“Menos contención, más humanidad”

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Escrito por Carolina Beltran y Mariana Granados de Xenia Consultoras.

Ilustración: Eréndira Derbez / Estudio Plumbago / México ¿Cómo vamos?

En el imaginario colectivo mexicano ha permeado la idea de que el migrante latinoamericano, y en especial el centroamericano, es una persona ilegal que vive en la clandestinidad y representa una amenaza para la sociedad y la economía. De unos años para acá, se han visibilizado fenómenos que apuntan a una crisis humanitaria a nivel mundial, y en particular nuestro país, la cual parece ser ignorada por gran parte de la población y las autoridades.

Se ha vuelto común actuar como jueces de quienes han tenido que abandonar su lugar de origen y emprender un viaje a lo desconocido, como sociedad olvidamos que son la falta de oportunidades y la apremiante violencia los principales factores que obligan a millones de personas a huir de su país.

Nunca es sencillo dejar el hogar. Cuando una persona decide migrar, tiene por lo menos un poco de certeza de lo que le depara, la nostalgia se ve empañada por el entusiasmo de una nueva vida. Sin embargo, cuando una persona es obligada a migrar, como suele ser el caso de las personas que migran de manera irregular, los sentimientos hacia quienes dejaron atrás nunca se van.

Culturalmente ignoramos el hecho de que las y los migrantes se enfrentan a un presente y un futuro incierto e inquietante. Sobreviven en un México hostil, muy distinto al que experimentan personas provenientes de otras latitudes, como es el caso de migrantes europeos y norteamericanos, quienes en ocasiones, maravillados por la belleza del país y su gente, deciden voluntariamente quedarse. Pareciera que existen migrantes “de primera” y “de segunda” clase.

Dicho fenómeno no es exclusivo de un territorio o zona determinada. Algo similar ocurre en Europa, en donde si bien la Unión Europea ha destinado millones de euros anuales a los diferentes programas y planes para la atención de las personas provenientes de África, no se ha visto una red de acogida ni una política de inclusión real. Esto a diferencia de lo que sucede con migrantes de otras nacionalidades, como los refugiados ucranianos, a quienes se les da otro tipo de recibimiento.

Hay personas a las que el Estado y la sociedad han relegado a una segunda categoría. Pareciera que la ley y los derechos humanos son ignorados en tanto son incómodos para los diferentes gobiernos.

En la región de las Américas en general, existen una serie de rutas migratorias irregulares desde Sudamérica hasta la frontera México-Estados Unidos, las cuales han cobrado la vida de miles de personas, ya sea por ahogamiento al tratar de cruzar el Río Bravo en la frontera México-Estados Unidos, por accidentes en vehículos de transporte peligrosos, así como por condiciones ambientales extremas; según la Organización Internacional para las Migraciones la cifra de migrantes desaparecidos en las Américas desde 2014 sería de más de 7 mil 706 personas.

En México se ha generado una aberrante cruza ideológica que nace de la unión entre el racismo, el clasismo y la xenofobia, esta ha resultado en una discriminación bestial, materializada por tragedias tan grandes como la de la muerte de 38 personas migrantes en una estancia provisional del Instituto Nacional de Migración (INM) en Ciudad Juárez, el pasado 27 de marzo.

Acontecimientos como este han dado pie a otros tipos de mensajes contundentes, en abril de este año alrededor de 3,000 migrantes iniciaron en el sur de México el “Viacrucis migrante”, una caravana con destino a la Ciudad de México para exigir justicia por dicha tragedia ocurrida en Juárez; entre las peticiones del contingente se encontraba el cierre definitivo de todas las estaciones migratorias del país, y las posibilidades de contar con formas ágiles de regularización para los migrantes.

Esto no es más que la consumación de años de negligencia, indiferencia y corrupción sistémica por parte del Estado. A todas luces, es una muestra de la violencia que carcome al país y a todos quienes vivimos y transitamos por él. Pareciera que, como sociedad, dejamos de ver personas y comenzamos a ver nacionalidades, colores de piel, condiciones socioeconómicas, y nos olvidamos de acoger la realidad del otro y comprender su mundo como si fuera el propio, aún sabiendo que no lo es. Nos encontramos ante el gran problema de la falta de empatía.

Son los migrantes de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe a quienes más nos parecemos los mexicanos. Si no les escuchamos ni distinguimos su acento extranjero, fácilmente les confundimos con cualquier paisano. Y son precisamente su color de piel y sus rasgos de origen africano e indígena los que ponen en alerta tanto a autoridades como a ciudadanos.

A lo largo de lo que va de este siglo y lo que quedó del pasado, son millones las vidas que han cruzado por México. En muchas ocasiones, la presencia de estas personas fue tan efímera como determinante. Sus vivencias han servido para sembrar miles de iniciativas que, hasta en los lugares más recónditos del país, buscan apoyar a todo aquel que va llegando.

En algunos casos, la nobleza de las comunidades y los individuos es tan grande que logra crear hogares transitorios para las personas migrantes. Estos refugios temporales, son atendidos por voluntarios comprometidos con la humanidad, quienes incluso terminan arriesgando la vida en un país en el que ésta muchas veces parece no valer nada.

Ideas, sueños y buenas intenciones hay de sobra, pero se necesita determinación para el verdadero cambio. La tendencia predominante del control en las políticas migratorias, más allá de una regulación efectiva, ha llevado a resultados como el exceso de la militarización de las fronteras y la carencia de enfoques de derechos humanos tanto en la legislación como en las mismas acciones operativas de quienes fungen como autoridades migratorias, y quienes deberían recordar y asumirse más como garantes de la seguridad de todas las personas, y no como jueces y verdugos que ponderan entre migrantes de primera y segunda clase.

Mientras no exista una política migratoria que vaya más allá del control, la exclusión y la contención hacia ciertos grupos de migrantes, que tenga como base un enfoque de derechos humanos y que esté pensada desde la empatía, seguiremos viendo cárceles disfrazadas de estaciones migratorias, caravanas convertidas en viacrucis, y muertes de miles de desafortunados.

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

1 COMENTARIO

  1. Muy claro, y muy triste, por lo que pasan todas estas personas, esperemos que todo esto cambie para bien de todas las personas que sientes la necesidad de emigrar a otros países y para bien del pais

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