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Por Anashely Elizondo / @Anashely_Elizondo (IG)
Cuando terminé de ver “I’m still here”, película brasileña dirigida por Walter Salles, la cual, retrata la vida de Eunice Paiva, esposa de Rubens Paiva, opositor y activista contra la dictadura militar brasileña, quien fue detenido, desaparecido y asesinado en 1971, quedé pasmada y pensativa. Sobre todo porque Eunice, con cinco hijos, sin su marido y con problemas económicos, volvió a la escuela y consiguió convertirse en una abogada en pro de los derechos humanos, consiguiendo así, el reconocimiento de que el Estado había sido el asesino de su marido y 25 años después, logró tener un acta de defunción.
Historias como la de Eunice (desafortunadamente) continúan abundando por toda América Latina, desde la cordillera Argentina hasta la parte más alejada de Tijuana, en México, las mujeres fueron (y siguen siendo) el otro lado de la lucha contra el fascismo, la resistencia y la única esperanza de aquellas personas quienes su vida fue arrebatada.

Abuelas de Plaza de Mayo
En el año de 1976, en Argentina, las fuerzas armadas perpetraron un golpe de estado el cual consolidó un régimen absoluto de terror y persecución. Como resultado de estas violaciones a los derechos humanos, fueron desaparecidas casi 30.000 personas, entre ellas, mujeres embarazadas y niños y niñas.
Para 1977, convencidas de que la policía no iba a cooperar con la búsqueda, madres y abuelas comenzaron a reunirse en la Plaza de Mayo, en Buenos Aires: “Alicia “Licha” Zubasnabar de De la Cuadra, Raquel Radío de Marizcurrena, Haydée Vallino de Lemos, Delia Giovanola, Clara Jurado, María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani, Mirta Acuña de Baravalle, Vilma Sesarego de Gutiérrez, Eva Márquez de Castillo Barrios, Leontina Puebla de Pérez, María Eugenia Casinelli de García Irureta Goyena y Beatriz Aicardi de Neuhaus fuimos, sin saberlo, las doce fundadoras. Nos bautizamos como Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos, aunque más tarde adoptaríamos el nombre con el que nos llamaba el periodismo internacional: Abuelas de Plaza de Mayo”, informan a través de su página web.
Gracias a su organización e investigaciones, las abuelas descubrieron que muchos de esos bebés y sus madres, se encontraban detenidos ilegalmente en centros clandestinos. Alrededor de 500 hijos/as de personas desaparecidas que nacieron en cautiverio o fueron secuestrados/as junto a sus madres y/o padres fueron apropiados entre 1975 y 1980. Algunos niños/as fueron entregados/as a familias cercanas a las Fuerzas Armadas o de seguridad; otros, abandonados en institutos, anulando su identidad y privandolos de vivir con sus familias, en conocimiento de la verdad, de sus derechos y de su libertad.
Con más de 40 años de búsqueda y lucha por el Derecho a la Identidad, las Abuelas han encontrado a más de 40 nietos y nietas, víctimas colaterales de los atroces crímenes de la dictadura.

Círculo de Estudios de la Mujer: Clave contra la dictadura chilena
Tras el golpe militar instaurado en Chile en 1973, las mujeres comenzaron a asumir un papel protagónico dentro de la dictadura militar. A través de grupos de reflexión, análisis y discusión (clandestinos) el feminismo comenzó a instalarse como plataforma de lucha dentro de las organizaciones de mujeres.
Uno de los grupos de análisis pioneros dentro de la dictadura fue el Círculo de Estudios de la Mujer, fundado en 1979 por un grupo de mujeres profesionales para ocuparse del estudio y difusión de la condición femenina. Dentro de este grupo estaba Julieta Kirkwood, socióloga que sentó las bases teóricas del feminismo y que, a su vez, impulsó la acción movimientista en los años ’80. Por ejemplo, fue precursora del Movimiento Feminista, organización que articuló la lucha feminista contra la dictadura militar y que, bajo el lema “Democracia en el país y en la casa”, afirmó que era necesario acabar con el autoritarismo tanto a nivel público como en el espacio privado del hogar, la familia y la pareja.
Gracias a esta organización y planteamientos que buscaban combatir el régimen represivo que mantenía a familias enteras sumidas en el hambre y la pobreza, surgieron una serie de iniciativas populares lideradas por mujeres que buscaron hacer frente colectivamente a las necesidades de subsistencia. En sus propios territorios y con la ayuda de un sector de las iglesias, levantaron ollas comunes y talleres productivos, logrando así, combatir el hambre de cientos de personas.

Madres buscadoras: Un rayo de luz en la oscuridad
Desde la llamada “guerra contra el narco” instaurada en territorio mexicano bajo la orden del presidente panista Felipe Calderón, las desapariciones forzadas en nuestro país comenzaron a ser cada vez más y más recientes. Hasta la fecha, hay aproximadamente más de 113 mil personas cuyo paradero es desconocido.
Ante la poca o nula respuesta del gobierno para aclarar dichas desapariciones y localizar a las personas, grupos completos de madres y familiares comenzaron a movilizarse a través del país para hacer lo que el Estado se negaba a hacer: investigar, cuestionar e incluso escarbar, todo con el fin de reunirse con sus familiares.
Si bien, son hombres y mujeres quienes conforman los diversos colectivos que existen alrededor del país, la notoria y masiva participación de mujeres dentro de los mismos es algo que no se puede pasar por alto, ya que muchas de ellas, empeñan toda su energía, tiempo y corazón con la esperanza de reunirse de nuevo con sus desaparecidos.
Según datos de feminismo por la paz, desde 2019, las madres y familias buscadoras han logrado encontrar a mil 230 personas sin vida en fosas clandestinas y han localizado a mil 300 personas con vida en distintas partes del país.
Estos casos que perduran de manera activa en nuestra mente y corazón, toman relevancia cuando pensamos en cómo las mujeres hemos sido desplazadas de estas historias, siendo llamadas muy pocas veces heroínas, cuando en realidad, el esfuerzo colectivo ha logrado significativos avances en materia de derechos humanos e igualdad social.