbicos al día, lo que da un promedio de ocho mil metros cúbicos anuales de madera (unos tres mil pinos). Su capacidad de producción puede ser mayor. La madera en tablas sirve para construcción, para carpintería, para tarimas y muebles. Los principales compradores son los miembros del ejido mestizo de Los Amoles, que es vecino en la región, quienes son los intermediarios que mueven la madera a Colotlán, la cabecera de la región norte de Jalisco, y las ciudades de Tlaltenango y Zacatecas, del estado vecino.

La presencia de miembros del CJNG en la frontera de la comunidad, que cobran en forma ilegal para que se pueda transitar la madera, ocasiona mermas en la comercialización.

El gerente de la empresa forestal, Carrillo Martínez, asegura que ya se pagó lo que les correspondía para la financiación de la fábrica, por lo que ahora pueden invertir parte de las utilidades en proyectos sociales para la comunidad, como obras sanitarias, agua y electrificación en algunas de las cientos de aldeas de la sierra. También está en ciernes un proyecto para instalar una planta de purificación de agua para diversificar la empresa.

Madera que se produce en el aserradero de Bajío de los Amoles. Foto: Agustín del Castillo.

Durante estos dos años, Wuaut+a también ha albergado talleres de desarrollo de capacidades para mujeres en temas como organización, proyectos productivos, incluidos componentes de cambio climático. Además, la comunidad ha recibido capacitación y apoyo para conformar brigadas forestales que han mejorado el combate de los incendios que se presentan.

La experiencia de trabajo ha permitido comprender la necesidad de ajustar las normas de operación tanto de la Conafor como del Fideicomiso del Programa de Desarrollo Forestal de Jalisco (Fiprodefo), entidad que entrega 30 por ciento de sus fondos en la zona.

La entidad federal las modificó para “reconocer los sistemas normativos indígenas en convocatorias específicas, pudiendo establecer requisitos diferenciados”. En cuanto al gobierno de Jalisco no se solicitarán, en primera instancia, documentos como el alta en el Sistema de Administración Tributaria (SAT) y la comprobación de cuenta bancaria. “Estos requisitos serán obligatorios para aquellas personas que resulten beneficiarias”.

Autoridades comunales de Tateikie con el titular de la secretaría de medio ambiente estatal. Foto: Cortesía del Gobierno del Estado de Jalisco.

También se estableció un mecanismo para respetar los usos y costumbres indígenas, como forma de tomar el acuerdo para “solicitar cualquiera de los conceptos de apoyo definidos en las reglas”, explica la directora de recursos naturales de la Semadet, Karen Belén Rodríguez Moedano.

La funcionaria detalla proyectos específicos de las otras comunidades de los wixaritaris: Tateikie (San Andrés Cohamiata) fue beneficiada con la contratación de una asesora técnica para que les ayude con la capacitación para manejo de fuego y con una asesoría del Fiprodefo, para la implementación de buenas prácticas para la protección de la biodiversidad y la conservación de fuentes de agua en bosques y selvas. Además, tiene en proceso un mecanismo local de pagos de servicios ambientales a través de fondos concurrentes (Conafor-Fiprodefo).

Tuaupurie (Santa Catarina Cuexcomatitlán, que posee el corazón de la cosmografía sagrada de este pueblo: Teakata) tiene un contrato de pago de servicios ambientales para dos mil hectáreas, financiado por la Conafor, en busca de generar un manejo sostenible del bosque, con un aserradero y una carpintería, y ha establecido un vivero para reforestación y protección de fuentes de agua.

Vivero en la comunidad de Santa Catarina Cuexcomatitlán, el centro del mundo wixárika. Foto: Cortesía del Gobierno del Estado de Jalisco.

Las comunidades o´dam (tepehuanas) tienen también bosques valiosos y una cultura propia que buscan preservar. Entre los proyectos apoyados en el marco del convenio, está la siembra de más de 87 mil plantas de orégano en San Lorenzo Azqueltán, municipio de Villa Guerrero; 629 hectáreas de bosque en Tenzompa, también para pago por servicios ambientales y  que incluye financiar brigadas comunitarias de combate de incendios. Las mujeres comuneras de Tepizoac, en el municipio de Chimaltitán, han recibido capacitación en sus derechos y en temas de desarrollo de proyectos artesanales.

El presidente de bienes comunales de Wuaut+aÓscar Hernández Hernández, destaca que hay preocupación por la pérdida de tradiciones que ha traído la creciente influencia del exterior, en particular por el dinero, incluido el de fuentes ilegales como la siembra de enervantes, pero “como ese mercado se ha caído (en el caso de la amapola), eso nos ha ayudado a mantener el control de nuestras tierras; sin duda queremos el progreso pero no a cualquier costo, y es algo que tratamos de hacer valer en las relaciones con los programas de gobierno”.

Por otro lado, asegura que hay una tradición de protección del bosque “porque nos da muchas cosas para vivir y sabemos que allí nacen nuestros manantiales; también necesitamos diversos animales del bosque para las ceremonias tradicionales, y los cuidamos desde siempre; sobre todo venados, pero también águilas, pumas y lobos. Muchos visitantes y científicos nos dicen que se extinguieron los lobos de México, pero yo les digo que no se les ve porque los carros los asustan, y ya eso los ha llevado a esconderse más retiradito, pero sí hay de esos animales…”.

La entrada de Tateikie o San Andrés Cohamiata, la comunidad wixárika más al norte. Foto: Cortesía Gobierno del Estado de Jalisco.

En los años sesenta del siglo XX, cuando se empezó a trabajar el plan Huicot, la sierra era uno de los lugares más remotos de México: no había servicios como electrificación, carreteras pavimentadas, hospitales o albergues educativos públicos.

Hoy, 55 años después, la inclusión social ha mejorado, pero a una velocidad inferior que en el resto del país. Las casas de 1965 se alumbraban con quinqué y carecían de todo lujo y de comunicación. Hoy, el atlas de pueblos indígenas señala que 51.8 % de las viviendas tienen un aparato de radio, 35.8 % tienen televisión, 21.7 % tienen refrigerador  y 2.9 % cuentan con internet. Ha hecho falta dar un salto con proyectos propios e inclusivos.

La historia no siempre ha sido fatalidad: muchos pobladores indígenas quieren dejar de ser la eterna víctima en los relatos del llamado progreso.

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Este texto se publicó originalmente en Mongabay Latam:

La apuesta en la Sierra Wixárika de México: hacer del bosque un motor de desarrollo para comunidades indígenas

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