Lio

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Esta es la última colaboración de este año en ZonaDocs. A partir de hoy comienza el tobogán de festejos por el cierre año y, como no hay fuerza capaz de contener semejante tsunami de felicidad y buenos deseos, lo mejor es bajar la cortina.

En medio de la crisis por la basura que le está explotando a Tonalá y que ya se empieza a sentir en toda el área metropolitana —¿ya se dieron cuenta que los camiones de la basura han espaciado su frecuencia de paso?—, con el madrazo que le sorrajaron al sistema electoral mexicano con el llamado “Plan B” de la reforma electoral fallida del presidente, con el gobernador a punto de arrancar su campaña personal para perseguir su esquizofrénica candidatura presidencial, en fin, con tanta cosa que está pasando en este lugar por estos días, prefiero irme por la banda y escribir sobre fútbol porque, como dijo Arrigo Sacchi —hay quienes le atribuyen la frase a Valdano—, «el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes». Y es que este fin de semana tendrá lugar de la cosa más importante que puede haber en ese universo de lo no-importante: la final de la Copa del Mundo de Qatar, que, aunque tendrá a 22 jugadores sobre la cancha, lo cierto es que todas las miradas estarán fijas en uno de ellos y sólo en él: Lionel Messi.

Como no quiero que se me acuse de ser fanático de ocasión, debo aclarar que yo soy seguidor del Real Madrid desde los tiempos de Hugo Sánchez. Soy, digamos, ajeno al barcelonismo villamelón desatado por el argentino. Por si fuera poco, nací, crecí, vivo y yo creo me voy a morir en Guadalajara, ciudad que, se sabe, tiene un fuerte vínculo con la Selección Brasileña. En la cancha del estadio Jalisco dejaron sus goles Pelé y un jovencísimo Ronaldinho, hace ya varios años, por lo que en cada torneo internacional me inclino por apoyar a la verdeamarela, sabiendo que el representativo mexicano difícilmente va a tener un papel destacado. Y, sin embargo, lo escribí en la columna previa al arranque del Mundial, este año sí quería que Argentina llegara a la final y espero de verdad que el domingo se lleven la copa de regreso a Sudamérica.

En 2022 escribir sobre Lionel Andrés Messi Cuccittini (Rosario, 1987) significa volver a escribir cosas que ya se han escrito y vuelto a escribir una y otra vez. Son de sobra conocidos sus inicios en Newell’s Old Boys —el Ñuls—, sus problemas de crecimiento, la acogida a cargo del Barcelona, el contrato en la servilleta, etcétera. Su debut y consolidación en el Barcelona, con el que ganó absolutamente todo a nivel de clubes y a nivel individual, su rivalidad deportiva con Cristiano Ronaldo, su abrupta ruptura con el club catalán y su mudanza a Francia, al Paris Saint Germain, han ocupado los titulares de la prensa deportiva prácticamente desde 2004 cuando en su debut metió dos goles a pase de Ronaldinho —nomás contó uno, porque el primero lo anularon por fuera de lugar.

Que si tiene un grado de autismo, que si en realidad es un jugador inflado, que si no hubiera sido por Iniesta y Xavi en la media cancha del Barcelona no habría logrado nada, que si es un traidor porque con la Selección Argentina no rinde, que si es un pecho frío… de Lionel Messi se ha dicho todo y más. Y por eso había tanta expectativa sobre el papel que habría de jugar en el que es muy probablemente su último Mundial.

El futbolista argentino, a quien todo el mundo califica como el heredero directo de Diego Armando Maradona, llegó a Qatar en el ocaso de su carrera. Pero quien haya visto los seis partidos del combinado argentino se habrá dado cuenta de que llegó con una convicción clara: llegar a la final. Aun con el tropezón de la primera jornada, cuando sorpresivamente cayeron contra Arabia Saudita, desde el principio quedó claro que Messi no iba a dejar que nadie se metiera en su camino. Y si quieren darse una idea de qué pasa cuando Lio clava la mirada en algo, échese un clavado al relato “Messi es un perro”, del escritor argentino Hernán Casciari. Una chulada. 

Antes de obtener la Copa América el año pasado, Messi había perdido todo con la selección argentina, incluida la final del Mundial de Brasil 2014. En Argentina, donde el fútbol es una pasión arraigadísima con todo lo que esto implica, se pidió una y otra vez que renunciara. Y él se fue, y regresó. En uno de los videos que han pululado por estos días, vi una declaración en la que, cito al vuelo, Messi decía que no quería quedarse con la espina de no haber ganado nada con la selección sólo por escuchar a aquellos que no le querían. Y regresó, más de una vez regresó. Y volvió a perder. Hasta que el año pasado se rompió la maldición de la mejor manera: ganaron la Copa América en Brasil. Y pareciera que Messi recobró fuerzas.

Después de perder el partido inicial, Messi se echó el equipo al hombro para guiarlos. Uno de estos días, uno de mis hijos me preguntó si Argentina estaba jugando bien, y yo le dije que… estaban jugando como Argentina. Y es que los partidos de la albiceleste en este Mundial no han sido un prodigio táctico o técnico, pero han sido determinados por la voluntad del 10. Ahí donde nunca pudieron encontrar un Iniesta y un Xavi pusieron otros diez jugadores que tenían clara una cosa: no podían ser como Messi, pero podían dejarse llevar. Me sigue conmoviendo la cara de felicidad de Julián Álvarez a quien se le nota el orgullo de jugar junto a su ídolo y ayudarlo a conseguir su objetivo. Me parece obsesiva la actitud de guardaespaldas de Rodrigo de Paul, pero vaya que ha dispuesto las cosas para que Lio haga lo suyo. Quien haya visto cualquiera de los partidos de este Mundial estará de acuerdo conmigo que por primera vez toda la plantilla, incluido Scaloni, el técnico, se pusieron al servicio de Messi y el resultado está ahí: están a un partido de ganar la tercera Copa del Mundo para su país.

Basta ver las llaves del Mundial para darse cuenta de que el plan original era que llegaran a la final Argentina y Portugal para vivir un apoteósico enfrentamiento entre Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, pero al portugués ya no le alcanzó y nadie contaba con la astucia de Marruecos. Al final, prefiero que haya llegado Messi porque es la reivindicación del juego que, creo, hace que uno se enamore del fútbol: ese que se juega en las calles, en las canchas de barrio, arrastrando la pelota y arriesgándose con descaro. Para ejemplo, el baile que le puso al defensa croata en la semifinal. Cristiano es una máquina de jugar fútbol, un atleta de alto rendimiento; Lionel Messi es un futbolista de barrio. Y esos, se sabe, son los imprescindibles.

El enfrentamiento contra Francia promete ser un partidazo, y los calenturientos ahora buscan vender un duelo entre iguales protagonizado por Messi y Mbappé. El otro día escuché decir a uno de los merolicos de Televisa que el francés estaba llamado a ser el heredero del argentino, pero ni al caso: los recursos de Kylian no son ni la mitad comparados con los que tiene Messi en las botas. Por eso reitero lo que escribí acá unas semanas: banco a Argentina y ojalá que Messi levante la copa. Y que podamos vivir para contarlo.

¡Hasta el próximo año!

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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