Ni los veo, ni los oigo

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Ilustración: Wilson Morfe

En septiembre de 1994, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari acudió a San Lázaro para rendir el que era su último informe de gobierno. Quienes ya tenemos cierta edad todavía recordamos cómo era ese circo: el presidente llegaba y leía un discurso larguísimo sobre lo bien que había hecho las cosas en el último año, con los aplausos de la bancada priísta y los gritos, reclamos y aspavientos de las bancadas de oposición, sobre todo la del PRD cuando éste todavía tenía algo de capital político y no se había convertido en ese no-muerto que ahora sólo sobrevive para seguir chupando recursos del erario. La “calidad” del espectáculo durante el informe era muy variada. Para no desviarme tanto, sólo voy a poner como ejemplo aquella vez cuando, en 1996 y durante un informe de Ernesto Zedillo, el diputado perredista Marco Rascón acaparó los reflectores al plantarse delante del mandatario para protestar con una máscara de cerdo. Eran otros tiempos.

Vuelvo al principio. Decía que era 1994 y Salinas presentaba su último informe de gobierno y los diputados perredistas se pusieron a vociferar siguiendo el libreto. Razones había: se acababa el sexenio, México no había entrado al primer mundo con el Tratado de Libre Comercio y, por el contrario, el primer día de ese año el Ejército Zapatista de Liberación Nacional hizo pública su existencia. Después de la función, digo, del informe, las y los periodistas buscaron la reacción del presidente. Cuando le preguntaron su opinión sobre los gritos de los perredistas, Carlos Salinas acuñó una de las frases más nefastas del presidencialismo mexicano, que devino en credo político y modus operandi: “Ni los veo, ni los oigo”.

Recordé la frase de Salinas en estos días, luego de que se diera a conocer la propuesta que Enrique Alfaro considera prioritaria para ¿atender? la crisis de movilidad que aqueja a la avenida López Mateos: el gobernador ha dicho que “sí o sí” se debe ampliar a cuatro carriles el tramo federal de la vialidad, que va de San Agustín al Circuito Metropolitano.

Curándose en salud, el refundador dijo que estos trabajos no tienen relación con los Diálogos por la Movilidad Sustentable, proyecto que inició a principios de año y que incluyó una consulta y mesas de trabajo para que “entre todos” se definiera lo que se va a hacer con uno de los puntos más conflictivos de la ciudad.

Me acordé de Salinas porque pareciera que Alfaro no ve a nadie que no sea su cara de manteconcha en el espejo ni escucha otra cosa que no sea su propia voz. Y es que académicos y especialistas de la sociedad civil han repetido hasta el cansancio que el problema de López Mateos es multifactorial y, por lo tanto, multifactoriales han de ser las propuestas que se hagan para solucionarlo, en lugar de “soluciones” aisladas como la que pretende vender el gobernador influencer.

Quizá sí es importante o necesario ampliar la avenida. Es claro que se hace un cuello de botella. El problema es cómo se hará la ampliación y las implicaciones que traerá. Hace poco, en una mesa de diálogo, un académico decía que es prioritario preguntarse qué se quiere mover, ¿autos o personas? Está comprobado que más carriles lo único que provocan es que haya más vehículos, y por la ubicación del tramo estamos hablando de vehículos muy, muy grandes. Se ha dicho muchas veces que atender los conflictos viales haciendo más carriles es como tratar de combatir la obesidad haciéndole más hoyitos al cinturón para que no apriete. En este caso quizá el problema está en el símil: está claro que la obesidad es un tema que tiene sin apuro a Enrique Alfaro.

El gobernador tiene prisa. Ya casi termina el primer tercio del año, cada vez está más cerca el inicio de las campañas y necesita obra pública para levantar la suya, esa que habita su megalómana imaginación. Todavía están por verse los resultados de la consulta y de los diálogos, pero una cosa es cierta: los problemas van a seguir ahí porque no hay voluntad política de ningún orden de gobierno. Por ejemplo, se ha reiterado muchas veces que un primer paso es frenar la expansión de la mancha urbana y ordenar el desarrollo inmobiliario. Repoblar el centro de Guadalajara y apostar por la vivienda social suena bien, pero no es negocio: Movimiento Ciudadano encarnado en Pablo Lemus prefirió apostar por el modelo Airbnb, que es muy cool pero continuará expulsando a gente que habrá de irse a donde la ciudad no deja de crecer y donde no hay banquetas ni cruces peatonales ni transporte público decente y articulado porque lo importante es que los autos —más y más autos—, vayan rápido —más y más rápido.

El enorme Groucho Marx describía a la política como “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. En México la ¿clase? política aplica a cabalidad la sentencia del comediante, pero aumentada: al momento de aplicar los remedios equivocados, hace del “ni los veo, ni los oigo” un dogma de fe. Y esto aplica por igual para planes de repoblamiento, alternativas viales o trenes maya.

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La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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