Los Oscars y la validación ¿necesaria?

El Ojo y la Nube

Por Adrián González Camargo / @adriangonzalezcamargo (IG)

Existen pocos fenómenos que logran englobar, cada año, la capacidad de conversación entre cinéfilos, personas curiosas del cine, profesionales de la industria, especialistas en crítica, comentaristas de opinión, reporteros del espectáculo y entusiastas del cine. En enero, suceden en primera instancia las nominaciones a los famosos premios Oscar emitidos por la Academia Cinematográfica. Hace un par de días, la ya comentada y justamente vapuleada Emilia Pérez recibió 13 nominaciones. Si bien la película ya había logrado fama o al menos un espacio en la discusión pública desde mayo, cuando fue premiada en Cannes con el Premio del Jurado (que no es el mayor galardón del festival) y el premio a la mejor interpretación femenina, fue hasta el pasado 23 de enero cuando se estrenó y recobró una posición prominente en la narrativa mediática.

A continuación, exploraremos brevemente cómo los Oscars (u Óscares, en el lingo común) se han convertido, al igual que los premios y selecciones de los festivales, en mecanismos que no sólo validan el arte o los productos comunicativos, sino también actúan como bisagras que facilitan a los filmes alcanzar ciertos logros. Esto incluye diferentes formas de interpretación y validación que contribuyen al perpetuo círculo de la industria cinematográfica.

El Oscar como premio a la lealtad de la audiencia

Es una obviedad, pero hay todo tipo de cinéfilos. Están quienes solo van a la Cineteca Nacional; quienes incluso creen que la Cineteca es comercial y prefieren consumir productos de culto proyectados en espacios reducidos; quienes religiosamente visitan Cinépolis o Cinemex cada semana; quienes van diario; quienes solo consumen en plataformas digitales; quienes piden prestadas contraseñas para acceder a ellas; y quienes pagan por cinco suscripciones distintas. Algunos solo ven películas en MUBI; otros prefieren Criterion Collection. Sin embargo, hay algo constante en la mayoría: muchos necesitan elementos extrafílmicos para consolidar su juicio o decidirse a ver una película.

Quienes ven todas (o la mayoría) de las películas que estrena Hollywood en nuestro país suelen tener una perspectiva más clara de las nominaciones. Es como si hubieran seguido los “entrenamientos” de los 11 jugadores de fútbol que saltan al campo: conocen su trayectoria y pueden especular sobre sus posibilidades de “anotar” en la noche de premiación. Los Oscars se convierten así en un puente para que esa audiencia leal reciba la recompensa emocional de ver reconocidas sus elecciones.

En lo personal, tengo pocos amigos en quienes confío ciegamente cuando me recomiendan una película. Aunque muchos sugieren títulos, rara vez estamos de acuerdo. En otro tiempo, creíamos que una película premiada, ya fuera en un festival o con un Oscar, tenía un “sello de calidad” incuestionable. Hoy, esa idea está en debate, pero la audiencia sigue buscando validación para sus gustos a través de premios como estos.

El Oscar como reconocimiento de la industria a la industria

Cuando actrices, actores, directores, productoras y productores suben al escenario del teatro (ya sea el Chinese, Dolby u otro), suelen iniciar su discurso con: “Gracias a los miembros de la Academia”. Es decir, agradecen a ellos mismos. Los Oscars son, en este sentido, un sistema de retroalimentación interna: un mecanismo por el cual la industria celebra a sus propios miembros, validando y perpetuando su estructura. Esto no significa que el reconocimiento sea inmerecido. Sin embargo, la lógica de la premiación está diseñada para reforzar las redes de influencia y conexión dentro del gremio. Es un recordatorio de que, en Hollywood, el trabajo no solo consiste en hacer cine, sino también en formar parte activa de un ecosistema que decide qué merece ser celebrado.

El Oscar como guía para la audiencia

Un gran número de espectadores que asisten un par de veces al mes al cine no acostumbran buscar información previa sobre las películas. Para ellos, los Oscars funcionan como una suerte de curaduría: una selección que filtra las opciones y señala qué vale la pena ver. En este sentido, el premio opera como una etiqueta de prestigio, una forma de orientar al público hacia ciertas narrativas, temáticas o estilos que, según la Academia, merecen atención. Este papel de guía también implica riesgos. Al enfocar la atención en un grupo limitado de películas, los Oscars pueden invisibilizar otras propuestas igual de valiosas. Aun así, para una audiencia general, funcionan como un mapa que facilita la navegación en un mar de opciones.

El Oscar como una ventana de venta

Cuando el Oscar no funciona como una recompensa a los usuarios, como mencionamos anteriormente, actúa como una herramienta de insinuación para el consumo. Una analogía: no era lo mismo en los años 90 ver un par de tenis marca Nike que ver un par de tenis Nike usados por Michael Jordan. De manera similar, no es lo mismo ver una película desconocida que ver una película “nominada al Oscar”. Las distribuidoras lo saben, y es por eso que las campañas de marketing de películas nominadas suelen intensificarse tras el anuncio de las nominaciones. Los cárteles, trailers y promociones enfatizan su estatus de “nominada” o “ganadora” para captar la atención de quienes buscan consumir productos validados por un reconocimiento externo. Es un juego de percepciones: lo que está “bendecido” por la Academia se convierte en un producto más deseable. O se convertía. Será interesante (aunque dudoso) ver si las campañas de odio como la que vivimos actualmente con Emilia Perez tendrán alguna repercusión. Lo dudo, pero nunca se sabe.

En conclusión, los Oscars operan en múltiples niveles, desde la validación personal y colectiva hasta el reconocimiento industrial y el impulso comercial. Para bien o para mal, siguen siendo un evento que concentra atención, genera debates y este año como en otros, desafortunadamente dejará malestares. Sin embargo y por encima de nuestros sentimientos, el antes y después de los premios no hace más que reforzar los engranajes de una industria que nunca deja de celebrarse a sí misma. Una industria que requiere consumidores, que somos nosotros los espectadores. 

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El ojo y la nube
El ojo y la nube
Adrián González Camargo es cineasta, escritor y académico. Estudió el Doctorado en Arte y Cultura por la UMSNH y una maestría en guionismo con la beca Fulbright-García Robles en CSUN. Se ha dedicado a la gestión cultural, producción radiofónica y al análisis de textos artísticos. Es profesor de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey, Campus Guadalajara.

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