La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Hay historias que es necesario repetir una y otra vez, para que no queden en el olvido. También hay que volverlas a contar para ver cómo nos pueden ayudar a entender lo que ocurre ahora y, sobre todo, porque a veces la memoria es el único asidero que nos queda.
Hace unos días, el pasado 4 de mayo, se cumplieron cinco años del asesinato de Giovanni López Ramírez a manos de elementos de la policía de Ixtlahuacán de los Membrillos. Los hechos ocurrieron una noche de mayo de 2020, cuando los agentes detuvieron al hombre de 30 años, se dijo entonces, por no llevar cubrebocas. Eran los primeros meses de la pandemia y el gobernador, Enrique Alfaro Ramírez, mandaba mensajes bravucones y amenazantes —o ridículamente cursis y pueriles, como el post aquel del elefante de peluche, ¿lo recuerdan?— en los que amenazaba con aplicar mano dura contra quien rompiera el confinamiento provocado por la covid-19. Los agentes ixtlahuacanenses se tomaron muy en serio eso de la mano dura, porque arrestaron a Giovanni, se lo llevaron y luego se lo regresaron muerto a sus familiares.
Acaso porque pasó en Ixtlahuacán, o porque la información corría de manera dispersa en esos días, o porque todos estábamos ocupados haciendo recetas de carlotas o viendo conciertos de balcón o metidos en una de tantas juntas en línea, el caso es que el asesinato de Giovanni no cobró relevancia sino hasta un mes después: el 4 de junio tuvo lugar una protesta que fue reprimida por las policías estatal y municipal y que dejó como saldo decenas de detenidos, una patrulla quemada y un gobernador llorón que acusaba a “los sótanos del poder” de querer atacar a Jalisco.
Y entonces llegó el 5 de junio: decenas de personas comenzaron a movilizarse para ir a las instalaciones de la Fiscalía de Jalisco en la calle 14 y exigir la liberación de los detenidos el día anterior, pero se encontraron con un perímetro de agentes vestidos de civil que se encargaron de dispersar de manera vil a quienes iban llegando: empezaron a hacer detenciones arbitrarias, a incomunicar a las personas, a amenazarlas con entregarlas al crimen organizado, desaparecerlas por varias horas y luego trasladarlas a la periferia de la ciudad para dejarlas abandonadas, acciones que luego serían calificadas como desapariciones forzadas. No conformes con eso, los agentes además estuvieron intimidando a varias personas en sus domicilios, obtenidos sin autorización. Para rematar, ese día Enrique Alfaro declaró que la Fiscalía estaba infiltrada por gente del crimen organizado, acusación que nunca fue investigada, mucho menos castigada y de la que nunca se volvió a hablar después de ese día. Como colofón, el 6 de junio hubo una protesta más, también reprimida pero mucho menos mediática.
El 5 de junio también se dio a conocer que el gobierno del estado tomaría el control de la policía de Ixtlahuacán de los Membrillos. El anuncio se hizo al mero estilo del gobernador: con una super producción que incluyó coreografías y un video con drones y toda la parafernalia que le gustaba a aquel que soñaba con ser influencer y que ahora tiene sueños húmedos en los que es entrenador de fútbol. Unos días después también se anunció, con otro video mamalón grabado en palacio de gobierno, que las autoridades trabajarían junto con las víctimas del abuso policial, organizadas en el colectivo Somos 4, 5, 6, en lo que se describió como “la refundación de las instituciones públicas de seguridad”. Meses después el mismo colectivo saldría a denunciar lo que se sabía desde el principio: sólo había sido usado para lavarle la cara al gobernador y a su gobierno.
Echando a andar la máquina del tiempo, viajemos de 2020 a 2025.
Hace unas semanas, el gobierno federal, los medios oficialistas y todos sus corifeos se rasgaron las vestiduras cuando el Comité Contra la Desaparición Forzada de la ONU puso el foco sobre México al anunciar que, a raíz de los hallazgos en el rancho Izaguirre, abriría un proceso para investigar la crisis de desapariciones que golpea al país desde hace muchos, demasiados años. “Aquí no hay desaparición forzada”, dijeron, repitieron y vociferaron. Pero a Giovanni López se lo llevó la policía y lo regresó muerto. Pero a las personas en los alrededores de la calle 14 se los llevaron policías ministeriales y los tuvieron desaparecidos por horas. Las historias de ayer nos dan elementos para entender las historias de ahora.
Hace unos días, se dio a conocer que las policías de Teocaltiche y Villa Hidalgo iban a ser intervenidas, como hace un lustro fue intervenida la policía de Ixtlahuacán de los Membrillos y como han sido intervenidas en otros momentos las de Puerto Vallarta, Casimiro Castillo, Encarnación de Díaz, Colotlán, Jalostotitlán, Tlaquepaque, Mexquitic, Ocotlán, Tecalitlán y Villa Corona. Dado el señalamiento que hizo un lustro ha Enrique Alfaro, ¿no deberían de haber intervenido también a la Fiscalía, acusada de estar infiltrada? Una vez más: si representantes del Estado están coludidos con el crimen organizado y desde su posición delinquen y desaparecen personas, les guste o no les guste es desaparición forzada, aunque no sea una política de gobierno.
A esto habría que sumar también la noticia de la detención de José Ascensión Murguía, alcalde de Teuchitlán, por presuntos vínculos con el crimen organizado y por tener participación directa en la operación del rancho Izaguirre, lugar que, por cierto, ya fue blanqueado por la Fiscalía General de la República: ahora resulta que el lugar no fue ni campo de exterminio ni lugar de cremación. Poco le faltó a Gertz Manero para decir que en realidad el rancho era un parque de diversiones donde vendían ropa de paca. Curioso lugar, el rancho, donde según no pasaban los horrores que documentaron las familias buscadoras pero donde con rascar poquito sale más y más cochinero.
Para los creadores del relato resulta conveniente contar las cosas desvinculadas, presentarlas como hechos aislados, como casos que no tienen relación. Y por eso es necesario echar un vistazo y volver a contar otra vez las historias, para ver cómo se conectan y qué luces nos pueden arrojar para iluminar la pesadilla.