El anhelado encuentro con la paz

En Pie de Paz

Por Francisco Javier Lozano Martínez / francisco.lozano@udgvirtual.udg.mx *

En la primera mitad de la década de los 80´s, Pedro Quispe, un hombre de campo, de origen quechua y de mediana edad, se ocultaba de la guerrilla de Sendero Luminoso en las afueras de Ayacucho en la sierra sur central de Perú. Le habían llegado los rumores de que lo buscaban para reclutarlo en las filas del movimiento armado. Él no quería dejar a su familia, ni su pequeña chacra, ni la vida que tenía junto a su esposa y sus hijos. Mucho menos, quería morir o matar por una causa que en realidad no entendía. 

En esos días, no tuvo más remedio que huir por un tiempo de su casa, esperando que las cosas se calmaran en su comunidad o que la guerrilla abandonara la zona para poder regresar con los suyos. Cuando al fin pudo volver, lo hizo con la esperanza de que su vida regresaría a la normalidad; preparar la tierra, comer chapla, dormir en su hogar de adobe, abrazar a los suyos. 

Una noche, Sendero regresó a la comunidad intempestivamente para llevarse a más hombres y enfilarlos en su lucha armada. No había tregua. Los arrebatos eran abruptos, violentos. En estas campañas era común escuchar a medianoche los gritos y llantos de las madres y de las esposas que imploraban por sus hombres. Entre golpes, insultos y vejaciones, los varones eran arrancados de sus hogares. Y decían que se los llevaban al monte para nunca volver. Nadie sabía que pasaba con aquellos que no volvían.

Esa noche Pedro no tenía escapatoria, sabía que tendría que irse; y entre miedos, llantos y lamentos, se despedía de su esposa y de sus hijos: “voy a volver, voy a volver”. Sabía que golpearían a su puerta y lo reclamarían para la revolución. Y así fue. Con lo que no contaba Pedro era que uno de sus hijos, apenas adolescente, insistiría en que se escondiera y que él daría la cara por su papá. A él no le parecía bueno, pero de alguna manera le convenció la idea de que su hijo era demasiado niño para que se lo llevaran. Así que finalmente se escondió. 

Cuando golpearon a su puerta y gritaban su nombre, “¡Pedro Quispe, Pedro Quispe!”, sentía que su deber era salir y enfrentar el rapto para cuidar a su familia. Pero la insistencia de su hijo y de su esposa evitaron que él saliera. Fue su hijo quien finalmente salió para decir que su padre no estaba en el pueblo, mientras su madre respaldaba la historia suplicando que no les hicieran nada. La discusión no duró mucho, y arrebataron al muchacho sin más explicación que la siguiente orden: “si mañana no se aparece tu esposo, nos quedamos con tu hijo”. 

Mientras Pedro extendía las manos y le entregaban una cajita blanca, lloraba profundamente y decía en quechua “Imanrayku mana lluqsiykuchu?, Imanrayku mana lluqsiykuchu?”. Le pregunté a Mónica, quien era la responsable de la oficina regional de la Cruz Roja Internacional en Ayacucho en el 2013, “¿qué es lo que dice?” – “Está diciendo ¿Por qué no salí? ¿por qué no salí?”, me respondió. Y entonces, me contó toda la historia de Pedro Quispe, y cómo habían llegado a ese día en aquella casita blanca de la Cruz Roja. 

La última vez que habían visto al hijo de Pedro fue a la siguiente mañana de aquella noche fatídica. Su madre lo había ido a buscar tempranito al monte, a donde le habían dicho que los “terrucos” se habían llevado a los hombres. No muy lejos, había encontrado un “pseudo campamento” donde tenían al muchacho atado a un poste. Llevaba un polo con cuello de color naranja, percudido, pantalones de mezclilla y unos zapatos escolares. Mientras ella suplicaba que le dieran a su hijo, los senderistas le repetían que, si no aparecía Pedro, se quedarían con el muchacho. Pero Pedro nunca salió de su escondite aquel día. No había explicación si había sido por miedo, por no haber creído la amenaza, porque quizá creyeron que se los llevarían a ambos, o por insistencia de alguien, pero Pedro no subió a aquel monte para rescatar a su hijo. Jamás volvieron a verlo.

A partir de la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú en el año 2001, y al par de las investigaciones sobre las múltiples violaciones a los derechos humanos, la Comisión promovió y acompañó procesos de exhumación de fosas comunes junto con diversas organizaciones de derechos humanos y familiares de víctimas del conflicto armado. La Cruz Roja Internacional, en su oficina regional de Ayacucho, era la responsable de recibir, clasificar y conservar restos humanos y pertenencias para realizar eventos masivos de reconocimiento de víctimas, a partir de pruebas forenses o reconocimiento de prendas o artículos relacionados a los desaparecidos. En uno de esos encuentros, Pedro y su esposa habían asistido para ver si encontraban algo que se vinculara con su hijo. Cuando vieron sus restos óseos junto con la ropa que llevaba aquella noche, supieron de inmediato que era él. 

Mientras Pedro recibía aquella cajita blanca, que contenía los restos de su hijo, seguía hablando en quechua mientras alguien traducía sus palabras. Sus expresiones eran de dolor y culpa acumulados por años, pero también suspiraba y agradecía que finalmente tenían a su hijo de vuelta, y que ahora podrían enterrarlo dignamente y cerca de ellos. Mónica me explicaba que en la Cruz Roja organizaban estas pequeñas ceremonias de entrega para ayudar a las familias con el cierre, brindarles una porción de consuelo, y ayudarlos a su proceso de paz y reconciliación con el pasado y sus pérdidas. 

Este era un acto institucional, una “micropolítica de reconciliación” como sostenía Kimberly Theidon, pero que estaba rodeada de solidaridad humana, contención y amor por el prójimo. Tuve el privilegio de haber sido invitado para ser parte de este acto público, pero íntimo en esencia, éramos pocos en esa habitación. Lo recuerdo vívidamente como un encuentro realmente emotivo y de un gran aprendizaje que tenía que ir acompañado de humildad, silencio y gratitud. Porque, después de más de treinta años, estaba conociendo esta historia y al mismo tiempo presenciando el momento de un anciano Pedro, que, junto con su esposa, habían llegado a un encuentro anhelado con la paz. 

***
Profesor universitario. Certificado Internacional en Cultura de Paz y Gestión de Paz Vinculativa. Miembro del Cuerpo Académico UDG 1097 “Cultura de paz y participación ciudadana”. Integrante del Centro de Estudios de Paz (CEPAZ) del Instituto de Justicia Alternativa de Jalisco (IJA).

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En pie de paz
En pie de paz
Es una columna colaborativa que busca colocar en el debate público la relevancia de la cultura y educación para la paz. Esta columna es escrita por Tzinti Ramírez, Carmen Chinas, Laura López y Darwin Franco.

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