Así se les dice, ma: personas con discapacidad

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Luego de pasar mucho tiempo ignorados por los reflectores de las grandes televisoras, a mediados de los años noventa Alejandro Lora y El Tri comenzaron a volverse una presencia recurrente en los medios de alcance masivo, sobre todo gracias a sus cada vez más frecuentes apariciones en la naciente TvAzteca. La popularización de El Tri se vio catapultada con la aparición del disco 25 años, lanzado en 1992 y que sirvió como presagio de lo que vendría dos años después con la exitosa salida al mercado de Una rola para los minusválidos, décimo primer disco de la banda desde que se disolviera el Three Souls in my Mind y de que Álex Lora se quedara con buena parte del catálogo fundacional del grupo.

Al menos en su origen, Una rola para los minusválidos pretendía ser un homenaje para todas las personas que “de nacimiento, enfermedad o por accidente, padecen de una discapacidad física o mental; los admiramos porque son todo un ejemplo a seguir para todos nosotros es un pequeño homenaje que les rinde El Tri, y esperamos con esto, poder tocar una fibra del alama y abrir los ojos de quienes en sus manos esta hacer ‘realmente algo por ellos’”, dice Wikipedia que decía la dedicatoria del álbum. El sencillo promocional fue “Los minusválidos” y el arte incluía fotos de la banda en sillas de ruedas , mientras que el disco en físico reproducía, no podía ser de otro modo, una rueda de silla.

Aunque hasta ahora no lo parezca, este no es un texto dedicado a El Tri ni al disco lanzado hace casi 30 años. Es, en realidad, una mínima reflexión sobre cómo ha ido cambiando la forma en la se ha abordado una realidad frente a la que, la mayoría de las veces, no sabemos qué hacer y vamos dando palos de ciego. Pero, como dicen que alguna vez dijo Galileo: y, sin embargo, el tema se mueve.

Desde hace ya muchos años trabajo con la palabra escrita. Sé, me consta, que la manera en la que nombramos las diferentes realidades que nos rodean determinan la manera en que actuamos y tomamos decisiones. Por eso me parece sintomático que en los años noventa haya sido común referirse a las personas con alguna discapacidad como minusválidos. Visto en retrospectiva, es quizás uno de los conceptos más desafortunados en esta historia, ya que su uso estaba impregnado de connotaciones súmamente negativas y condescendientes, por decir lo menos.

“Sienten y vibran lo mismo que tú o que yo/ aunque sean minusválidos/ eso no tiene nada que ver Se supone que todos somos hijos de Dios / solo él sabe porque a ellos los hizo así”, canta Alejandro Lora en el tema principal de aquel disco “homenaje”.

Los noventa quedaron atrás y vinieron los dosmiles. Y con ellos un cambio. Hubo consenso: la discapacidad no disminuía el valor de la persona. Pero nadie quería llamar a la discapacidad por su nombre, de modo que apareció otro concepto: las capacidades diferentes. Alguien sin algún tipo de discapacidad —motriz, visual, auditiva, mental— era una persona, y aquellas con alguna condición discapacitante eran personas con capacidades diferentes. (Víctor Esparza, que algo sabe de estos temas, dice que esta idea fue empujada e institucionalizada por la administración de Vicente Fox. Y, bueno, definitivamente sí suena a algo que diría Martha Sahagún.) 

Aún cuando quizá era bien intencionado, el concepto una vez más rayaba en la condecendencia y, además, en su generalización impedía atender cada discapacidad desde sus particularidades. Nos llevó más o menos diez años entender que en realidad, aunque a veces no parezca, todas las personas tenemos capacidades diferentes y que en ocasiones algunas de ellas tienen una discapacidad.

Ahora, ya bien entrado el siglo XXI, parece que hemos comenzado a entender que el primer paso es nombrar la realidad sin rodeos ni eufemismos. En este caso en específico, lo mejor es hablar de personas con discapacidad. (Ya en 2010 la Secretaría de Relaciones Exteriores, desde su Dirección General de Derechos Humanos y Democracia, dio a conocer que el gobierno federal se apegaba a este concepto para armonizar el lenguaje con los instrumentos internacionales de derechos humanos.)

Hoy es más común referirse a las condiciones como lo que son —discapacidad visual, discapacidad auditiva, etcétera—, y cada vez hay más iniciativas que buscan atenderlas de manera integral, priorizando el desarrollo integral de las personas y buscando sus independencia y autonomía, en la medida de lo que cada condición lo permite y lo requiere. 

Hace un par de días, el 3 de mayo para ser exactos, se cumplieron quince años de que entrara en vigor la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, así como su Protocolo Facultativo. Esta guía de formación consigna que

“las personas con discapacidad están facultadas para ejercer toda la gama de derechos humanos y libertades fundamentales sin discriminación Al prohibir la discriminación por motivos de discapacidad y disponer que se realizarán ajustes razonables en favor de las personas con discapacidad con miras a garantizar la igualdad, la Convención promueve la plena participación de esas personas en todos los ámbitos de la vida”.

Como suele ocurrir en muchos otros ámbitos, ocurre que cuando se repasan los avances comienzan a brotar por todas partes los retos, los desafíos y la carencias que es urgente resolver. El tema de las discapacidades no es la excepción: si bien cada vez hay mayor conciencia de las autoridades, así como más leyes y reglamentos, lo cierto es que hay mucho camino por recorrer en términos de cumplimiento de dichas legislaciones y normativas. Por otra parte, si bien la sociedad civil organizada ha empujado muchisimos cambios y avances, es necesario crear mayor conciencia en el grueso de la población.

Sí, es cierto: falta mucho por hacer. Y, sin embargo, se mueve.

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Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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