Cuando la paz es amenazada por el poder aplastante

En Pie de Paz

Por Francisco Javier Lozano Martínez / francisco.lozano@udgvirtual.udg.mx **/ y Fabian Antonio Bolaños Chamorro / fabiananchamo@gmail.com ***

Donald Trump ha llegado nuevamente a la silla del poder en los Estados Unidos, por suerte para algunos y para desgracia de otros, por un nuevo periodo que atisba otros cuatro años que se caracterizarán por el uso de un poder aplastante.

No es nuevo decir que el mandatario estadounidense tiene un estilo muy peculiar de gobernar. Él no es un negociante democrático y pacifista, sino un político-magnate empoderado impositivo, agresivo en su discurso y sus acciones, osado en sus interpretaciones de los otros, duro en las aplicaciones de sus políticas, cerrado al diálogo con aquellos que le difieren, altamente coercitivo en el uso de la fuerza militar. 

Hay un amplio sector de la población estadounidense y del mundo, que lo consideran un gobernante irracional y amenazante a la estabilidad de la paz doméstica, regional y global. No es un secreto que su discurso suele ser divisorio, sus posturas raciales inclinadas al excepcionalismo y su tendencia al menosprecio humano caracterizado en los migrantes. También, en el plano de las relaciones con otros países, sus imposiciones diplomáticas o económicas suelen estar caracterizadas por manifestaciones de menosprecio, superioridad, ventaja económica hegemónica, fuerza militar y desestabilización política. 

Otro amplio sector, claramente asociado a sus filiales votantes y alguno que otro académico que se expresa deseando ser “imparcial”, considera que el presidente estadounidense solo está buscando resolver el interés nacional, y que su estilo de gobernar e imponer su posición frente a los problemas que les aquejan, atiende a la demanda de su población que anhela que “América sea great again”. 

Cualquier adepto podría justificar sus palabras y acciones como “necesarias” para lograr los cometidos: deportar migrantes para regresarle los empleos que ellos quitan a los estadounidenses y erradicar las amenazas criminales que supuestamente estos representan; imponer altos aranceles a sus socios comerciales para “desequilibrar a su favor” la balanza comercial y sus intereses económicos, como una medida impositiva que busca que otros cedan a sus deseos de supremacía económica; dominar otros territorios para controlar activos financieros y comerciales, o bien militares, como en Panamá, Canadá o Groenlandia; imponer medidas migratorias como recurso de presión para negociar sin tregua nuevas formas para combatir el narcotráfico y el crimen organizado, como con México y Colombia; quitar los altos apoyos financieros a países en vías de desarrollo o causas humanitarias adquiridas en administraciones pasadas, no como una medida de austeridad, sino para imponer el mensaje de que “nosotros no los necesitamos a ellos, pero ellos sí nos necesitan a nosotros”. 

Un ejemplo del efecto que tiene Trump con su política dura es la reciente situación en Colombia que evidencia las tensiones diplomáticas generadas por conflictos políticos internos y la falta de consenso en torno al respeto de los derechos humanos. En un lapso de menos de tres horas, el pasado domingo 26 de enero, se desató una verdadera guerra diplomática que dejó al descubierto las luchas de poder y los intereses políticos que influyen en el trato a los ciudadanos más vulnerables. La negativa del gobierno colombiano de recibir a sus connacionales en condiciones que respetaran su dignidad humana, sumada al enfoque punitivo de tratar a estas personas como si tuvieran deudas con la justicia, desató una ola de indignación y repudio generalizado.

Lo más alarmante no es solo la respuesta que tuvo el gobierno, sino las consecuencias de estas decisiones, que han sembrado una profunda preocupación por la inestabilidad económica, social, política y emocional del país. La imagen de un gobierno que no prioriza el bienestar de sus ciudadanos genera sentimientos de impotencia en una sociedad ya marcada por la violencia y la desigualdad. La falta de un enfoque humanitario en el intercambio diplomático, pone en evidencia la fragilidad de un sistema que parece priorizar otros intereses sobre la protección de los derechos fundamentales de los seres humanos.

Es preocupante la situación de los migrantes repatriados. Aunque los vuelos en cuestión podrían haberse considerado como humanitarios, las personas que regresaron a Colombia —hombres, mujeres y niños— lo hicieron tras haber atravesado experiencias traumáticas de persecución, aprehensión y expulsión que no pueden ser pasadas por alto. A pesar de que su estado físico era estable, el daño psicológico que pudieron haber sufrido durante su tránsito no es tan visible, pero sí mucho más devastador y duradero. Allí hay una violencia psicológica manifiesta en una política migratoria agresiva, que vulnera  a las personas y que muy probablemente dejará secuelas que, con el tiempo, se harán aún más evidentes. 

Este tipo de situaciones no solo afecta directamente a las personas involucradas, sino que también cuestiona seriamente sobre el papel de los gobiernos estadounidense y colombiano, en la poca sensibilidad sobre los derechos humanos. Una vez más, esto es un reflejo en un estilo de gobernar. El tratamiento de los migrantes y la gestión de la política migratoria no son meros asuntos diplomáticos; son, ante todo, un reflejo del tipo de compromiso que tiene un país que vive y se sostiene en gran parte por el trabajo migrante, y de un gobierno extranjero y el tratamiento que tiene con su gente más vulnerable. Es urgente que Colombia, como nación, reflexione sobre el impacto de sus decisiones políticas en la vida de aquellos que ya han sido víctimas de violencia, desplazamiento forzado y una injusticia sistémica que parece perpetuarse. Y es urgente que el gobierno de los Estados Unidos considere el enfoque de paz y derechos humanos en el tratamiento de su política exterior relacionada con la migración. La dignidad humana no debe estar sujeta a los caprichos de los intereses políticos.

Este debate podría ser más amplio. Pero en esencia, el estilo discursivo y los decretos ejecutivos del presidente Trump, llevan una carga muy grande y de evidentes elementos desestabilizadores. ¿Amenazan la paz estas cosas? Basta tener un sano criterio para entender que, en política, también hay valores que considerar para tomar la palabra y la acción. Aquella política de “hagamos la paz a nuestra manera”, con la fuerza y la imposición ya está claramente superada.

Hoy vivimos en un mundo donde se busca que predominen los valores democráticos asociados a la libertad, la cooperación, el respeto a las diferencias raciales y los derechos humanos, a la economía justa, al equilibrio de poderes, a la paz entre las naciones, al aprecio por la autonomía y determinación de los pueblos, a la justicia y la estabilidad política. Todo lo que suene contrario a esto, es una clara manifestación de que la paz tiene una amenaza ante el uso de un poder que busca ser aplastante de derechos, oportunidades, entendimiento mutuo, negociación, cooperación y justicia. No hay que hacer mucho esfuerzo para darse cuenta de que Donald Trump trae el garrote en la boca, en la pluma con que firma, y en la mano con la que no saluda.

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Profesor universitario. Certificado Internacional en Cultura de Paz y Gestión de Paz Vinculativa. Miembro del Cuerpo Académico UDG 1097 “Cultura de paz y participación ciudadana”.  / Integrante del Centro de Estudios de Paz (CEPAZ) del Instituto de Justicia Alternativa de Jalisco (IJA).

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Psicólogo, Especialista en Cultura de Paz, Universidad Javeriana de Colombia, Maestro en Psicología de la Salud de la Universidad de Guadalajara y agente de pacificación en zonas vulneradas por el conflicto armado en Colombia. 

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En pie de paz
Es una columna colaborativa que busca colocar en el debate público la relevancia de la cultura y educación para la paz. Esta columna es escrita por Tzinti Ramírez, Carmen Chinas, Laura López y Darwin Franco.

1 COMENTARIO

  1. El Presidente Donald Trump, trata de que su nación vuelva a ser poderosa, pero en forma equivocada, menospreciando al migraste mal.
    No es un buen proyecto.
    Porque EU se enriquecio con la agricultura, la construcción de viviendas, el trabajo duro que los mismos estaunideces qué no lo quieren hacer.

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