Los espacios no sólo son espacios, sino concatenaciones de historias y memorias; por ello, cuando algo se cierra también se desplaza todo aquello que en su interior se contiene; este es el caso del Parque Rojo cuya remodelación para albergar la parte comercial del próximo Mundial de Fútbol provocó la pérdida de un espacio público en el que las disidencias sexuales y políticas se encontraban, pero donde también, sábado a sábado, se construyeron autonomías económicas.
Esta es una crónica que narra la historia de un parque que se convirtió en un nodo afectivo, simbólico y político de la capital de Jalisco.
Texto y fotos por Aletse Torres Flores / @aletse1799
Durante años, el Parque Revolución —también conocido como Parque Rojo— ha sido mucho más que una extensión de pasto, concreto y bancas en el centro de Guadalajara; se ha convertido en un espacio vivo, punto de encuentro para distintos grupos sociales, colectivos feministas, disidencias sexuales, artistas, ciclistas, personas mayores, familias enteras y jóvenes en búsqueda de comunidad.También fue —hasta hace muy poco— el escenario semanal donde se tejían denuncias, memorias y redes afectivas. Y de pronto, fue cerrado.
Sin previo aviso y con un cerco metálico que se impuso de un día para otro, el Ayuntamiento de Guadalajara cerró el acceso al parque público como parte de una remodelación “urgente” para albergar el FIFA Fan Fest del Mundial 2026. El anuncio oficial llegó después del cierre, no antes. Las autoridades municipales —encabezadas por la presidenta Verónica Delgadillo— justificaron la intervención en nombre del “progreso” y la “proyección internacional de la ciudad”.
Acción que para distintos colectivos no es simplemente la intervención de un parque, sino el despojo violento de un territorio simbólico y culturalmente vital. Un espacio de y para la gente, especialmente para quienes han sido históricamente excluidxs.

Hilos: tejer la memoria, perder el lugar
Desde hace cinco años, la colectiva “Hilos” ocupaba los domingos las bancas del Parque Rojo con su proyecto Sangre de mi Sangre, un acto de bordado colectivo para visibilizar las violencias urbanas, en particular las desapariciones y los feminicidios. A través de metros de tela e hilos, han tejido comunidad, memoria y resistencia.
“Elegimos este lugar porque es muy estratégico, céntrico, por donde pasa la vía recreactiva… pero también porque tiene una historia”, cuenta una de sus integrantes. “Fue un lugar que nos acogió. Ahí nos encontramos. Era nuestro espacio de sanación” expresó una de las integrantes.
De 11 de la mañana a 2 de la tarde —salvo por el paréntesis de la pandemia—, el parque fue punto de encuentro para bordadoras, familiares de personas desaparecidas, estudiantes y ciudadanxs que se unían espontáneamente. Pero un viernes de abril, la colectiva se enteró de que el parque sería cerrado. Para el domingo siguiente, ya no había acceso.
“Fue como si nos cerraran la puerta en la cara. No se nos avisó. No se nos tomó en cuenta. Fue un acto de muy poca sensibilidad, violento. Ni siquiera tuvimos tiempo de despedirnos”.
Más allá del espacio físico, lo que “Hilos” pierde es un territorio cargado de afecto, de energía y de memoria. “Ahí estuvieron las Bordadoras por la Paz, ahí las madres buscadoras pegan fichas de sus hijos. Nosotras también tejimos ahí por lxs desaparecidxs. Ese espacio ya estaba impregnado de significados.”
Hoy, intentan continuar su labor en la Plaza José Clemente Orozco, donde siguen bordando “un metro por cada desaparecidx en el país”. Aunque se adaptan, lo vivido en el Parque Rojo no se reemplaza. “Ese cierre, esa forma de hacerlo, también fue violencia.”

Ballroom y comunidad LGBT+: el cuerpo en resistencia
La colectiva Hilos no es la única que se siente despojada. Para la comunidad ballroom de Guadalajara, el Parque Rojo es historia viva, escenario y casa. La Kiki House of Medussa (KHOM), una de las casas más activas en la escena voguera local, lo resume así:
“El Parque Rojo es un espacio público histórico para la comunidad LGBTTTIQA+ en Jalisco. Es un lugar icónico y fundamental para la historia de KHOM, pero también para el resto de la comunidad voguera tapatía.”
Durante años, ese parque ha sido testigo de sus Rojx Sessions, de kiki balls, de encuentros espontáneos donde el cuerpo se convierte en trinchera, en arte y en goce político. También ha sido fuente de ingreso para personas trans y refugio para jóvenes queer que no encuentran espacios seguros en otros lugares.
“El Parque Rojo también es hogar de muchas personas en situación de calle que también fueron desplazadas”, señala su comunicado. “Esto es un problema de gentrificación, clasismo, opresión, violencia económica e intento de arquitectura hostil.”
El cierre del parque no sólo borra una pista de baile, sino una forma de habitar la ciudad con libertad, disidencia y dignidad. “Hoy es el Rojo”, dicen, “mañana puede ser cualquier parque. Pasado, nuestra libertad de expresión.”
Como consecuencia, la comunidad voguera se ha tenido que desplazar a otros espacios para continuar expresándose libremente, resistir del desplazamiento e intentar saltar este obstáculo y negación a un espacio que para ellxs ya era seguro.
Vender para vivir: la protesta económica
Así como el primer sábado que presenciaron el cierre, lxs comerciantes continúan resistiendo, bloqueando el cruce de las avenidas Juárez y Federalismo, en el centro de Guadalajara, como protesta ante el cierre del espacio y la falta de soluciones por parte del gobierno municipal.
“Venimos nuevamente por la falta de propuestas por parte del Ayuntamiento”, explica una de las coordinadoras.
“Nos siguen ofreciendo 200 lugares en el Parque Cultural, reubicarnos en mercados o conseguir un local, pero no hay garantías ni espacio suficiente. No resuelve el problema”.
Ernestina Villarreal, madre soltera y vendedora de snacks, comparte:
“Toda mi familia vivía del ingreso del parque. Mis hijos también trabajaban ahí para poder estudiar. Ahora, de repente, ya no tenemos nada. El parque no era solo un mercado, era una comunidad”.
Carla Santos, quien durante años utilizó el parque como espacio de venta y entrega para su tienda en línea, agrega:
“Este espacio representaba entre el 60% y el 70% de mis ingresos. Ahora no puedo cubrir ni lo básico. Nos están dejando sin trabajo, sin aviso, sin alternativas.”
Otro comerciante, que prefirió no dar su nombre, lo resume con claridad:
“Decidimos resistir porque el sentimiento de desplazamiento es muy feo. No es solo el ingreso, es la comunidad. Si nos separan, ya no hay Parque Rojo.”
Las protestas continúan cada sábado. Aunque ahora bajo la mirada vigilante de policías estatales y federales, la comunidad comerciante no cede. “No somos delincuentes, solo queremos trabajar honestamente”, afirman una y otra vez. Reclaman su derecho a un espacio digno y a regresar cuando las obras terminen.

Un parque, tres memorias y una misma lucha
Aunque las formas sean distintas —el hilo, el cuerpo, el puesto ambulante—, las comunidades desplazadas del Parque Rojo coinciden en lo esencial: ese espacio no era sólo un parque, sino un nodo afectivo, simbólico y político.
El cierre, lejos de ser una remodelación neutra, deja al descubierto violencias más profundas: la exclusión urbana. En nombre del Mundial de Fútbol, se impone una ciudad que prefiere espectáculos internacionales antes que la dignidad de su propia gente. Que prefiere las mercancías extranjeras, antes que el comercio local.
“La memoria que tejimos ahí no se borra con pintura”, dice una integrante de Hilos.
“El parque está lleno de historias, de luchas. Vamos a volver.” comentó uno de los comerciantes.
Desde las agujas hasta los tacones de siete pulgadas, desde los Tostilocos hasta los carteles en las rejas, la lucha por el Parque Rojo continúa. Porque en el fondo, no es solo por un parque. Es por el derecho a habitar, a recordar, a trabajar, a resistir y a crear comunidad; con belleza, furia, y dignidad.





