El deseo aprendido. ¿Por qué consumimos trabajo sexual?

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Todos los hombres que conozco consumen o han consumido algún tipo de trabajo sexual, desde la colección de DVD de sus hermanos a los servicios de una trabajadora sexual. Pocos reparan en por qué lo consumen, más allá del deseo desenfrenado que desde siempre nos han enseñado. ¿Es posible un consumo ético? 

Texto: Arturo Contreras Camero / Pie de Página

Ilustración: Inimisqui

Cuando empecé a consumir porno nunca pensé en todo lo que implicaba. Estaba en la primaria, todos mis compañeritos estaban vueltos locos por hacerlo, uno hasta contrabandeaba réplicas hechas por él de dibujos japoneses, de hentai. Parecía el llamado de la adolescencia, un rito que a todos nos apuraba mucho. Era como algo que debíamos hacer. Ninguno nos preguntamos de dónde venía, menos quiénes lo producían o actuaban en ellos, vaya, ni por qué teníamos que estar sedientos de ver mujeres desnudas en DVD a los doce.

Aunque han pasado los años, seguimos sin preguntarnos de dónde vienen los videos que inundan sitios de internet y grupos de chat NSFW (Not Suitable For Work o no apto para el trabajo, en español). México es el sexto país que más consume materiales eróticos gráficos por internet, detrás de Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Francia e Italia, según el informe anual del sitio de internet PornHub, que cada año comparte datos sobre el consumo en su plataforma.

¿Por qué consumimos pornografía? ¿Por qué así? ¿En qué momento se volvió tan normal al grado de que muchas personas no se consideran a sí mismas como consumidoras? Para tratar de responder a esas preguntas consultamos con siete hombres, en sus treinta, sus experiencias con el consumo.

“Entonces, ¿el porno cuenta como trabajo sexual?”, me responde uno de los hombres con los que hablé al preguntarle si alguna vez había consumido trabajo sexual. No fue el único, muchos parecen no reconocer la pornografía en este ámbito, como si el trabajo sexual sólo existiera cuando hay relaciones sexuales presenciales y con penetración.

El término de trabajo sexual, explica en entrevista el sexólogo y psicólogo César Galicia, empezó a usarse para definir de manera más precisa y menos peyorativa a las personas que utilizan el sexo, lo sexual o la sexualidad, como su prinicpal recurso de trabajo. Engloba un espectro tan amplio que abarca las relaciones sexuales, los bailes eróticos, los servicios de compañía, la pornografía y las parejas subrogadas que atienden a personas con discapacidades, por mencionar algunos ejemplos.

A pesar de ello muchos no parecen considerarlo así. “Históricamente hay muchas labores, muchas asociadas a las mujeres, que no se consideran como trabajo. El trabajo sexual es una de ellas”, agrega César Galicia. “Existen muchos prejuicios hacia la sexualidad de las personas, sobre todo a las mujeres que utilizan de manera consciente su sexualidad, entonces se piensa que eso no debería ser trabajo”.

El porno, la escuela sexual de nuestra generación

“Yo empecé (a ver porno) muy joven, como a los diez u once”, cuenta otro de los hombres entrevistados; asegura nunca haber consumido otro tipo de trabajo sexual.

“Fue por mi hermano, él me dio acceso, primero por revistas y después por DVD. Dormíamos en el mismo cuarto y normalmente a las doce de la noche, en MaxPrime, ponían esta cosa que era más erótico que pornográfico”.

Desde entonces nunca dejó de hacerlo. En un inicio, no pensaba en toda la estructura que existe alrededor de la industria del porno; pero empezó a hacerlo cuando escuchó sobre el tema de trata.

“Alguna ocasión estaba viendo un video. La mujer me excitaba mucho y en algún momento de la follada escuché que decía ‘help’ y con ojos de ayúdame, eso fue muy impactante. A pesar de ello no he dejado de ver porno”. 

Él intuye que el consumo de porno está relacionado con la sociedad en la que vivimos, en la que “solo usamos a las mujeres para descargar violencia”. Para respaldar su dicho cita los títulos comunes de videos en internet, que reconoce como misóginos y agresivos:Perra con las tetas grandes me la mama” o “Zorrita del CCH me da unos sentones”.

“Sí creo que está conectado, de alguna manera, en el inconsciente colectivo. Se hace válido, no solo referirte así a un ser humano, sino despreciar de esa manera. Sí creo que exista una relación directa del momento actual en el que nos encontramos y la forma no solo en la que tratamos a las mujeres”, dice al final.

Su intuición no está errada, pero queda corta. Para entender más hay que revisar el marco patriarcal de la sociedad, explica Tlacaelel Peredes, psicólogo especializado en temas de género y masculinidades:

“Desde los seis o siete años se les anda pregunte y pregunte a los niños, casi como exigencia: ‘¿y la novia?’, ¿y la novia?’. Cuando deberían vivir su infancia cotorreando con otros niños y niñas. Ese es el marco de referencia del sistema heteropatriarcal y machista, en el que al niño se le pide que demuestre que es hombre”.

Este rol de ser hombre alcanza un punto crítico en la adolescencia con los cambios físicos. El problema, comenta Tlacaelel, es que en casa rara vez se habla de temas de prevención de embarazo no deseado, de enfermedades de transmisión sexual, del uso del condón. Todo por el tabú. Porque se piensa que se va a alentar el inicio de la vida sexual, cuando en realidad a quienes se les habla de sexualidad abiertamente alargan su vida sexual y lo hacen más responsablemente, mientras en el caso contrario inician su vida sexual a los 13 o 14 sin nada de información, por el tabú.

Descubrir que el porno fue la principal fuente de educación sexual para muchos de nosotros no es novedoso, hasta es la premisa de una serie de Netflix. Lo novedoso es reconocerlo como algo que históricamente se ha hecho para el uso y disfrute de los hombres sobre las mujeres y otras personas vulnerables.

Desde la lógica del patriarcado, aprendimos que así era el amor (romántico) y el sexo.

La fantasía de la dominación

“Yo solo lo hice una vez”, responde otro de los entrevistados cuando le pregunto si ha cosumido trabajo sexual. “Lo que me dieron ganas fue la curiosidad. La curiosidad de saber qué era contratar a alguien sin necesidad de ir a buscarla a todos los lugares comunes. Porque al final del día, ir a Tlalpan, a la Merced, allá por Sullivan (conocidas zonas de trabajo sexual en la Ciudad de México), pues encuentras gente que lo hace porque la están explotando”, dice con total seguridad. Considerando que las mujeres que se encontraban en esas zonas tradicionales eran forzadas, buscó opciones.

“Estaba en Twitter haciendo pendejada y media y me empezaron a salir cosas de esas, así como chava guapa, no sé qué y no sé cuál”. Lo cuenta como si al hacer un trato directo con una chica esquivara las redes que controlan el trabajo de muchas mujeres, normalmente vinculadas a la trata. “Empecé a seguir gente que estuviera en ese ámbito de estar vendiendo packs y de estar dando sexoservicio, así empecé”.

Primero compró un álbum de fotografías y videos digitales porno, un pack, a una chica. Después, la curiosidad lo llevó a contratar una hora de servicio con alguien más, fueron a un hotel y su curiosidad quedó saciada. “Ellas te preguntan si quieres que vaya vestida con algo en especial, como para cumplir fantasías. Yo no le pedí nada que no hubiera hecho con mi pareja, pero sí imaginé muchas otras cosas”, dice.

Varias trabajadoras admiten tener clientes frecuentes, sin embargo, la mayoría de los hombres que compartieron sus historias para este trabajo fueron consumidores casuales que no lo volvieron a hacer, o que no lo hacen regularmente, aunque todos coinciden que en el proceso hay un dejo de fantasía de poder sobre alguien más.

“Era el deseo consumado de darle lana a un cabrón y que pudieras, justo, como cosificarlo. Yo así me sentí”, cuenta otro, sobre una noche en que él y su pareja decidieron contratar a otro hombre y una mujer para satisfacer sus fantasías.

Otro más, que alguna vez acudió a una casa de citas, asegura que sería un cliente más asiduo si el lugar no hubiera cerrado. “Son súper súper coquetas y cariñosas, hasta sientes que las amas porque te tratan súper bien. Si no hubiera cerrado yo creo que si hubiera regresado, era muy mágico”.

Ir a la casa de citas era toda una experiencia. En el lugar había un salón con varios muebles y una barra de madera en la que vendían alcohol y cigarros. Uno llegaba, tomaba, y había un show, un tipo de pasarela con las chicas. Entonces uno pedía a la que más le gustara para platicar mientras toman una copa. Después, si el cliente quería, podía llevarla a un hotel indicado por la gente de la casa de citas.

“Ahora que lo recuerdo, pues sí lo veo como gacho, porque no te das cuenta de todo lo que hay detrás de eso. Aunque ella se veía muy a gusto y tal vez sí haya chavas que lo hagan por gusto, otras seguro son obligadas, pero son tan bien entrenadas que no percibes cuál es cuál. Cuando descubrí que los niños son forzados a hacer trabajos sexuales y eso, pues está horrible. Ya años después entendí que al ser consumidor uno es parte de esos problemas”.

Sin una mirada crítica, los consumidores podemos formar parte de la explotación que pesa sobre muchas personas.

¿Es posible un consumo ético? 

El trabajo sexual, en cualquiera de sus formas, está inmerso en un sistema de valores patriarcales; un esquema que somete los cuerpos de otras personas a partir de relaciones verticales. Sin embargo, la lucha por reconocer los derechos de quienes lo ejercen y la irrupción del feminismo en los últimos años nos está obligando a replantear sus formas, o al menos las de la pornografía. Sitios como Only Fans, una especie de Instagram con contenido sexual gráfico en el que se paga a los creadores por medio de suscripciones, parece estar revolucionando la forma en la que nos relacionamos con el trabajo sexual.

“Como fenómeno cultural es una cosa muy interesante”, dice al respecto el sexólogo César Galicia. “Con esto de la pandemia, que estábamos encerrados, muchas personas se quedaron sin trabajo y muchas mujeres empezaron a recurrir a esta opción como para mantener algún ingreso. Se masificó, se empezaron a hacer memes y todo; pero también provocó una discusión más amplia que tiene que ver con las leyes alrededor de este tipo de cuestiones”.

Como ejemplo, César cita el amago de Only Fans de remover el contenido sexual de sus plataformas por un reclamo de las tarjetas Visa y Master Card, que por un supuesto mecanismo de seguridad, bloqueaba operaciones bancarias relativas al mercado sexual, para supuestamente prevenir el tráfico de personas y la explotación sexual. O el artículo del New York Times que criticó que el sitio monopólico de internet PornHub, se beneficiaba de la explotación sexual bajo las que se hacen sus videos, que en ocasiones, incluye menores de edad.

“Todo este fenómeno sí está provocando, de alguna manera, el incentivo para que muchas personas pensemos de manera más crítica qué es lo que estamos consumiendo en pantalla, cómo lo estamos consumiendo, si existen formas diferentes de hacerlo. ¿Qué tan grande es la discusión? No sabemos. A ver, PornHub sigue siendo un monopolio. Only Fans sigue siendo un güey que es dueño de toda la plataforma y que se beneficia del trabajo de un montón de personas, especialmente mujeres”.

César Galicia, sexólogo.

“En México está Alicia Delicia”, ilustra con un ejemplo:

“que hace videos de educación sexual en la que ella se grava, principalmente con su pareja, aunque tiene videos con otras personas. Ella tiene sexo y al mismo tiempo habla de la anatomía de los cuerpos, está explicando cómo se erotiza un cuerpo. Ella lo está produciendo en su casa en Bacalar, con sus recursos, con su gente alrededor, es un ambiente muy padre donde parece ser que no hay explotación”.

Lo importante, dice, es la discusión en sí misma. Él mismo ha ido a colegios, principalmente de paga, donde le piden hablar del tema. No solo las escuelas lo están mirando y sus alumnos lo están platicando. Hay personas que buscan escapar a esta lógica violenta de la pornografía para encontrar otras maneras más éticas y responsables de crear representaciones gráficas de la sexualidad, que lo están llevando a lo práctico y que están descubriendo cosas muy interesantes en el camino, que pueden servir no solo en el campo de la pornografía, sino en todo el mundo del trabajo sexual.

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Historias

Introducción

Este trabajo fue producido con el apoyo de OSF y forma parte de un proyecto de la Red de Periodistas de a Pie para la capacitación a periodistas en la cobertura de trabajado sexual en la CdMx.

Agradecemos profundamente el tiempo, las asesorías y la reflexión colectiva a Dignificando el trabajo, Casa de las muñecas Tiresias, Brigada Callejera de apoyo a la mujer “Elisa Martínez”, Centro de Apoyo a las Identidades Trans, Agenda Nacional Politica trans de México, Equis justicia y Alianza Mexicana de Trabajadoras sexuales, así como del equipo de Sónica, de Guatemala, que nos ayudó a facilitar el encuentro.

Créditos:

Coordinación general del proyecto: Daniela Pastrana

Asistente editorial: Edith Victorino

Edición de textos: Daniela Rea

Edición de fotos y video: María Ruiz

Redacción: Yazmin, José Ignacio De Alba, Isabel Briseño, Arturo Contreras, María Ruiz, Daniela Pastrana

Fotografía: Duilio Rodríguez, Isabel Briseño y María Ruíz

Ilustraciones y animación: Inimisqui

Infografías y difusión: María José López, Daliri Oropeza, Lucía Vergara

Revisión de contenidos de difusión: Lola Dejavú

Diseño de información: Fernando Santillán

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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