Mal-estares de chicas institucionalizadas: la imagen familiar como prisión e ideal

Maroma

Por Liliana Sarahí Robledo, integrante de Maroma: observatorio de niñez y juventud

Por más de una década he acompañado niñeces en escuelas, plazas, parques, calles y hogares en ranchos, pueblos y ciudades agrícolas del Occidente de Michoacán. Las he observado jugando, trabajando y creciendo: he contemplado lo efímero que puede ser la vida, sus aprendizajes y las huellas que quedan en forma de memorias de infancias. Hace cuatro meses me dediqué con una amiga psicóloga a buscar sitios posibles para armar un taller donde trabajáramos aspectos emocionales en sitios que nos parecían propicios para aprender a romper con nuestros ideales de lo que es el proceso de vida de una niña, un adolescente o una joven.  Después de tocar varias puertas, mi amiga consiguió un tiempo-espacio con chicas adolescentes y jóvenes que estaban en una institución para su cuidado y su crianza en Morelia. 

Decidí entrar con la intención de cuestionar la mirada de que la familia “lo es todo”. Intuía, por la novelas y textos académicos que había leído, que llegaríamos al sitio propicio para cuestionar lo consanguíneo que se supone “debe” acompañar la existencia humana.

En las estipulaciones legales de derechos humanos en México se considera que los niños son titulares de derechos y entre los que destaca es el “derecho a la familia”. En los dispositivos y medios que promueven los aspectos culturales y morales de México como el cine, las telenovelas, la música y la memoria comunitaria la familia tiene un reconcomiendo amplio y primordial. La niñez, la adolescencia o la juventud que está en condiciones de institucionalización queda en los márgenes de las estipulaciones legales. Por ejemplo, en Michoacán no hay campañas de promoción a la adopción y si la existiera hay muchos líos respecto a la trata de jóvenes ya que pueden ser capturadas en redes que pongan en riesgo su trayecto de vida. Con estos referentes nos animamos a entrar. 

Realizamos un taller con 15 chicas entre 13 y 19 años. Cada una con su historia de vida trágica, melancólica, nostálgica. Las chicas se ven obligadas a recordar, a manifestar, a comunicar, a insistir, a reafirmar su mal-estar cuando algún contenido sensitivo del curso le recordara su pasado. Con mi amiga tratamos de darle un giro de expresión de las emociones a través del arte: emocionarte. Nos funcionó esta propuesta porque las chicas a la par que coloreaban narraban, sin que se les obligara, por qué estaban en ese sitio, cómo fue que llegaron, hace cuánto, qué fue de su familia, qué esperaban cada día, cuál era su situación legal, cuándo eran las visitas, quiénes las visitaban, cuál era su proceso como estudiantes en diferentes escuelas primarias, cuáles eran sus canciones favoritas, cómo era el contacto con “el mundo exterior” como ella le llamaban al cruzar las puertas de la casa, cómo era la organización del trabajo, cómo se construían las alianzas, por qué las redes de amistad eran fundamentales para la cotidianeidad, cómo se construían relaciones afectivas entre las compañeras (cómo llevar un noviazgo en una casa hogar), qué las inspiraba en crear un proyecto de vida. Esto era posible porque la chica que se encarga de la administración es abierta a los procesos de las chicas y que no siempre deben estar en encierro: su deber es enseñarlas para cuando no se les permita vivir en ese espacio: es hacerlas funcionar en una ciudad, en una sociedad, en la vida. 

Además de compartir el espacio de vivienda, las actividades y las cuidadoras, comparten un factor de por qué se encuentran viviendo en ese sitio: problemas en sus nichos familiares. Algunas están desde que nacieron en casas hogares, nunca conocieron a sus padres biológicos ni a ningún familiar: su vida se forjó con diferentes cuidadoras y compañeras; no conocen más allá del mundo institucional en el que crecieron: la casa hogar es su asociación primaria afectiva, de cuidado y de enseñanza. Otras recuerdan cómo llegaron: tienen noción de haber llegado después de los tres años de vida por alguna tragedia familiar: separación de los padres, ausencias de cuidadores externos, abandonos, problemas de violencia doméstica y sexual. Algunas más tienen recuerdos de llegar a la casa hogar en su infancia tardía entre los 7 a 10 años. 

La mayoría de chicas que llegaron en el momento que se considera como transición a la adolescencia a o pubertad 11 a 13 años son por cuestiones de abuso sexual del padre o de algún familiar y que su caso legal no ha sido resuelto. Las que se encuentran de los 14 a los 19 son chicas que crecieron en instituciones gubernamentales de cuidado, que tuvieron problemas de “comportamiento” al afrontar de manera “violenta” a sus abusadores, por ser capturadas como “ilegales menores de edad” en el país siendo, por casarse con un hombre que triplica su edad, por “desobedecer” el orden moral en que la organización familiar establece, por la muerte de los padres y familiares debido al contexto de conflicto armado que se vive en gran parte del estado de Michoacán. 

Las chicas comparten circunstancias similares porque algunas padecen la ausencia o el abandono familiar, de las relaciones consanguíneas, aprenden a vivir el día a día con sus cuidadoras, las alianzas en forma de amistad tienen mucho peso en la forma de sobrellevar los días. Algunas de ellas reconocen que sus cuidadoras y la institución no es “tan mala” como otras. Para enfatizar las diferencias quienes llevaron una infancia institucionalizada compartieron sus anécdotas de ser criadas por “las monjas” y un espacio como en el que estaban donde se enfocaban en las incidencias emocionales, artísticas, en la elaboración de un plan de vida, la motivación de los estudios y las referencias de chicas que estuvieron en ese lugar y son un “ejemplo de vida”: un referente ante los determinismos de crecer en una institución y creer que es posible existir fuera de la normatividad familiar. 

La mayoría de las chicas tenía la intención buscar, conciliar o reconectar los vínculos consanguíneos con hermanos que quedaron en casas hogares masculinas, con sus parientes que permanecen en las comunidades o, si existen, su madre o su padre. Las relaciones consanguíneas se convierten en prisiones emocionales y se refuerza esta idea en casi todos los sitios de existencia o los productos de expresión humana que consumen las chicas como las películas, las telenovelas, la música y los libros de textos que les dan en sus escuelas. 

Casi nadie nos enseña que el peregrinar también es un modo de existir; que no todos tenemos el privilegio de contar con un nicho de crianza “armoniosa” o “respetuosa” como se promociona en redes sociales por madres que dedican sus días a exponer sus incidencias maternales frente a una cámara; que no todas las niñeces, las adolescencias y las juventudes michoacanas, y quizás mexicanas, reciben las mismas condiciones de existencia: que las diferencias en la crianza, en el cuidado y en los escenarios donde crecemos también son privilegios de clase que pocas veces se reconocen. Me refiero a las condiciones de clase porque la mayoría de las familias de las que procedían las chicas estaban en condiciones económicas desfavorecidas para tener un hogar propio, un sueldo fijo, un seguro médico que cubriera las necesidades de los integrantes, con ausencia de formación política para la resolver problemas de la vida y en una organización que tiende a privilegiar a los que “más tienen”. 

Quienes llegan a estos refugios suelen ser hijas e hijos de personas que viven en los márgenes de las situaciones: las que se pueden caracterizar como trágicas por la forma como se ganan la vida, porque recurren a situaciones extremas, por expresiones de violencias domésticas, físicas, sexuales, verbales o porque no siempre se tiene la fuerza necesaria que requiere el cuidado, la crianza, la educación, la alimentación y el acompañamiento continuo de una niño o un niño, pese a que sea nuestro hijx. 

Para cerrar considero necesario manifestar que los dolores, angustias, tragedias, incertidumbres, sueños, proyecciones, cuestionamientos, contraposiciones e ideales de vida, familia y sociedad por los que pasan las adolescencias y juventudes institucionalizadas requieren una lectura matizada para recocer cómo sobrellevan sus situaciones de coyuntura y hacia qué directrices orientan su trayecto vital. La invitación a los lectores es explorar y crear estrategias diversas para dirigirse a niñeces, adolescencias o juventudes, que se rompan los ideales de direcciones únicas, cuidadores únicos: para aceptar a quienes están institucionalizados por las condiciones trágicas humanas: por las prisiones que conllevan los vínculos consanguíneos: la condena de llevar el apellido de quien no aprendió a sobrellevar lo que conlleva el maternar o paternar. 

Reconocimiento a las chicas que transforman ante la contingencia.

Comparte

Maroma
Maroma
Maroma es un observatorio de la niñez y la juventud. Somos un grupo interdisciplinario de personas involucradas en los sectores académicos, comunitarios, públicos y privados con fines de gestión y bienestar para la niñez y juventud que busca incidir en políticas públicas y movimientos sociales con un enfoque de innovación social.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer