Vehiculeros

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Aun contra mi voluntad, casi todos los días salgo a correr. Lo hago con resignación: odio salir a correr, aunque me gusta mucho la sensación después de hacerlo. Corro porque no me gustan los gimnasios: no me encanta andar agarrando aparatos que alguien llenó antes de sudor ni sentarme en asientos sudados por ajenas nalgas sudadas. Tampoco me gustan las bandas: caminar o correr en ellas me parece monótono, aburrido: mover los pies sin ir a ningún lado. No es para mí.

Luego entonces, salgo a correr al aire libre. Improviso rutas que me llevan por calles y avenidas, por aceras maltrechas, algún parque. Correr en la calle me da eso que nunca me va a dar una banda de gimnasio: el aire en la cara, la sensación de movimiento, el paisaje que cambia, aun cuando repita la ruta.

Correr en la calle me da también la oportunidad de encontrarme con los vehiculeros. No me gusta el término cochista, como se le suele decir a aquellos que tienen culto por el automóvil, porque, en primer lugar, me remite a una actividad mucha más placentera y que nada tiene que ver con conducir un auto. Y segunda, porque cuando uno es peatón, así sea corriendo, es fácil darse cuenta de que el problema no son sólo los conductores de autos, sino de vehículos en general. Por eso prefiero pensar en ellos como los vehiculeros, término que podemos rastrear en la raíz vehí que significa vehículo, motorizado o no —monopatines o scooters, bicicletas, motos, autos, camiones, tráileres, lo que sea—, y culerus, que se entiende como persona sin empatía por el otro. Así pues, un vehículero es una persona que impone su movilidad sobre el peatón e invade sus espacios sin consideración alguna. Y hay que reconocerlo: todos, en algún momento, o varios, somos vehiculeros.

Cuando voy corriendo todos los días me enfrento a los vehiculeros a bordo de autos que invaden los cruces peatonales, se pasan los altos, dan vuelta sin ver a ambos lados de la calle. No hay día que no me encuentre con uno. Y eso que a la hora que corro no hay tantos autos, pero es lo de menos: ya sea en calles dentro de la colonia o en grandes avenidas, los vehiculeros aparecen e imponen la voluntad de sus caballos de fuerza. Y si son camiones, ni se diga.

Pero, ya lo decía líneas arriba, esto no se limita a los coches: los motociclistas que no atienden las normas viales son otra plaga que cada vez se propaga más, con el agravante de que muchas veces no se limitan a filtrarse entre los carriles por donde no deberían conducir, sino que además invaden ciclovías y banquetas.

Y la cosa no para con los vehículos motorizados: para un vehiculero basta montarse en algo con ruedas para transformarse. Nunca faltan los ciclistas que invaden las banquetas, con el argumento de que su vida corre peligro en el “arroyo vial” —lo cual es cierto— y por eso circulan por la banqueta, invadiendo y reduciendo el espacio de las personas que van a pie, poniéndolas en riesgo a ellas. Y de un tiempo para acá los scooters han hecho lo propio.

Las personas peatonas siempre pierden: cuando no les invaden los cruces peatonales, les invaden las banquetas. O de plano se las obstruyen: dentro de la colonia me ha tocado ver lugares en los que un vehiculero —o varios en la misma cuadra— pone a calentar su auto mientras con su cancel abierto de par en par obstruye la acera, obligando a las personas que van a pie a que bajen a la calle; y en las avenidas, ni se diga: es común ver tramos de banqueta obstruidos por carros, camionetas y camiones estacionados que impiden caminar por ahí.

Los estudios dicen que en la base de todo plan de movilidad deben estar los peatones y que a partir de ahí deben diseñarse todas las estrategias y diseños de ciudad. En la práctica se vive otra cosa, se sabe.

Algo de esto iba yo pensando luego de casi ser atropellado por una señora a bordo de una camioneta que se pasó un alto para dar vuelta a la derecha sin voltear a ver si venía alguien caminando —o corriendo, como en este caso yo—, porque toda su atención estaba en cuidar que no viniera otro auto.

Para mí la solución es sencilla: en lugar de ir esquivando vehiculeros, podría meterme a un gimnasio a correr en una banda como hámster en rueda. Pero, invariablemente, en algún momento voy a tener que caminar por la calle y entonces voy a tener que enfrentarlos de nuevo.

Porque seamos conscientes de ello o no, al final del día todos somos peatones.

Comparte

La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer