No, no somos

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

A lo largo de esta semana buena parte de la conversación en redes sociales ha tenido como tema central la rabieta de Andrés Manuel López Obrador contra Carlos Loret de Mola, a raíz de un reportaje en el que se exhibió un presunto conflicto de interés entre el hijo del primero, José Ramón López Beltrán —que no Velarde, como gritó una panista en tribuna—, y el arrendador de su lujosa casa en Houston.

Terabites de información han corrido desde que el viernes el presidente proyectó una lámina con información que le habían hecho llegar a palacio nacional, en la que se informaba, se supone, los ingresos que tuvo Carlos Loret de Mola en 2021, una cifra que asciende a la friolera de más de 35 millones de pesos. ¿Fuente? El pueblo, esa sombra abstracta debajo de la cual López Obrador encuentra cobijo y que le permite hacer y deshacer. Como el viernes, que además de exhibir los supuestos ingresos del comunicador dijo que iba a instruir al INAI y al SAT para que hicieran una investigación y develaran el origen de sus onerosos ingresos. Las instituciones públicas puestas al servicio caprichoso del presidente. 

Como viene ocurriendo desde hace más de doce años, la conversación se dividió en dos bandos: los que vieron con buenos ojos los dichos de López Obrador y los que se lanzaron en una cruzada para defender la mancillada dignidad de Loret de Mola.

En medio quedamos muchos que reprobamos lo que ocurrió en la conferencia de prensa del presidente, pero que bajo ninguna circunstancia podemos firmar el ridículo y reduccionista hashtag #TodosSomosLoret. Yo al menos no lo soy: me faltan bastantes muchos millones de pesos en mi cuenta bancaria como para siquiera insinuarlo.

¿Por qué estuvo mal lo que hizo el presidente? Por muchas razones, a cual más preocupantes. La primera, me parece, es por querer tomar venganza del reportaje —un material bastante flojo, por cierto, según se ha documentado ya— y usar los recursos públicos (el foro, la audiencia, su tiempo de trabajo, vaya) para contraatacar a quien puso en tela de juicio la austeridad del hijo del presidente. La segunda, López Obrador navegó con bandera de desentendido y, aun sabiendo que no es de su competencia, quiso involucrar al INAI en la disputa. El presidente es todo menos pendejo: al hacerlo no sólo puso en tela de juicio las facultades del instituto, sino que además removió el terreno para minar su credibilidad: si el instituto le lleva la contra, está con los conservadores; si le da la razón, viola su normativa… y la Constitución.

Es de verdad vergonzosa la triquiñuela pergeñada por López Obrador, pues confunde a su audiencia y trata de forzar, con argumentos morales, la pertinencia de conocer los sueldos de comunicadores como Loret de Mola haciéndolos pasar por un asunto de interés público. No lo es. No, al menos, para las normativas y la competencia del INAI, como bien hizo saber el instituto en la respuesta a la carta que, empezando la semana, mandó el presidente.

Si de verdad quisiera transparentar los recursos de Loret usando al INAI, el presidente debería haber comenzado por preguntar cuántos gobiernos estatales han pagado al comunicador por ir a sus estados, como ocurrió, por ejemplo, con Jalisco, donde Loret y Brozo realizaron sendas entrevistas a modo a Enrique Alfaro y que seguramente fueron pagadas del erario. Eso, los recursos públicos, sí son competencia del INAI.

La oposición, que no da una y no la va a dar jamás, pretendió asumir la defensa de Loret y convertirla en una cruzada a favor de la libertad de expresión y el periodismo. Hipócritas. Mientras hacían foros en Twitter y promocionaban su hashtag, el gremio periodístico seguía de luto por la muerte de periodistas que nunca ganaron en toda su vida el sueldo real de Loret de Mola, una cifra que, aun cuando dudo mucho se acerque siquiera a la dada a conocer por el presidente, estoy seguro es tan desproporcionada como falta de ética en un país donde el ejercicio periodístico está tan precarizado.

A los ridículos defensores de Loret, y a él mismo, se les olvidó de pronto su contubernio con Genaro García Luna para hacer un montaje televisivo de la captura de Israel Vallarta y la francesa Florence Cassez; se les olvidó el teatro en torno a la historia de la ficticia niña Frida Sofía durante el sismo del 19 de septiembre de 2017; se les olvidaron las veces que Loret de Mola se robó el trabajo de sus compañeros, quienes hacían el trabajo sucio en campo para que él sólo llegara, se ensuciara la cara con un poco de tierra e hiciera pasar como propia una información que nunca reporteó. Todo eso desapareció de pronto mientras todos decían ser Loret de Mola y él hacía un video presentándose como una vístima de la furia presidencial y un paladín del periodismo. Patrañas.

De un lado y de otro corrieron descalificaciones. Lo importante era defender un bando y cualquier argumento era tomado a favor o en contra de uno u otro. La vida en blanco y negro. Pero no es así: se puede cuestionar lo que hizo el presidente —que dejó ver su lado más visceral, revanchista y autoritario— sin defender a Loret de Mola, y se pude cuestionar los ingresos, la ética, los intereses y el trabajo de Loret sin defender los excesos del presidente.

A lo largo de esta semana hemos visto, pues, un resumen de muchas cosas que deberíamos sentarnos a reflexionar: una, lo que es capaz de hacer López Obrador cuando lo sacan de la jugada y pierde el control de la conversación; dos, lo que es capaz de llevarse entre las patas como chivo en cristalería, en este caso el INAI: el instituto salió raspado por voluntad presidencial; tres, la inoperancia de la oposición, incapaz de armar una estrategia que le permita capitalizar de mejor manera los errores del presidente y erigirse como opción; cuatro, las condiciones en las que sobrevive la gran mayoría de los periodistas en este país, que ven amenazada su vida por la inseguridad y, por si fuera poco, en un clima precarizado por sus mismos empleadores; cinco, la incapacidad que tenemos, como sociedad,  para ver las cosas desde diferentes aristas y, en lugar eso, asumir posiciones maniqueas que lo único que hacen es sumergirnos en discusiones bizantinas.

Al final, la conclusión a la que yo llegué es que el presidente se acerca a límites que no deberíamos permitirle cruzar, porque de lo contrario ya no vamos a poder regresar. Y que no, no todos somos Loret. No mamen.

Adenda

La buena: después de 17 años, una familia pudo localizar a su hijo que había sido sustraído de la clínica 45 en 2005. Lo hicieron gracias al tesón que se alimenta de un amor inconmensurable y que hace que las familias sigan buscando a sus desaparecidos sin importar el tiempo que pase ni que la Fiscalía le dé carpetazo a sus casos y que las instituciones les dejen solas. 

La mala: la ridícula reacción de Enrique El Milagroso Alfaro, que salió a colgarle la medallita al Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses, como si no hubiéramos visto ya la inoperancia con la que trabajan y que ha ocasionado que cientos de familias no puedan recuperar los cuerpos de sus seres queridos aun cuando ya está probado que están en la morgue.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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