#RumboAl8M
Por Tanya Elizabeth Méndez Luévano *
Las mujeres podemos actuar hacia la paz cuando reconocemos que no cabemos en un solo cuerpo, en una sola piel, en una sola mirada, porque no marchamos al mismo ritmo. No nos hermana la idea de una paz única e inamovible; nos atraviesan fisuras, tensiones, historias que nos hacen chocar entre nosotras, entre nuestras diversidades y singularidades. Podemos entrar en contradicción, porque somos eso: choque y fractura, rutas que a veces se cruzan y otras se niegan.
No hay una sola forma de nombrarnos ni de sostenernos. Están las que gritan y las que callan, las que creen en las instituciones y las que solo confían en la rabia. Las que buscan justicia en las leyes y las que la construyen con sus propias manos, las que acuerpan y las que resisten a la distancia, las que ponen barreras y las que encuentran otra forma de seguir. No nos une una sola voz, pero aquí estamos: dispersas, distintas, obstinadas.
Porque la paz no es la ausencia de conflicto, sino la presencia activa de justicia. Y la justicia no es una concesión, es una conquista, un tejido levantado históricamente con memoria, con lucha, con cuerpos que no se rindieron. No es un pacto de silencios ni de renuncias, sino la resistencia de quienes se niegan a aceptar que la violencia sea el destino impuesto. Es la obstinación de quienes, aun desde la fractura, siguen sosteniendo la vida y desafiando el olvido.
Las grietas no nos debilitan; nos revelan lo que duele, nos obligan a mirar de frente lo que se rompe y lo que aún podemos reconstruir. La paz no es lineal, es la tensión de sostenernos a pesar de las fisuras, de aprender a habitar el desacuerdo sin callarnos, aprendiendo a no traicionarnos, sin ceder al veneno de la envidia patriarcal. Tampoco se trata de sofocar la rabia, sino de comprenderla, de saber cuándo quema y cuándo ilumina.
Porque la resistencia no es un molde, es un caos que arde. No es una marcha sincronizada, es un estallido, una multiplicidad de caminos que a veces se encuentran y otras se contradicen, pero que nunca se rinden. La resistencia es la certeza de que, aunque nos duela, aunque nos incomode, seguimos desafiando el olvido impuesto sobre nosotras. Y en ese desafío, en esa obstinación de no dejarnos caer, es donde nace una paz que no nos domestica, sino que nos nombra, nos sacude y nos permite seguir.
Una paz que no es dócil, ni perfecta, ni fácil. Una paz que se construye en la grieta, en la pregunta incómoda, en la rabia que no nos paraliza, sino que nos empuja. Una paz que no es concesión, sino acto de voluntad.
Porque cuando la voluntad de repensarnos nos lleva a entrar en diálogo con nosotras mismas y con la historia, en ese cruce, en esa tensión entre lo que fuimos y lo que queremos ser, seguimos tejiendo esa paz: imperfecta, pero nuestra. La estamos construyendo con nuestras grietas, con nuestras contradicciones dentro y fuera, con nuestra resistencia, con las que caminan a nuestro lado y también con las que nos confrontan. Porque la coincidencia no es requisito para sostener la memoria, pero la voluntad de no dejarnos caer sí. Y no hay nada más poderoso que eso.
No hay paz sin grietas, sin tensiones, sin preguntas que incomoden. No hay paz sin la certeza de que no estamos completas, de que siempre habrá algo que nos rebasa, algo que nos confronta, algo que nos obliga a volver a mirarnos, aunque duela.
No estamos aquí para encajar, para solo ser amables ypedir permiso. Estamos aquí porque el olvido no es opción, porque si no somos nosotras quienes sostienen la memoria: la de nuestras luchas, la de quienes nos precedieron, la de aquellas con las que caminamos, la de las que nos dolieron y también la de las que nos lastimaron, la de las que se quebraron, la de las que no se suelen nombrar porque las pensamos lejanas, nadie lo hará.
La paz que nos han querido imponer es la del silencio, la de la sumisión, la de la renuncia. Pero la nuestra se construye en la grieta, en la rabia que no nos deja quietas. La nuestra se levanta en la calle, en la palabra, en la ausencia que se grita y en la presencia que se impone.
No somos una sola, nunca lo fuimos. Pero aquí estamos, con nuestras diferencias, con nuestros choques, con nuestras historias entrecruzadas. Porque la paz que vale la pena no es la que nos domestica, sino la que nos empuja a seguir, la que nos permite existir sin miedo, la que nos da el derecho de desafiar, de arder, de no pedir perdón por quererlo todo.
Y si el camino no está trazado, lo trazamos. Y si la historia nos quiso de rodillas, nos pusimos de pie. Y si la paz no era para nosotras, la hacemos nuestra, a nuestra manera, con todo lo que somos y todo lo que nos falta. Porque no hay vuelta atrás. Porque nunca más nos harán invisibles. Porque nunca más sin nosotras.
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Doctora en Educación y Bienestar Social, Maestra en Terapia Familiar, Licenciada en Psicología, Diplomado en Violencia de Género y Narrativas. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI1) y colabora en el Cuerpo Académico “Derechos Humanos, Políticas Públicas y Cultura. Es integrante del Centro de Estudios de Paz (CEPAZ)” del Instituto de Justicia Alternativa (IJA).Profesora de la Universidad de Guadalajara.