Cuando el miedo se vuelve rutina: la vida bajo fuego en El Vergel

#Crónica

En El Vergel, Zapopan, el miedo dejó de ser visitante para convertirse en rutina. Las balas interrumpen cenas, las calles se vacían al anochecer y los sueños se encogen tras puertas cerradas. Esta crónica retrata cómo vivir en esta colonia es resistir entre el fuego cruzado y el abandono.

Por Isaac Rodríguez Flores / @isaa_rguez_ (IG)

“¡Tírense al suelo!”, gritó mi mamá con tono de desesperación y miedo. En cuestión de segundos, una de mis hermanas quedó debajo de la mesa. El ventanal del comedor vibraba con cada ráfaga que se disparaba en el exterior. Las luces de fuego se reflejaban en el cristal. En ese momento no sabíamos qué estaba pasando, pero parecía que todo ocurría afuera de mi casa.

Corrimos hacia el cuarto del fondo, el único lugar donde nos sentíamos a salvo. No hay ventanas, no hay forma de que algo nos pasara ahí. Nos quedamos en silencio, con la respiración acelerada, esperando que se tranquilizara el enfrentamiento. Sin embargo, afuera los disparos no paraban.

Según cifras de Infobae, en Jalisco se registraron mil 445 homicidios dolosos en 2024, apenas un poco menos que en 2023, cuando hub mil 449. Esto refleja el contexto de violencia en el que vivimos y acentúa el temor de que un enfrentamiento así pudiera tener consecuencias todavía más graves.

Pasados alrededor de 30 minutos, las detonaciones se detuvieron. Fue entonces cuando nos animamos a salir del cuarto. Al mirar por la ventana, vimos pasar muchos carros a alta velocidad. Fue hasta después que supimos que la Guardia Nacional perseguía a otro vehículo. Pero esa noche, en medio de la confusión, no pudimos dormir por el miedo a que algo más ocurriera.

Al día siguiente, mi hermana menor no quiso quedarse sola en casa. La escuela había suspendido clases por la balacera del día anterior. Al final, terminó yendo con mi mamá a su trabajo. Cuando fui a la parada del camión para dirigirme a mi jornada laboral, vi más de una bala en el piso. Vecinos que también iban rumbo a sus empleos evitaban pisar los casquillos. Me dolía ver cómo la gente lo normalizaba. Las marcas de la batalla eran evidentes. Los negocios frente a nuestra casa, con sus cortinas metálicas perforadas por las balas, daban testimonio de lo cerca que había estado todo.

Y aunque la gente “se veía como si nada”, no quiere decir que no haya sentido miedo. Según datos del INEGI, el 60.7 % de los jaliscienses considera que vivir en su entorno más cercano es inseguro, un índice que explica por qué muchos vecinos aún no se atreven a salir en la noche y por qué los negocios cierran antes del anochecer. Ese día, el negocio de los tacos que se ponía en la esquina de mi casa bajó la cortina a las 8:30 p. m., cuando normalmente cerraba a las 12:00 de la noche.

La vida ya no volvió a ser la misma después de esa balacera. Los vecinos ya no pueden salir a caminar tranquilamente ni llegar tarde a sus casas sin preocuparse. Las reuniones con amigos han quedado en el pasado, y cualquier actividad fuera de casa después del anochecer es prácticamente impensable.

Según vecinos, nos comentaron que:

“El transporte público deja de pasar, los taxis y los transportes de plataforma no quieren llegar a mi casa porque escuchan o ven en las noticias que hay balaceras muy seguido, y eso me limita a tener que regresarme muy temprano de las reuniones.”

Los conductores que aceptan llevarte a tu destino te piden “pa’ la gas”, aunque ya hayas pagado ese servicio.

Este temor no es exagerado. En 2024, se reportaron entre 20 y 25 robos diarios a conductores de plataformas digitales en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Incluso, dos de ellos han perdido la vida en incidentes violentos, lo que ha llevado a muchos a evitar zonas consideradas peligrosas, como El Vergel. Esto no sólo afecta a los conductores, sino también a quienes dependen de este servicio para moverse con seguridad, especialmente durante la noche. Los conflictos armados no son el único peligro; también hay robos, autos sospechosos y grupos reunidos en las esquinas, que son parte de lo que se puede encontrar en la noche.

En 2024, un adolescente de 17 años fue baleado en esta misma colonia por tres hombres que lo atacaron mientras circulaban en una motocicleta. Afortunadamente, el joven logró llegar a su casa para pedir ayuda y fue trasladado rápidamente a un hospital. La atención de la policía en estos casos suele ser de poca ayuda, ya que la estación más cercana se encuentra a 15 minutos.

Según cifras, Jalisco registró 11 homicidios de menores de 0 a 17 años solo durante enero de 2025, una disminución en comparación con los 23 casos reportados el mismo mes en 2024. Sin embargo, en zonas como El Vergel, estos números adquieren una dimensión más alarmante debido al contexto de violencia que se vive en sus calles.

Para muchos jóvenes, salir ya no significa diversión o libertad, sino arriesgar la vida en una zona donde los grupos delictivos imponen sus propias reglas. Las esquinas, antes puntos de reunión, ahora son territorios de la delincuencia. La ausencia de la autoridad es evidente, y quienes deberían proteger se limitan a responder después de los hechos.

El barrio El Vergel, ubicado en Zapopan, Jalisco, fue alguna vez un lugar donde las calles se llenaban de risas, niños jugando y vecinos conviviendo en las aceras. Hoy, esas imágenes parecen un recuerdo lejano. Las calles ahora están marcadas por la soledad al anochecer, el miedo en los rostros de sus habitantes y el eco de la inseguridad que se ha apoderado de la colonia.

“Antes podías sentarte afuera de tu casa y platicar con los vecinos. Ahora nadie quiere salir, ni siquiera para caminar un rato”, dice un vecino que vive en el área desde hace más de dos décadas. Esa transformación no ha sido repentina, sino producto de años de creciente abandono y actividades delictivas que han dejado cicatrices profundas en la comunidad.

Hace un par de meses, en las calles Río Colotlán y Río Hondo, se escucharon varias detonaciones. Los vecinos, acostumbrados al sonido de las armas, corrieron a refugiarse, temiendo lo peor. Más tarde, la policía encontró frente a un domicilio a un hombre herido de bala. La fachada de la casa estaba completamente perforada por los impactos. Familiares del hombre lo llevaron a recibir atención médica, pero la tragedia fue inevitable: murió poco después en el hospital.

“No es la primera vez que pasa algo así”, comenta otro habitante. Y tiene razón. La violencia en El Vergel no se limita a un solo caso. Semanas antes, en el cruce de Pintores y Carpinteros, en la colonia Nuevo Vergel, otro hombre fue atacado a balazos en plena vía pública. Recibió impactos en la cabeza, el pecho y un brazo. Aunque los servicios de emergencia lograron estabilizarlo y trasladarlo en estado crítico, los responsables ya habían desaparecido, dejando tras de sí más miedo e incertidumbre.

En esta colonia, es muy común que pasen este tipo de sucesos. Lo que comenzó con pequeños robos hace más de cinco años ha evolucionado hasta convertirse en un entorno dominado por la violencia armada.

La falta de denuncias también juega un papel importante. “La gente no quiere problemas. Si reportas algo, corres peligro porque todos saben quién vive por aquí”, explica otro vecino. Esta realidad da pie a la impunidad, creando un ciclo de violencia que parece no tener fin.

Aunque las autoridades han prometido reforzar la vigilancia en la colonia, las promesas parecen insuficientes. Los operativos son esporádicos, y los vecinos llegan a señalar que hay amaños entre algunos elementos y los grupos delictivos: “La policía viene solo cuando algo ya pasó, y ni siquiera siempre. De ahí no hacen nada más”, precisa otro habitante desde el anonimato.

En El Vergel, la violencia no solo perfora las paredes; perfora también la dignidad, los sueños y la esperanza de sus habitantes. Cada disparo que se escucha es un recordatorio del abandono de las autoridades. Aquí, sus promesas son tan huecas como los casquillos que quedan en las calles, y las palabras de aliento no bastan para reconstruir las vidas arrebatadas por la inseguridad.

Mientras los responsables de esta situación miren hacia otro lado, los habitantes de esta colonia seguirán siendo prisioneros de un sistema que les ha fallado. No se trata solo de pedir justicia o exigir seguridad. Se trata de reconocer que la vida en lugares como esta colonia no debería ser una condena, sino una oportunidad para soñar, convivir, caminar sin miedo. Se trata de un derecho básico que no se puede seguir ignorando.

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Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Pública de la Universidad de Guadalajara, esta crónica se realizó en el marco de la asignatura de Géneros Periodísticos impartida por el profesor Darwin Franco.

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