La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Una vez superada la temporada más cruel del calor, la tradición dicta que ahora toca quejarse de las lluvias, esos maravillosos fenómenos meteorológicos por los que tanto implorábamos y que ahora causan dolores de cabeza y hacen que uno mire preocupado el cielo para decir: “Vámonos porque ahí viene lagua”.
Cada año seguimos más o menos el mismo ritual: las típicas lluvias atípicas nos toman “por sorpresa”, ya sabemos dónde se va a inundar, ya sabemos dónde va a haber choques, ya sabemos dónde van a caer árboles… bueno, esto no lo sabemos con tanta precisión, pero sabemos que va a haber árboles que se van a caer. Esta semana me tocó ver dos con unas cuadras de diferencia entre uno y otro, y en mis trayectos cotidianos he podido ver los restos de otros que cayeron y ya fueron podados. La mañana del viernes vi con tristeza la foto de un árbol enorme que se cayó en el parque de San Andrés, un ejemplar de más de cien años que le daba un toque muy lindo a uno de los barrios más tradicionales de la ciudad y cuna de la Liga Comunista 23 de Septiembre: a saber qué cosas atestiguó ese árbol de aquel periodo de la historia del país, y de tantos otros.
Una de las cosas por las que las y los habitantes del área metropolitana de Guadalajara tememos a las lluvias con la misma vehemencia con las que las invocamos es por la pésima gestión de la ciudad.
Cada temporada de lluvias es un dolor de cabeza porque sabemos que a las primeras de cambio la ciudad se va a colapsar, en parte porque a todos nos gana la prisa y queremos llegar a resguardo lo antes posible y en parte porque no se ha avanzado prácticamente nada en la infraestructura urbana para prevenir las inundaciones. Todo lo contrario: cada temporal hay nuevas zonas de inundaciones porque, sin importar lo que digan en sus discursos, las autoridades siguen aprobando construcciones que se traducen en pérdidas de áreas verdes e invadiendo los cauces naturales del agua, poniendo en riesgo dos cosas: la vida de las personas y el cada vez más desequilibrado ecosistema, que va perdiendo terreno para la recarga de los mantos acuíferos, por ejemplo, a causa del incremento del concreto.
Otro elemento que está en condiciones de negligente abandono es el equipamiento urbano, específicamente los postes. Esta semana nos dimos cuenta de que al pie de un poste de concreto había muchas piedras y grande fue nuestra sorpresa al ver que el poste se está desmoronando, literalmente: buena parte del poste tiene ya las varillas expuestas y no ha habido día que no se caigan más y más pedazos. La llamada al ayuntamiento para reportar la situación sirvió para enterarnos de que los postes no son su responsabilidad, y al hacerlo en la Comisión Federal de Electricidad casi fue necesario jurar en piedra y sangre que el poste se estaba cayendo. Todo concluyó en que se iban “a dar una vuelta” para ver si era verdad que el poste —que además ya tiene una inclinación considerable— se está desmoronando. Todo parece indicar que lo que se debe hacer es esperar a que el poste caiga sobre una casa, un auto o peor, sobre una persona, para que la autoridad haga su trabajo, o bien que alguien resulte descalabrado por uno de los sendos pedazos de concreto. ¿Mantenimiento? ¿Acciones de prevención? Ay, por favor, eso es para los débiles. Árboles, postes, banquetas, baches, bolardos… la ciudad es una trampa todos los días para quienes la recorren, sobre todo para quienes hacen sus trayectos a pie, y en temporada de lluvias esta trampa puede ser mortal.
Administraciones van y vienen, todas prometen trabajar incansablemente para mejorar el municipio a su cargo, pero lo cierto es que los problemas siguen ahí y no sólo no se corrigen, sino que se empeoran: el deterioro del área metropolitana es cada vez más grande, así sean las tuberías viejas del sistema de agua potable, los machuelos de las banquetas, los cada vez más deforestados camellones, los puentes y los pasos a desnivel. Basta detenerse un poco para mirar con atención y darse cuenta de que la ciudad está cada vez más descuidada mientras las autoridades siguen trabajando por velar los intereses de sus respectivos partidos políticos.
Y bueno, también hay que decirlo: quienes habitamos la ciudad tampoco estamos haciendo mucho. Por ejemplo, ya lo he escrito aquí, la ciudad está cada vez más sucia porque todos botamos la basura a la calle como si al hacerlo desapareciera, pero lo cierto es que lo único que hacemos es contribuir, en esta temporada, con las inundaciones: todas esas botellas, bolsas, latas, trapos, etcétera, van a tapar las alcantarillas y las bocas de tormenta, facilitando las inundaciones que tanto nos atemorizan.
Pero lo importante es que ya no está haciendo calor, o al menos no tanto ni tan chicloso, como hace unos días. Ahora ya nomás hay que andarse con cuidado para que no nos lleve la corriente o nos caiga un poste encima.