La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Para arrancar la entrega de esta semana me puse a buscar una frase. La encontré, ciertamente, con diferentes versiones y variables. Una de ellas dice: “Con el fascismo no se dialoga, se le patea en la boca”; otra, “Con el fascismo no se dialoga, se le destruye”. Una más, atribuida al filósofo Jean-Paul Sartre: “Al fascismo se le destruye. El diálogo no es para las bestias”.
Me acordé de esta frase por muchas razones, entre ellas que hace unas semanas se cumplieron 30 años de la patada que el futbolista Eric Cantona le propinara al hooligan Matthew Simmons.
Sucedió el 25 de enero de 1995 durante un partido de lo que hoy conocemos como Liga Premiere en el que jugaban el Crystal Palace —equipo del que era hincha Simmons— y el Manchester United —donde jugaba Cantona. Unos minutos después de arrancado el segundo tiempo del juego, Cantona fue expulsado por una falta. Iba caminando hacia el vestidor cuando, de pronto, se lanzó sobre la grada y le propinó una certera patada voladora y varios golpes a Simmons, hasta que lograron separarlos. Después se informó que el aficionado, que pertenecía a un grupo fascista y tenía antecedentes de hechos violentos y agresiones, se había acercado hasta el borde de la grada para gritarle al jugador: “Vete a tu país, bastardo de mierda. Vuélvete a Francia”.
Luego de su acción, Cantona fue suspendido durante varios meses, tuvo que hacer trabajo comunitario y pagar una multa. A pesar de todo, siempre que se le preguntó sobre ese día, nunca tuvo empacho en afirmar que había sido el mejor momento de su carrera. “Fue una sensación increíble. Me habría encantado darle más fuerte”, ha dicho el exjugador francés, quien también ha mencionado que
“ese tipo de gente no tiene nada qué hacer en un partido. Creo que es un sueño para algunos dar una patada a ese tipo de gente, así que lo hice para ellos, para que estuvieran felices. (…) Saltar y patear a un fascista no es algo que se saboree todos los días”.
En la colaboración de la semana pasada, recuperaba aquí una frase escrita por Salman Rushdie a propósito de cómo el arte prevalece sobre aquellos que lo quieren callar. Al final de la frase, anota el escritor: “El poeta Lorca fue asesinado por los matones del general Franco, pero su arte ha perdurado y el fascismo y la Falange, no”. Quizá sería más realista decir que tal vez ese fascismo y esa Falange ya no existen, pero si algo hemos podido constatar de un tiempo para acá se que el fascismo no sólo ha perdurado, sino que ha ido ganando fuerza y presencia pública, encarnado en grupos neonazis y demás fauna envalentonada de la llamada época de la posverdad.
Por tradición, costumbre o mera inercia, se suele asociar el fascismo con las ideologías de extrema derecha. Las dictaduras que se usan casi siempre como referentes del fascismo —encabezadas por Hitler en Alemania, Franco en España y Mussolini en Italia— tenían esa impronta. Sin embargo, un vistazo ni siquiera tan profundo permite constar que, en la práctica, el ejercicio del poder absoluto no distingue de ideologías. Así, en Latinoamericana se pueden encontrar ejemplos de dictaduras que surgieron de gobiernos asociados, al menos en el discurso, con la extrema izquierda —Cuba, Nicaragua y Venezuela, por nombrar otras tres.
Y ya saben lo que se dice de los extremos: siempre se juntan.
El segundo mandato de Donald Trump, reforzado por las apariciones de un desaforado Elon Musk, ha venido encendiendo cada vez más alarmas sobre el regreso a la escena pública de un fascismo que siempre ha estado ahí, pero que ahora se exhibe abiertamente y hasta se presume. En el otro extremo, los gobiernos que se presumen de izquierda siguen consolidando discursos a los que pronto se les asoma la raíz fascistoide —del nacionalismo a la xenofobia sólo hay un paso, por ejemplo—, y cada vez ganan más terreno las posturas maniqueas de buenos contra malos, negando espacios y tribuna al disenso, a la crítica y a la diversidad en general.
Poco a poco, pero cada vez con más velocidad, se nos vuelven más cotidianos los discursos racistas, clasistas y abiertamente discriminatorios, que muchas veces vienen disfrazados de crítica a un gobierno que, a fuerza de errores, parece estarle poniendo la mesa a los fascistas para que nomás lleguen y se sienten. Tengo la pesadilla recurrente de que no tarda en llegar un Estado fascista que va a tener a su disposición un país con los militares empoderados, con presupuesto y con los contrapesos institucionales debilitados o de plano destruidos.
Por eso, por todo lo que hemos venido viviendo y por lo que está por venir, es importante no dejar pasar aniversarios como el de la patada de Eric Cantona, que nos recuerda de manera muy elocuente, clara y contundente, que con el fascismo no se negocia: se le patea en la boca.