La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Hay cosas que es prácticamente imposible plasmar en palabras. Por ejemplo, la belleza de lo que ocurre cuando uno tira una piedra al agua: por más que lo intente, es imposible transmitir aquí todas las sensaciones que emergen del agua cuando la piedra entra en ella y desde el centro comienzan a expandirse las ondas y a multiplicarse los círculos concéntricos.
Afortunadamente, creo que casi todas las personas lo hemos visto y saben a lo que me refiero.
Lamentablemente, voy a usar la belleza de la imagen para escribir sobre estos días.
La semana pasada, mi padre tuvo que viajar a Estados Unidos. No voy a entrar en detalles biográficos, así que sólo diré que es nacido allá y, por lo tanto, es un ciudadano estadounidense con todas las de la ley. Por una razón que no termino de entender, le gusta cruzar la frontera a pie, así que las veces que ha viajado vuela de Guadalajara a Mexicali y entra por Calexico. En otras ocasiones, el cruce no le había tomado más de 20 minutos. Con ese antecedente planeó su viaje y sus traslados en esta ocasión, sin embargo, no contaba con un detalle: como la piedra que cae al agua desde arriba, un día antes de su viaje tuvo lugar la toma de protesta de Donald Trump y las consecuencias comenzaron a expandirse, como las ondas circulares en el agua. La entrada en vigor de las nuevas medidas migratorias —como la cancelación de la aplicación CBP One y la suspensión de diversos trámites, entre muchas otras— hicieron que, en el caso de mi padre, un trámite que duraba apenas 20 minutos se llevara casi tres horas, porque todo se volvió más lento en la caseta de inmigración.
Lo que para mi padre fue una demora menor que ocasionó cambios en su itinerario, para muchas otras personas se ha vuelto una pesadilla: las nuevas medidas de política migratoria echadas a andar en Estados Unidos han sembrado miedo e incertidumbre entre las personas en situación de movilidad humana: por un lado, han dejado varadas a miles de personas en la frontera, quienes ahora no saben qué va a pasar con sus trámites o si van a poder comenzarlos siquiera; por el otro, para quienes ya están en el país del norte de manera irregular ahora viven con la zozobra de las deportaciones masivas.
Pero las consecuencias de la política migratoria impulsada por Trump van mucho más allá de las cuestiones burocráticas. Su discurso abiertamente nacionalista, xenófobo y racista ha encontrado terreno fértil en una población que se ha sentido cobijada y respaldada por su presidente para dar rienda suelta a su lado más vil y despreciable. En estos días me ha tocado ver algunos videos en los que los insultos racistas se lanzan a diestra y siniestra por personas envalentonadas con el discurso del presidente estadounidense. Ya había pasado en su primera campaña y luego en su primera presidencia y ahora ha vuelto con gran virulencia: en Estados Unidos el racismo adquirió estatus de política pública.
Pero las ondas de esa piedra llamada Donald Trump van mucho más allá.
El mismo día de su toma de protesta el presidente estadounidense anunció que a partir de ese momento en Estados Unidos únicamente había hombres y mujeres, borrando por decreto todos los avances de la comunidad trans, que también ha visto cómo el tema del derecho a la identidad ha quedado en la incertidumbre.
Y al igual que ha ocurrido con el tema migratorio, esta decisión presidencial ha permitido que proliferen abiertamente los discursos más rancios de la población más conservadora, que utiliza lo que llaman un discurso antiwoke—woke es un término común para referirse de manera despectiva a muchas de las reivindicaciones progresistas, sobre todo aquellas relacionadas con los temas de género, pero no sólo— para justificar su aversión a la diversidad. Y todo con aval presidencial.
La facilidad con la que se han encendido y diseminado los discursos de odio contra las personas en situación de movilidad humana y las integrantes de las comunidades trans dejan en evidencia algo que siempre ha estado ahí, pero que ya habíamos empezado a dejar de ver: el germen del fascismo, que emerge a la mejor provocación y rápidamente extiende sus tentáculos. Y lamentablemente esto no entiende de ideologías: su arribo puede ocurrir lo mismo por la derecha —como en la Argentina de Milei— que por la izquierda —como en la Nicaragua de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
En días en los que sobran argumentos para defender el saludo nazi hecho por Elon Musk, viene a cuento recordar algo que alguna vez escribió Salman Rushdie, que ya había anotado por aquí y que traigo de nuevo a cuenta para cerrar este texto: «Conservas las libertades por las que luchas; pierdes las libertades que descuidas. La libertad es algo que alguien siempre te está intentando quitar. Y, si no la defiendes, la pierdes».