Amapola en la nación triqui: El puente de armas a las costas de Guerrero

Sembradores de la Niebla

El Ejército Mexicano ha acusado al pueblo triqui de sembrar amapola y traficar armas ilegalmente al menos desde 2017. Los triquis señalan a las instituciones de seguridad de usar esta excusa para militarizarlos y acabar con su autonomía como pueblo originario: un derecho a autogobernarse que reclaman desde hace 30 años, con un costo de más de 800 muertos, miles de desplazamientos forzados y enfrentamientos políticos por el control de su territorio en Oaxaca.

Por Karen Rojas Kauffmann / El Muro

La abuela tenía la idea de que
las balas eran malditas y que siempre buscaban
un cuerpo dónde meterse.

Natalia de Marinis

Río Metates, Copala, Oax.- La región triqui es un pueblo de hombres y mujeres dispuestos a la guerra. Un feudo culturalmente complejo y marginal, ubicado a 237 km de la capital de Oaxaca -cerca de 6 horas de caminos sinuosos y carreteras mal pavimentadas-, que por el norte colinda con el municipio de San Juan Mixtepec, habitado por indígenas mixtecos; por el sur sus límites alcanzan al municipio de Constancia del Rosario, habitado por mestizos; al este colinda con la agencia municipal de San Miguel del Progreso, al oeste con comunidades del municipio de Santiago Juxtlahuaca y hacia el centro de la región, en apenas una hora, se adentra a las montañas de Guerrero.

Al menos desde hace cinco años, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), ha acusado a este pueblo indígena de sembrar amapola ilegalmente, pero los enfrentamientos entre el Ejército Mexicano y el gobierno de Oaxaca contra las organizaciones sociales indígenas triquis se remonta cincuenta años. Los indígenas triquis señalan a las instituciones de seguridad de querer militarizarlos para acabar con su autonomía como pueblo originario.
El miércoles 15 de marzo de 2017 en la comunidad Río Lagarto, del municipio Constancia del Rosario, todo amanecía aparentemente en calma. La vegetación después de una llovizna suave se abría exuberante sobre la corteza de los rayos del sol y su luz cobriza.

En la cima del cerro Tres Cruces, algunas mujeres triquis limpiaban la maleza de las parcelas, otras removían los troncos y las raíces de la tierra seca, mientras los niños, juntadores del fuego, buscaban el ocote que sus madres quemarían más tarde entre las brasas del café hirviendo.

Durante las primeras horas del día una aeronave peinaba insistentemente la zona. El helicóptero, un Bell 206 de la Fuerza Aérea que era tripulado por cinco elementos del Ejército Mexicano, sobrevolaba una y otra vez ante la mirada atónita de los niños y las mujeres que limpiaban la milpa. Realizaba un operativo de reconocimiento en el que, de acuerdo con la versión de los uniformados, habían ubicado al menos 47 plantíos de amapola en esa zona triqui del estado de Oaxaca.

Ante la obstinación del sobrevuelo de la aeronave, un grupo de pobladores no identificados dispararon al cielo. Las mujeres y sus hijos corrieron desesperadamente sobre la cima empinada. Entre la confusión y el miedo, pronto la nave fue repelida a balazos.

“Durante el ataque varias balas se impactaron en el fuselaje derecho, y una de ellas atravesó peligrosamente el compartimento del equipaje, muy cerca de la boca de llenado del combustible”, explicó en un boletín de prensa publicado el 17 de marzo de 2017 en medios locales, el teniente piloto aviador Luis Javier Hernández, quien logró aterrizar la nave sin contratiempos.

En respuesta al ataque del helicóptero, cien elementos de las fuerzas castrenses incursionaron sobre la zona montañosa, para destruir los plantíos de amapola que la Sedena presuntamente había localizado mediante imágenes satelitales, y verificado con fotografías aéreas recolectadas en sobrevuelos anteriores.

Ante la avanzada de las fuerzas castrenses, y en pocos minutos, “más de 300 indígenas triquis, la mayoría mujeres y niños, bloqueó el paso al grupo del Ejército que pretendía asegurar y destruir unos 47 sembradíos de amapola que eran visibles a distancia”, informó en el mismo boletín, el general de la octava zona militar, Alfonso Duarte Mújica.

La versión oficial aseguró que, armadas con palos y machetes, las mujeres se habrían mantenido de pie –inamovibles–, clavadas en el suelo frente a los soldados.

Somos sembradores no criminales

La región triqui es una ínsula de unos 500 km2 rodeada por los valles, las laderas y las quebradas de la mixteca alta y baja, y donde San Juan Copala, centro de poder económico, político y religioso de este grupo, es además una salida de apenas 45 kilómetros que, por la carretera federal número 15, atraviesa la frontera con Guerrero, un estado ampliamente conocido por ser el primer cultivador de amapola en México y una de las principales zonas productoras de goma de opio en el mundo, según Pierre Gaussens, investigador del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, en su artículo La otra montaña roja: el cultivo de amapola en Guerrero.

Además del café -que hasta hace 30 años se presentaba como el cuerno de la abundancia- los indígenas triquis cosechan cientos de hectáreas de maíz, plátanos, mangos, mameyes y guayabas, pero a pesar de estar rodeado de suelos fértiles, la tierra luce abandonada a causa de la violencia endémica que comenzó en 1948, cuando San Juan Copala -que había sido un municipio independiente de Oaxaca desde 1826-, fue disuelto como centro de poder político y económico por el Congreso del Estado, quien por la fuerza acordó su adhesión al municipio de Santiago Juxtlahuaca, y lo sometió a los gobiernos de sus vecinos: indígenas mixtecos y mestizos.

Violencia que ha fustigado a sus pobladores de manera más cruenta desde hace 50 años, quienes han vivido entre emboscadas, secuestros, asesinatos de caciques y líderes sociales que se disputan el poder político interno de la región, y por el que todos los días se multiplican los enfrentamientos entre padres e hijos; entre hijos y hermanos; entre hermanos y hermanos triquis.

*

Constancia del Rosario, en la cresta del municipio de Juxtlahuaca, es una región escarpada de suelos irrigados por las aguas de los ríos Zapote, Venado y Copala. Una cordillera montañosa con pendientes muy pronunciadas y barrancas abismales en las que se caminan horas, y más horas, para ascender.

Allí arriba, en la región más pobre de Oaxaca, se puede barbechar, piquear, deshijar -como le llaman los campesinos a la cosecha de amapola- y por supuesto, rayar la bola sin miedo, para obtener la resina café de la adormidera o Papaver somniferum: el sueño de los campos de opio.

La siembra de amapola en el territorio triqui no es nueva. Tampoco son nuevas las enérgicas acciones militares y los programas gubernamentales de este y anteriores gobiernos por destruir los cultivos de la flor. Y aunque no hay indicios exactos de cuándo se empezó con la siembra, los campesinos triquis de San José Yosocañú aseguran que el cultivo de amapola ha permanecido décadas en la región porque ha traído cambios sociales y económicos a las comunidades triquis, pero también les ha ayudado a conservar sus formas tradicionales como campesinos agricultores de pequeña escala que se concentran en grupos familiares, cerca de 20 a 30 personas, para sembrar en un área a la que le llaman “milpa familiar o colectiva”, a diferencia de los sembradores mestizos de Sinaloa o Durango, donde predomina la agricultura comercial a gran escala, según informes de la organización civil Noria Research.

Las ganancias son suficientes pero en San José Yosocañú, los campesinos no se identifican como parte del crimen organizado. Ellos producen la goma de opio, sí; también algunos manejan camionetas lujosas o armas de uso exclusivo del Ejército, especialmente las autoridades agrarias, pero no se consideran criminales.

–La mayoría son campesinos desde niños –dice Baltazar Ascencio, un indígena triqui de unos 45 años, delgado, moreno, con una barba incipiente.

–Ellos labran la tierra donde crecen las flores de amapola. Los criminales en cambio, se imponen como los únicos compradores: establecen el precio definitivo, cuándo y cuánto sube o baja la goma, también consiguen los medios para transportarla y venderla a gran escala. Los sembradores de San José Yosocañú, no. Ellos son sembradores, no criminales.

***

Este reportaje forma parte del proyecto, Amapola en Oaxaca: Sembradores en la niebla que fue realizado con el apoyo de la Fundación Gabo y la Open Society Foundations, gracias al Fondo para investigaciones y nuevas narrativas sobre drogas(FINND) y puedes consultarlo completo en estos enlaces

Las crónicas completas en estos enlaces:
https://sembradoresenlaniebla.elmuromx.org/

https://piedepagina.mx/sembradores-en-la-niebla/

https://sembradoresenlaniebla.elpajarovaquero.com/

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