No olvidamos

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @TurcoViejo

Dicen que correr es bueno para la memoria.

Algo de cierto debe tener la afirmación, porque esta semana mientras corría por las mañanas he tenido tiempo suficiente para recordar cosas. Para hacer memoria, pues.

Por ejemplo, mientras recorría las calles de la colonia tratando de tomar ritmo caí en cuenta de que se cumplieron 16 años del incendio de la guardería ABC, en Hermosillo, hecho en el que murieron 49 menores y 104 más quedaron con lesiones. El incendio provocó la indignación de la ciudadanía y la verborrea de los políticos, que en ese entonces se dijeron indignados y prometieron hacer una investigación a fondo para castigar a los responsables, que deben estar muy pero muy en el fondo porque nunca los encontraron. Fuera de algunas destituciones menores, el caso permanece en la total impunidad. El sello de la casa.

Ahora, las y los menores sobrevivientes rondan ya los 18 años. Han pasado su vida, y la pasarán, con las secuelas del incendio. El Universal publicó el testimonio de Danna Paola, que tenía dos años cuando ardió la guardería. Ella tuvo quemaduras de segundo y tercer grado en 47 por ciento de su cuerpo, le amputaron nueve dedos y le han practicado más de 30 cirugías. Quiere ser abogada y tiene una convicción: “Soy víctima de la corrupción. El incendio de la guardería ABC ocurrió por la corrupción”. Discursos políticos pueden ir y venir y salpicar todos los micrófonos que quieran: los culpables no recibieron castigo ni pagaron por trastocar la vida de más de 150 familias que siguen exigiendo justicia.

Recorro las calles todavía mojadas por la lluvia de la noche anterior y me acuerdo, hago memoria, de que hace cinco años tardamos un mes en enterarnos de que una noche de mayo en Ixtlahuacán de los Membrillos la policía municipal detuvo a Giovanni López por no llevar un cubrebocas y luego lo entregó muerto a su familia. Cuando el hecho se hizo público provocó una ola de indignación que fue más fuerte que el miedo a la covid-19 y llevó a cientos de personas a manifestarse un 4 de junio en el centro de la ciudad. La protesta se salió de control y derivó en un encontronazo con la policía municipal y estatal, que no dejó pasar la oportunidad para golpear manifestantes y hacer detenciones arbitrarias.

Ese día nacieron “los sótanos del poder”, espacio mitológico autoría del mitómano exgobernador Enrique Alfaro para tratar de culpar y señalar a unos oscuros seres por alterar el orden de la Nueva Jaliscia. “Así no nos manifestamos los jaliscienses”, decía él y repetían sus corifeos pagados con cargo al erario.

Como una no es ninguna, al día siguiente hubo otra jornada de terror: cuando las personas se organizaban para ir a calle 14, la sede de la Fiscalía de Jalisco, para protestar por las detenciones arbitrarias del día anterior, agentes ministeriales se encargaron de detener, amedrentar, torturar, amenazar e incomunicar a quienes se acercaron al perímetro de la dependencia encargada de velar por la seguridad del estado. Dice el dicho que si parece pato, camina como pato y grazna como pato entonces es un pato, y lo que ese día realizaron los agentes parecía, caminaba y graznaba como desaparición forzada, aunque no lo quieran reconocer. Este imperdible trabajo de Andrés de la Peña y Lauro Rodríguez lo deja bastante claro.

Al igual que el día anterior, Enrique Alfaro optó por el deslinde: lejos de asumir la responsabilidad, prefirió hacer dos cosas tan atroces como cobardes: primero, acusó a los agentes de desobedecer y, después, dijo que la Fiscalía estaba infiltrada por el crimen organizado. Ninguno de los dos señalamientos fue investigado y, por lo tanto, nadie fue castigado ni obligado a reparar el daño a las víctimas. Punto para la impunidad que se prolongó por un día más, pues el 6 de junio hubo otra protesta, con sus respectivos detenidos y su protocolar deslinde.

Cinco años después, quien debería haberse hecho responsable entonces hoy está, al menos eso dicen, del otro lado del mundo preparándose para ser entrenador de fútbol.

Corro por calles maltratadas que se van poblando de autos y camiones, paso por esquinas donde las personas esperan el transporte público para apretujarse en los camiones que escupen humo negro. Corro y hago memoria y trato de convencerme de que vale la pena no olvidar, de que es una forma de resistencia. De que por más que apuesten por hacer de la impunidad por olvido una política pública, debemos seguir recordando cómo la corrupción mata y la falta de castigo nos vulnera como sociedad. Hay que hacerlo aunque parezca que no sirve de nada: que sepan que no olvidamos.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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