Crianza

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

A estas alturas, escribir sobre Adolescencia es más bien un acto de necedad: desde su estreno se ha escrito mucho y variado sobre los temas que se abordan en ella y poco a poco ha ido bajando el furor desatado por la miniserie creada, dirigida y coprotagonizada por Stephen Graham. No obstante, cada vez que se la menciona en una reunión sigue dando de qué hablar, así que voy a permitirme dejar acá un par de apuntes sobre cosas que he traído en la cabeza desde que la vi.

Por si acaso todavía hubiera alguna persona despistada que no la ha visto, Adolescencia es una serie de cuatro capítulos en los que se cuenta la historia de Jamie Miller (Owen Copper), un adolescente que una mañana es sacado de la cama por la policía, que le acusa de haber asesinado a una compañera de la escuela. A partir de ese momento, el menor y su familia, encabezada por Eddie Miller (Stephen Graham) se ven sumergidos en una espiral de acontecimientos que se suceden con un ritmo vertiginoso no sólo por la cantidad de hechos que suceden, sino por la agilidad con la que están narrados y la proeza técnica con la que fueron filmados: los cuatro episodios de la miniserie se presentan como un planosecuencia, técnica que favorece de manera muy particular al desarrollo de la historia.

Es probable que hoy, casi dos meses después de su estreno, esta advertencia ya está de más, pero nunca sobra: a partir de aquí puede haber spoilers. 

Debo reconocer que al principio fui de los primeros que se quedó esperando el cliché: más investigación policial, un juicio, un giro inesperado que absolviera a Jamie. Nada de esto pasó. Pero conforme se me fueron asentando las ideas, fui cayendo en cuenta de que lo importante no era eso, sino que el foco estaba puesto en otros temas. Como cuando uno se cae y no se da cuenta de las dimensiones del madrazo hasta que se empieza a encontrar moretones y dolores que al principio no eran evidentes, así me he venido dando cuenta de cómo me fue confrontando la serie, sobre todo en tres aspectos desarrollados en tres episodios diferentes.

A título personal, el primer episodio es el más convencional: se plantea la historia y comienza la investigación. Graham nos vende la idea de que estamos ante una típica serie policiaca de esas en las que la policía tiene un sospechoso, pero todos sabemos que seguramente al final el culpable será otro. Es un episodio que cumple con su cometido: presenta y engancha y poco más.

En el segundo episodio, acompañamos a los agentes Luke Bascombe (Asher D) y Misha Frank (Faye Marsay) en una diligencia policial en la escuela donde estudiaban Jamie y Katie, la chica asesinada. Amén de mostrar las disfuncionalidades que pueden converger en una escuela y sus aulas, a mí me conmovió la historia de Bascombe y su hijo, Adam, también alumno de la escuela y que es víctima de un acoso escolar del que su padre no tiene la menor idea. Pero el policía no sólo no tiene idea del acoso que sufre su hijo, sino que no tiene idea de nada: uno de los momentos más álgidos del episodio es cuando Adam lo confronta y le hace ver que está buscando a ciegas cuando tiene todo lo que busca al alcance de Instagram: ahí está toda la información sobre cómo era la relación entre Jamie y Katie, lo que dio pie al asesinato. Y no es que el policía no lo vea: es que no lo entiende. Mejor dicho: no los entendemos. Una de las primeras cosas que nos refriega en la cara Adolescencia es el abismo comunicacional que hay entre las generaciones más jóvenes y sus padres, es decir, nosotros: no sabemos qué significan los emojis, las abreviaturas, las palabras, las siglas. Creímos que con entender qué significa “LOL” estábamos del otro lado, pero lo cierto es que cada vez nos quedamos más atrás. Uno de los golpes más fuertes que recibe el agente Bascombe, y nosotros con él, es cuando se da cuenta de que no entiende nada de lo que le está diciendo su hijo, su propio hijo. Nuestros propios hijos. Porque, como dijera el abuelo Simpson: “Yo sí estaba en onda, pero luego cambiaron la onda y ahora la onda que traigo no es onda y la onda de onda me parece muy mala onda… ¡Y te va a pasar a ti!”… o nos está pasando ya. ¿Cuándo fue la última vez que entendieron algo de lo que les contaron sus hijes a la primera, sin pedir explicación de un término? Más todavía: ¿cuándo fue la última vez que sus hijos se acercaron a contarles algo de su día a día? ¿Ya le entendieron a los videos de Bombardino Crocodilo, Tralalero Tralalá y Ballerina Capuchina?

El tercer episodio de la serie es impecable. Presenta una sesión entre Jamie y la psicóloga Briony Ariston (Erin Doherty), encargada de hacer una evaluación como parte del juicio. En este episodio se explora el tema de la masculinidad y cómo esta se ha venido reconfigurando, no necesariamente para bien. Una de las cosas que le había explicado Adam Bascombe a su padre en el capítulo previo tiene que ver con el surgimiento de los llamados incel (célibes involuntarios) y el movimiento redpill, cuyas premisas es que las mujeres han venido dominando a la sociedad a fuerza de sobajar a los hombres en su masculinidad—si la serie estuviera ambientada en México, seguro habrían mencionado al llamado Temach—. A lo largo del diálogo entre Jamie Miller y Briony Ariston vamos entendiendo cómo se ha construido la figura masculina del muchacho y cómo él mismo cree en la ideología redpill. Sobre este tema, hay una crónica muy buena de Jair Ortega publicada en Gatopardo que les recomiendo leer. Aquí se las dejo. Para mí, el momento clave de este episodio se encuentra cuando Jamie estalla en ira y acusa a la psicóloga de manipular al guardia de seguridad para que haga lo que ella quiere con apenas un gesto de la mano. En tanto padre de dos muchachos, no puedo dejar de preguntarme sobre el modelo de masculinidad que he proyectado en mis hijos y, además, los modelos con los que han venido llenando los huecos que he dejado abiertos, porque por más que uno lo intente hacer de la mejor manera, siempre deja espacios en blanco. Pero el vacío, ya lo sabemos, no existe: siempre se llena con algo más. ¿Con qué están llenando esos vacíos nuestros muchachos?

Finalmente, el cuarto episodio es un repaso a la crianza. Creo que alguna vez compartí acá que cuando supe que iba a ser padre, me había propuesto no ser como mi padre. Creía, ilusamente, que podría hacerlo mejor: dar las expresiones de cariño que no recibí, escuchar como nunca fui escuchado, etcétera. Y resulta que no basta. Uno de los momentos más fuertes para mí fue cuando Eddie Miller, devastado y confundido, se pregunta qué hizo mal, si él había sido diferente con sus hijos respecto de cómo había sido su padre con él. Y resulta que no basta porque, como vimos en el episodio anterior, las y los padres de familia no criamos solos: hay además todo un contexto social, cultural e ideológico cuya puerta está en la palma de la mano de los y las hijas. Al final de la miniserie, me encontré preguntándome qué tanto estaba logrando mi plan de no ser cómo mi padre, qué tanto me estaba comunicando con mis hijos, qué tanto estaba yo entendiendo de lo que me decían y, por si fuera poco, qué tan dispuesto estaba a querer entender todo aquello que está ahí, a la vista, pero que simplemente no entiendo.

Y me lo sigo preguntando.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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