Relatar desde la periferia como protesta contra el olvido de Sofía

Maroma

Por Itzayana Irán Tarelo Licea, Maestra en Antropología por El Colegio de San Luis A.C.

Escritora invitada por “Maroma: Observatorio de niñez y juventud”

 

A la memoria de Sofía, Kimberly, 

Ana y a todas las niñas víctimas 

de la violencia feminicida en Michoacán

La fotografía de Sofía Lizeth, una niña de ojos redondos y oscuros, con una sonrisa que apenas se esbozaba en su rostro y que contrastaba con la colorida ilustración de Blanca Nieves que la enmarcaba, junto con una descripción, llena de faltas ortográficas, circulaba en Facebook y WhatsApp. La madre de Sofía pedía ayuda para localizar a su hija que salió de casa el 2 de abril de 2021, a las 6:00 de la tarde, rumbo a la tienda en la colonia El Barril, perteneciente al municipio de Jacona, Michoacán, pues desde entonces no volvió a saber de ella. 

Al paso de los días la denuncia tomó un carácter formal cuando Alerta Amber Michoacán emitió una reporte de búsqueda oficial. Hasta el 7 de abril se tuvieron noticias sobre el paradero de Sofía. En un predio cercano a su hogar, yacía su cuerpo moreno, desnudo, ultrajado y cercenado. El asesinato de Sofía tocó los tejidos que se encuentran bajo la coraza de una población expuesta diariamente al horror de la violencia. Absortos, diversos contingentes de la sociedad civil tomaron las calles para exigir justicia para Sofía. 

Los acontecimientos que secundaron el feminicidio de Sofía, lo convirtieron en un espectáculo sobre pobreza y muerte sin precedente en la región. El medio local “Denuncia Ciudadana”, transmitió por Facebook el velorio de Sofía. En el centro de un cuarto en obra negra, con techo de lámina y piso de tierra, su madre, quien se encuentra de pie a lado de un modesto ataúd blanco, llora y pide justicia. Entre las piernas de la mujer se asoma la cara de un niño pequeño que mira con sus grandes ojos a la cámara, mientras su madre responde a las preguntas del inoportuno reportero. La cobertura noticiosa fue más allá con el morbo de los espectadores, pues mostró el humilde cuarto donde dormía la niña Sofía hasta antes de su muerte.  

El feminicidio de Sofía evidenció el estado de marginación en que viven las niñas y los niños de la colonia El Barril, como consecuencia del abandono gubernamental. La presidencia municipal, de ese momento, pensó que con gestos de caridad resarcirían el daño que la desigualdad sistémica ocasionó. Del conjunto de manifestaciones se recopiló la cantidad de $2,600 para la familia. En una última entrevista los abuelos y la madre de Sofía, rodeada por sus cuatro hijos pequeños, agradecen el apoyo que les han brindado. 

Ha pasado más de un año desde que Sofía fue asesinada y el caso sigue sin resolverse, a pesar de la presión que la sociedad ejerció en aquel momento. Las autoridades no llevaron a cabo una reparación integral del daño para la familia. Nadie se disculpó por la antiética cobertura mediática. Parece que la memoria es corta. Ya nadie se acuerda de Sofía, ni de la deuda pendiente con las infancias de la colonia El Barril, con las infancias marginadas de Jacona, con las infancias azotadas por una guerra civil. 

Antes de morir Sofía ya era víctima de la miseria y la desigualdad. A Sofía se la llevó alguien que sabía de su estado de vulnerabilidad y el de su familia. Escribir, nombrar y recordar en estas líneas es mi protesta contra el olvido de Sofía, contra el olvido de las niñas víctimas de feminicidio en esta periferia del país. Al recordarlas encendemos una luz para ellas. 

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