Entre baches y tráfico: “la modernización” de Camino Real que desquicia al sur de la ZMG

La avenida Camino Real a Colima, uno de los ejes más transitados entre Tlaquepaque y Tlajomulco, está en rehabilitación. La promesa es modernizar 11.2 kilómetros en diez meses, pero mientras las máquinas avanzan lento, los automovilistas, peatones, comerciantes y usuarios del transporte público viven a diario un verdadero viacrucis.

Esta crónica recoge las voces de quienes enfrentan las consecuencias de una obra necesaria, pero mal planeada por el gobierno.

Por Aketzalli Nuño / @aketzallicomunicacion (IG)

Una noche de sábado, el 15 de marzo de 2025, comenzó una de las obras más esperadas —y a la vez más caóticas— en el sur de la Zona Metropolitana de Guadalajara: la rehabilitación del Camino Real a Colima, en el tramo de 11.2 kilómetros que va desde Periférico hasta San Agustín en Tlajomulco de Zúñiga.

Desde entonces, lo que prometía ser una solución vial se ha convertido en una pesadilla diaria. El asfalto removido, la maquinaria bloqueando pasos, la ausencia de señalización y los cambios repentinos en la circulación han desbordado a quienes transitan por esta vía: peatones, choferes de transporte público, motociclistas, automovilistas, traileros, repartidores, y también a quienes viven o tienen negocios a pie de calle.

En cada tramo de la obra hay un obstáculo, y cada obstáculo ha multiplicado: las quejas, los riesgos y los retrasos.

Diseño ilustrativo de lo que será la obra tras su conclusión.

Peatones invisibles

Caminar por el Camino Real hoy es caminar con miedo. Para cruzar la calle, peatones deben aventurarse entre los vehículos como si sortearan una carrera de obstáculos. No hay semáforos funcionales, la señalética es inexistente y las vueltas a la izquierda fueron anuladas.

Fernando Parra resume el sentir general: “Es un problema cruzar porque los semáforos no sirven o no hay, y también fueron anuladas las vueltas a la izquierda.”

El cruce en Punto Sur, por ejemplo, es un laberinto sin reglas: carriles que se bifurcan, giros inciertos y automovilistas apurados convierten en una odisea lo que debería ser una acción cotidiana. Nadie supervisa, nadie prioriza a quien va a pie.

Entre conos y montículos de arena, así es el camino de peatones (Foto: Gobierno de Tlaquepaque).

Transporte público: lento, saturado e incierto

Lo que antes era ya un sistema sobrecargado, ahora está al borde del colapso. Los camiones se demoran más, se saturan, y su paso es cada vez más impredecible. Algunos choferes han optado por tomar el carril de contraflujo, a pesar de que no está diseñado para ellos, mientras otros desvían su ruta por calles como Santa María o Santa Anita para sortear el caos.

El resultado es una suma de trayectos más largos, esperas insoportables y horarios rotos. Brian Sesma, usuario del transporte público, lo vive todos los días:

“Siento que la obra de Camino Real me ha perjudicado en mi horario habitual. Tengo que salir mucho antes de mi casa para llegar a mi destino. Si antes necesitaba dos horas para llegar a la universidad, ahora con la obra en proceso necesito dos horas y media. Sin mencionar el estrés que genera tanto tráfico. Desde que están reconstruyendo la calle, como que los camiones no pasan tan seguido o se tardan más.”

Tráfico lento mucho más allá de las llamadas “horas pico” (Foto: Aketzalli Nuño).

Ximena Acevedo, también usuaria habitual, ha tenido que reajustar su vida en función del tráfico:

“Vivo en San Agustín, cerca de López Mateos y Camino Real. Voy a la universidad en Parres Arias (CUCSH Belenes) y antes hacía una hora y media. Ahora con las obras hago casi 3 horas de ida y 4 de regreso. Son más de 6 horas al día. También, para ir al trabajo, he tardado media hora solo para pasar de San Agustín a Galerías Santa Anita, cuando antes hacía 10 minutos. Esto ha afectado a todos en el pueblo de San Agustín, porque el tráfico se carga en calles como Niños Héroes, Matamoros, Ramón Corona, Iturbide y Aldama.”

La sensación de frustración se acumula con cada día. Daniela Álvarez cuestiona el modo de ejecución: “Me parece ilógico abrir todo de una vez, es un tramo súper largo. El tráfico es horrible tanto en Camino Real como en López Mateos. Era mejor ir por partes. Gracias a la obra ahora hago más de 3 horas a la universidad. Y los camiones pasan menos.”

Las rutas afectadas: A05-1, C09, C10, C128-A-V2, ya no cumplen sus horarios ni frecuencia. Hay personas que, aun subidas en el camión, no llegan a su destino.

Un ejemplo: el martes 29 de abril, una varilla de la obra ponchó una llanta en una unidad del transporte público en Arroyo Seco. Los pasajeros bajaron, esperaron otro camión que llegó abarrotado y, tras casi tres horas, pudieron continuar. El retraso les cambió el día completo.

Así lucen ahora las paradas de transporte público en Camino Real a Colima (Foto: Aketzalli Nuño).

Motociclistas y repartidores: navegar entre riesgos

En dos ruedas, el riesgo se multiplica. Isaac González, motociclista habitual, describe un entorno hostil: “La tierra, los baches y la obra misma son un peligro constante.”

Pero no es solo el estado del camino: también los conductores de autos y transporte pesado maniobran bruscamente para evitar retrasos, lo que pone a los motociclistas en la línea de fuego. Los repartidores de comida lo han notado: cada día son más quienes evitan esta vía para no exponer su integridad (y su trabajo) a un accidente.

Automovilistas al límite

Las filas de autos son interminables, sobre todo entre las 7 y las 9 de la mañana. Quienes tienen la opción, buscan rodeos. Leticia Rodríguez ya ni intenta pasar: “Es un caos. Todos quieren pasar, los motociclistas rebasan por donde pueden.”

Everardo Esparza coincide: las demoras se han vuelto rutina. Jorge Carrillo, chofer de Uber, ha tenido que memorizar rutas alternas, aunque eso implique dañar su auto: “He tenido incluso daños en mi auto por caminos alternos desconocidos.”

Y a medida que los días avanzan, crecen los reportes de accidentes. Alexa Jiménez lo vive con ansiedad:

“Ya me ha tocado ver choques o casi choques a cada rato. Pudieron arreglar por partes para que fuera menos perjudicial. Yo he presenciado dos accidentes, por suerte leves, y varios riesgos cercanos. Hoy mismo vi cómo un Tesla casi choca por ir en sentido contrario. Falta más señalización o alguien que oriente.”

A causa de las obras, los carriles de ida y vuelta se han reducido (Foto: Gobierno de Tlaquepaque).

Vidas interrumpidas

Las afectaciones no se quedan en la movilidad. En Camino Real, justo afuera de Bonanza, Eunice Molinero describe un escenario desolador: “Es un desastre. Las filas se hacen eternas. Casi no han avanzado nada. Cerraron la entrada, dejaron solo un espacio pequeño para entrar y salir.”

Los negocios están a la baja: los clientes ya no llegan, o llegan tarde. Algunos locales han tenido que adoptar esquemas de entrega a domicilio, como en los días duros de la pandemia.

Las colonias y fraccionamientos aledaños tampoco escapan al caos. Las calles interiores se saturan y los tiempos de trayecto aumentan hasta el doble. El tránsito local también se ve entorpecido por la maquinaria, las maniobras mal planeadas y la falta de información oficial clara.

Autoridades sonrientes el día que arrancaron las obras (Foto: Gobierno de Jalisco).

Una obra que prometía solución… y trajo desorden

Lo que está ocurriendo en Camino Real es un recordatorio de lo que pasa cuando la planeación urbana olvida a las personas. A pesar de la magnitud del proyecto, no se implementaron medidas eficaces para mitigar sus efectos, ni se pensó en una ejecución por etapas que respetara la vida cotidiana de quienes transitan por ahí.

Mientras tanto, miles de personas están reorganizando sus horarios, sus rutas, sus rutinas y hasta sus trabajos para sobrevivir al desastre vial que se construye, irónicamente, en nombre del progreso.

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Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Pública de la Universidad de Guadalajara, esta crónica se realizó en el marco de la asignatura de Géneros Periodísticos impartida por el profesor Darwin Franco.

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