La red de cuidados en la amistad

 

Por María Antonieta Mendívil / @La__Mendivil

Era la primera noche en la que no dormiría en casa quien había sido mi esposo, después de un divorcio creo que, inicialmente, muy bien gestionado. La primera noche en que en casa ya no habría un otro, ni rastro de sus pertenencias, ni una presencia visible sobre una historia que se había tejido por 11 años. 

No estaba triste. Sí había una sensación de vértigo, al mismo tiempo que emoción, expectativa sobre el futuro. Un futuro que era un horizonte yermo, pero libre para reconstruir.

Alguien tocó a la puerta de casa. Me asomé por el ojillo de la puerta, y ahí estaba mi amiga Paulina, con una pizza en la mano, su sonrisa mesurada y su hablar lacónico y directo: “Vengo a ver Friends”. 

Era mediados del año 2000 y la década de los 90 para mí —ahora lo veo— fue una burbuja en la que no me enteré de la música, ni de la cultura popular. Yo era una ermitaña que leía, escribía, trabajaba y hablaba con amigos sobre literatura y política, y con amigas sobre feminismo teórico, feminismo experiencial y feminismo de divulgación.   

No sabía qué era Friends ni cómo se podía ver “eso” en mi casa.  Se lo dije a Paulina y ella me dijo que era una serie, muy ligera y divertida. ¿Dónde está tu tele?, preguntó. Y le apunté al suelo, en una esquina de mi estudio. Ahí estaba una tele que mi padre había llevado a casa, muy extrañado de que no tuviera el aparatejo; justo donde la dejó descansar, ahí permaneció más de cinco años. 

Mi amiga venía en serio a ver Friends. Así es que cargó la tele, le buscó lugar, y de repente cayó en cuenta: “¿Tampoco tienes sistema de cable?”  No. Nada. Nunca. 

Intentó enderezar la antena, y finalmente pudo sintonizar el Canal 5 de televisión abierta, y ahí estaba Friends, en una temporada vieja —me advirtió— y doblada. 

Comimos pizza, nos reímos con el capítulo. Me recomendó otro par de series más: Felicity y Ali McBeal. Me propuse contratar servicio de Cable y tomarme el tema de la televisión un poco más en serio, o más bien un poco más a la ligera. 

Charlamos, nos reímos, me inventó un peinado para que fuera más arreglada a la oficina. 

Y hasta que se fue entendí: mi amiga no se había tomado en serio ver Friends conmigo. Mi amiga se había tomado en serio nuestra amistad y pensó que tal vez esa noche sería difícil para mí. Y fue a cuidar mis emociones, mi corazón, mi estabilidad, mi fuerza. Fue a demostrarme su amistad, así como ella lo hace: con actos, no con palabras ni arrumacos. 

Decidí ver Friends por compromiso con esa amistad; para recordar ese hecho, ese momento solidario y generoso. 

La vida ha dado sus giros (lo único previsible en el futuro es eso: giros y giros). Ahora vivo en otra ciudad, agrandé mi familia con un nuevo matrimonio. Estoy escribiendo una novela y mi compañero ha estado traduciendo un libro bastante complejo. Y vivimos en el centro de una pandemia que parece interminable.

Al buscar algo que ver en Netflix nos decidimos por Friends: cada capítulo es de media hora, nos hace reír, nos despeja del día para seguir trabajando por la noche.

He pensado tanto en la amistad, en mi amiga Paulina, en la vida y su transcurrir. En esas redes a veces silenciosas y otras no tanto que las mujeres creamos como apoyo, como soporte. Esas mismas redes se han seguido tejiendo 20 años después, en otras circunstancias críticas, ahora con la pandemia: los cumpleaños de las amistades, a las que buscamos acompañar en la distancia; las recetas caseras y consejos mimosos que compartimos ante malestares por Covid en todas sus variantes y efectos de las vacunas; platillos o postres enviados a quienes convalecen; charlas por WhatsApp durante el insomnio, la soledad o ataques de ansiedad durante los confinamientos; crear nuevos proyectos autogestivos y apoyar otros existentes; la complicidad en los equipos de trabajo cuando alguien la pasa mal y podemos sostener y apuntalar.  

Celebro la amistad y su red de cuidados. Celebro también la amistad y complicidad de un compañero que es capaz de trabajar en una traducción del alemán antiguo al castellano, pero que también es capaz de reír a carcajadas con Friends; ese es otro regalo.

*

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Maria Antonieta Mendivil
Maria Antonieta Mendivil
Poeta y narradora. Autora, entre otros libros, de Llama (Libros del Umbral), Duelo de noche (Almuzara) y A ras de vuelo (Tusquets editores).

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