La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Nadie se baña dos veces en el mismo río
—Heráclito de Éfeso
Empecé a reportear hace 20 años. Justo en este momento acabo de caer en cuenta. Más o menos a mediados de febrero de 2005 me mandaron a Puente Grande para hacerle una entrevista al entonces director de la Industria Jalisciense de Rehabilitación Social (Injalreso), cuyo nombre no recuerdo. Unos meses antes había entrado a trabajar como corrector de estilo a un diario gratuito que ya no existe. Desde entonces y hasta la fecha he escrito muchas notas, algunos reportajes, otras tantas entrevistas, unas crónicas, algunas reseñas de libros y también de películas, un puñado de columnas. En el camino también escribí un par de libros de cuento, comencé a editar y he seguido corrigiendo. Siempre por escrito, en medios impresos y digitales.
Leer y escribir, editar y corregir, son cosas que disfruto mucho.
Y aunque confío incondicionalmente en el poder de la palabra escrita, a veces me gana la impotencia porque no encuentro las palabras para contar lo que quiero contar, para plasmar en los renglones lo que quiero transmitirle a quien se tope con el texto.
¿Cómo se cuenta un olor? ¿Cómo le transmites a las personas que esas líneas que están leyendo tienen un hedor insoportable, que las fotos que acompañan esos párrafos, apestan? ¿Cómo le haces entender a la gente que no importa cuántas palabras lea, cuántas imágenes contemplen, qué tan gráficas sean, porque nada va a poder reproducir ese olor que se te mete por las napias, que te impregna la ropa, que se queda encerrado en el auto, que se te mete tan adentro que ya no sabes si es el agua o el aire o tu alma lo que hiede? ¿Cómo?
La pregunta se me vino a la mente mientras estaba parado sobre un caudal de agua que apesta, que hiede, que marea porque son aguas negras que corren a cielo abierto por el llamado Arroyo Seco, un caudal ubicado al sur de la ciudad y que ha sido reportado por los vecinos de las colonias y fraccionamientos que se han ido construyendo junto a su cauce. Aunque originalmente llevaba sólo agua de lluvia, de unos meses a la fecha las aguas del arroyo son mayoritariamente aguas negras y el olor se puede sentir, dicen las y los vecinos, las 24 horas del día. Y me consta: todavía no es mediodía y el hedor ya es insoportable. Y a partir de las seis se pone peor, dicen y repiten a lo largo de diferentes puntos del arroyo.
Creo recordar que alguna vez escribí acá sobre los caprichos de la memoria. El agua puerca no deja de correr debajo de mis pies y sus efluvios me entran por la nariz y de pronto, por capricho de mi memoria, otra vez tengo trece años y estoy caminando el puente improvisado que instalaron en la colonia para cruzar el drenaje a cielo abierto que serpentea por las calles como consecuencia directa de las explosiones ocurridas otro mes de abril de hace ya casi 31 años. Como afirmaba el filósofo, ni el río ni yo somos los mismos. Lo que es lo mismo es el olor: ese hedor indescriptible que entra por nariz y boca, que se siente en la garganta y en los ojos, que marea, que da náuseas, que se queda impregnado y persiste aun cuando ya casi llegué a la unidad deportiva para jugar con mis amigos, que me acompaña aun cuando ya estoy de regreso en la oficina, 31 años después, para escribir un texto en el que quiero transmitir cómo es ese olor que apesta, aunque sé de sobra que la misión es imposible y que voy a fracasar, aunque un par de días después lo vuelva a intentar en estas líneas.
Los vecinos del Arroyo Seco quieren una solución y la quieren rápido porque, lo dicen y lo repiten, es imposible vivir así. Dependiendo del punto en el que uno se detenga, podrá ver que además de llantas, botellas, tablas, yerba, bolsas y cuanta basura se les ocurra, el cauce del arroyo lleva agua sucia, agua con orines, agua con excreciones, agua enlamada, agua con químicos; agua que es vertida desde los baños de algunas casas, desde las tuberías de alguna birriería, desde las bodegas de una peletería, desde empresas, negocios y casas que saben que no deberían echar al arroyo su agua sucia pero que igual lo hacen porque saben también que no pasa nada. Al menos no a ellos: ya les tocará a los vecinos aguas abajo lidiar con una inundación de inmundicia, con un enjambre de mosquitos, con una epidemia de dengue, con una infección estomacal.
Y cuando los vecinos afectados buscan soluciones, un gobierno municipal les dice que no le toca, otro gobierno municipal, que tampoco; una dependencia dice que no es su tarea y la otra, que ya hizo lo que le tocaba. En tiempos de campaña todos tienen soluciones a los problemas de las personas, pero después de la elección resulta que a nadie le toca.
Mientras, el agua sucia sigue corriendo y sus aromas, flotando en el ambiente, impregnándolo todo, colándose profundo. Y yo aquí estoy, intentando sacarme el olor de adentro, como hace 31 años, como hace dos días. Sacarlo para ponerlo por escrito, para contarlo, aun sabiendo que estoy destinado a fracasar. Y eso también apesta.
Qué buen texto. Te felicito. Por años llevé a mis alumnos a la cascada del Río Santiago. Luego dejé de hacerlo porque el olor me penetró al corazón. Y por lo visto sigue…
¡Muchas gracias por su lectura!