¿A quién le importa?

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Una de las cosas que más detesto es el ruido de las motocicletas de alto cilindraje, el de los autos que van despedorrándose porque les quitaron el silenciador y el de los camiones que, además, muchas veces va acompañado de una nube de humo que no pasaría ninguna verificación, pero cuyo emisor sigue circulando.

Pienso en esto mientras veo la luz verde del semáforo en Félix Palaviccini y prolongación Alcalde, justo donde se encuentra la sede de la Secretaría de Movilidad. Veo la luz verde del semáforo pero no puedo avanzar: una horda de motociclistas se pasa la luz roja que tiene su semáforo mientras una patrulla de Vialidad espera, como el resto, a que la dejen pasar. La columna de motociclistas no se detiene. Son cientos, todos con sus motos rugiendo en una demostración de no sé qué. A la multitudinaria violación al reglamento de Tránsito —los motociclistas no sólo se pasan los altos, sino que prácticamente ninguno porta casco— hay que sumar la contaminación auditiva que se extiende por la ruta que se le ocurra a la vanguardia de la columna. Nadie los detiene, aunque se pasen los altos.

Las hordas de motociclistas que se adueñan de las calles son un síntoma, uno más, del desgobierno que vive el área metropolitana de Guadalajara, con la complacencia de las autoridades que, a estas alturas, ya están más concentradas en ir preparando la elección de 2024, porque el proceso comienza en 2023 aunque la carrera comenzó en 2018. 

Así, mientras los políticos ya están pensando dónde se van a acomodar y de cuál centro de verificación van a sacar recursos para las campañas por venir, el área metropolitana de Guadalajara padece cada día más con el pésimo servicio de recolección de basura. Si de por sí a la gente le gusta dejar las bolsas abandonadas en la esquina, ahora con mayor razón: como nadie sabe cuándo va a pasar el camión recolector, parece que las personas prefieren que sus desechos se queden en la calle a que se acumulen dentro de la casa.

Mientras todos los gobiernos, el estatal y los municipales, se las dan de comprometidos con el medio ambiente, los hechos dicen lo contrario: el área metropolitana sigue cambiando las áreas verdes por torres de concreto que se multiplican como plaga. Nada detiene al “desarrollo” inmobiliario y se siguen construyendo edificios de departamentos que nadie o muy pocos pueden pagar para comprarlos y para los que a nadie o a muy pocos les alcanza para rentar. Y si nadie puede comprar y si nadie puede rentar, ¿cómo es que siguen brotando más y más? Misterio.

Como si la generación espontánea existiera, “de la nada” apareció la propuesta de construir un segundo piso en López Mateos, la avenida donde los tapatíos se reúnen para chocar. Hasta ahora yo no he visto o escuchado desde qué punto pretenden construir semejante despropósito, aunque por la dinámica de la vialidad imagino que están proyectando la autopista elevada a Tlajomulco a partir de periférico con su jugoso y concesionado negocio de casetas para cobrar el acceso. 

La avenida López Mateos es otro buen ejemplo de las pésimas decisiones gubernamentales. Primero le hicieron túneles que, dijeron, harían más ágil la circulación, y más tardaron en construirlos que éstos en colapsarse. Luego le pusieron más carriles después de Periférico, pero pronto se llenaron de más y más autos. ¿Qué va a pasar con más carriles, así sean subterráneos o elevados? Nada, que se van a llenar y a llenar y a llenar. Ahora escuché que alguien quiere quitar los semáforos que están en Plaza del Sol, como si de veras no supieran que eso es casi como querer curar el cáncer con aspirinas. Y así va a seguir pasando mientras la mancha urbana se siga extendiendo y en tanto las autoridades prefieran rentar el centro a usuarios de Airbnb a precio de ganga para la plataforma, aunque a un costo muy elevado para las personas. Poderoso caballero es don dinero, dicen.

Que si la verificación es una medida recaudatoria porque ahí viene ya el Año de Hidalgo; que si había que levantar sí o sí la escultura de Barragán aunque no luzca porque la pusieron en medio de edificios más altos y ni siquiera estaba proyectada para ese espacio; que si ya abrieron Enrique Díaz de León aunque las banquetas no estén terminadas; que si ya no sirven las escaleras eléctricas de la línea 3 o que si las estaciones de Su Macro del Gobernador ya están más madreadas que sus aspiraciones presidenciales, ¿a quién le importa?

A las autoridades, evidentemente, no.

Y pienso todo esto hasta que por fin pasa el último par de motocicletas, ya rezagado del grupo pero que aun así se aferra a pasarse el alto mientras la patrulla de Vialidad no hace nada por evitarlo. Total, ¿a quién le importa?

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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