El Mercado Corona, cual ave fénix, no sólo se levanta desde las cenizas del fuego, sino también de la fe. En sus pasillos conviven figuras de la Santa Muerte, locatarios que preparan amarres de amor y hierbas que prometen sanar el cuerpo. Aquí, entre aromas de incienso y miradas que pesan, la santería, la brujería y la medicina tradicional conviven con la modernidad de escaleras eléctricas. Es el corazón de un Guadalajara diverso, mágico y profundamente resiliente.
Por Édgar M. García / @edgarrgarciaaf (IG)
Las miradas seguían cada movimiento que realizaba con cautela. Paseaba lentamente por los pasillos estrechos con miedo a tocar algo y quedar “maldito”. Una mezcla de olores hacía que me picara la nariz: inciensos, hierbas secas y los guisos que vendían en el piso de abajo.
La pesadez de sus miradas hacía que mis rodillas comenzaran a flaquear. Pronto me di cuenta de que no eran las de los locatarios, ni las de los clientes que compraban cosas con discreción. Santos de la religión yoruba como Ochun, Elegguá, pero la que más impone es una figura de la Santa Muerte de dos metros, que, con sus cuencas vacías y la dentadura expuesta, pinta una macabra sonrisa que me examina con recelo. Ella pronto se dio cuenta de que yo era alguien ajeno, foráneo al Mercado Corona.
El fénix tapatío
Ubicado a cuadras de la Plaza Tapatía, el Mercado Corona es un inmueble indispensable para la zona centro de Guadalajara, y sus 130 años de antigüedad dan testimonio de ello.
Sus inicios se remontan a 1891, cuando el gobernador Ramón Corona tuvo la iniciativa de construir el primer sitio destinado a la compraventa formal y ordenada.
“El primer mercado establecido que hubo en Guadalajara fue el Mercado Corona. Se hizo a iniciativa del gobernador Ramón Corona, mandó a hacer ese mercado en el centro de la ciudad para que el comercio tuviera un orden. Por su asesinato, no pudo inaugurar ese mercado que tiene ya, aunque con distintos edificios, un historial de 130 años. Es más antiguo que el mercado San Juan de Dios”, dijo Juan José Doñán, respetado cronista y tapatiólogo.
El 15 de septiembre de 1891 se construyó el primer mercado en Guadalajara. La obra fue ejecutada por José María Gómez, y se ubicaba entre lo que ahora son las calles Hidalgo, Santa Mónica, Independencia y Zaragoza. El mercado tenía un estilo neoclásico, como los edificios más importantes de la zona.
A pesar de ser el más longevo, el Corona ha tenido un historial de tragedia tras tragedia. En 1910 sufre su primer siniestro, seguido de otro en 1919, y diez años después vuelve a sufrir otro en 1929. Esto provocó que el edificio sufriera modificaciones constantemente. En los años sesenta, el arquitecto Julio de la Peña se vio con la tarea de reconstruir el recinto histórico.

Hace nueve años sufrió su más reciente siniestro, cuando un incendio consumió por completo el edificio, junto con todas las posesiones de los locatarios. Así como este edificio, los locatarios son personas resilientes que, con valentía y ganas de salir adelante, continuaron la venta de sus productos frente a la Preparatoria Jalisco, lo que hoy es la Plaza Agustín Rivera. Ahí, en toldos, levantaron sus puestos que habían sido pasto de las llamas mientras se remodelaba el que sería el Mercado Corona que se visita actualmente.
El Mercado Corona es, como tal, el más antiguo de Guadalajara, pero, irónicamente, es también el mercado más moderno de la ciudad. Su edificio tiene menos de una década desde su reconstrucción, debido al incendio que obligó a su remodelación. En consecuencia, se lanzó una convocatoria, de la cual se recibieron 30 propuestas. Se le asignó el proyecto al arquitecto Leopoldo Fernández Font, autor también de la iglesia de La Luz del Mundo.
Le agregaron escaleras eléctricas y su fachada se asemeja a un centro comercial. Esta nueva edificación del Corona contrasta y sobresale entre los edificios neoclásicos del centro, como el Teatro Degollado o la Catedral Metropolitana.
“Los mercados se van adecuando a las épocas, a la tecnología. Además, son espacios socialmente útiles, de tal manera que quien los administra es el municipio. Es un servicio importante que debería ser accesible para todos”, opinó el cronista Juan José Doñán.
Magia en el fénix tapatío
–¿Qué me tomo para el riñón? –le preguntó un señor de bigote blanco a la locataria de la hierbería.
–Un riñosan –se apresuró a contestar la señora, mientras le entrega una bolsa de hierbas y el señor le da un billete de cincuenta pesos.
Según uno de los locatarios, el riñosan es una mezcla de 14 plantas diferentes, que contienen principalmente guácima y chivo marino. Es un producto muy popular que se vende en las hierberías del mercado. Después, una señora se acerca a comprar píldoras de moringa.
El Área Metropolitana de Guadalajara es una zona en la que la diversidad abunda en cada uno de sus habitantes. La magia, la brujería, la santería y estas creencias como alternativas de culto forman parte de la cultura popular del jalisciense. El Mercado Corona se convierte en una suerte de epicentro cultural, donde las personas pueden comprar artículos para seguir practicando sus creencias.
“En ese mercado se venden esas cosas porque alguien las requiere, porque tienen sentido para muchas personas. Habla de la diversidad de una ciudad como Guadalajara, en la cual no hay una uniformidad, sino una vida muy diversa y, desde luego, un comercio que responde a esa comunidad diversa”, concluyó el cronista Juan José Doñán.
Ubicada en la periferia del mercado se encuentra la Hierbería Puerta al Sol. La locataria ha respirado los aires mágicos de este recinto desde que nació, pues sus padres y sus abuelos también trabajaron en el Corona. Para ella, este mercado es su vida.
“Aquí uno puede encontrar plantas medicinales, imágenes religiosas, inciensos, de todo”, dice la locataria con una sonrisa.
Hay inciensos que retiran energía mala y sanaciones. Lo más accesible con lo que cuenta son unos cabitos: velas que se prenden con una intención. Estas cuestan dos pesos. En cambio, lo más caro que ofrece son imágenes de la Santa Muerte, que se venden en tres mil pesos.
“Porque no tenemos una regla, no tenemos quien te ponga reglas y estatutos, es tu conciencia lo que te hace que hagas cosas buenas y que hagas cosas malas. Nosotros, como devotos de ella, lo que le pedimos es protección, porque, así como existe el bien, también existe el mal. Yo le pido protección.”

Hace nueve años ocurrió un incendio que dejó destruido alrededor del 80 por ciento del inmueble.
“Todos empezamos de cero, y por lógica todos batallamos la pandemia, pero pues mira, cuando tú tienes fe… y por ejemplo, yo que tengo fe en mi Santísima Muerte, acuérdate que primero tenemos que poner de antemano en primer lugar a Padre Dios y después a ella”, recordó la comerciante del local Hierbería Puerta al Sol.
Presencias y rituales
No es de esperarse que en este edificio sucedan eventos paranormales. Todas las energías que conviven en un mismo espacio pueden resultar contraproducentes. La locataria se extiende a narrar su anécdota más extraña: han pasado cuatro años. Ella atendía una llamada, y en eso siente una mirada, de esas que sofocan con intensidad.
Al voltearse, ve a una persona de tez blanca, alto, güero, traía un pantalón caqui y una franela de cuadros negra y roja. Cuando lo miró, supo que estaba de frente con el diablo. Sus ojos eran de un rojo intenso y su barba, alargada en pico. La locataria hace una pausa y se frota sus brazos tapizados de tatuajes. Su mirada le quemaba.
Ella le pregunta: “¿Qué es lo que necesita?” El hombre misterioso se limita a decir: “Nada, nada más te estoy mirando.” Y se fue. Ella lo buscó por todos lados, preguntó por este señor y nadie más lo vio.
Santería, clientela y fe
El local Plantas Medicinales El Colibrí, mejor conocido como El Colibrí, está ubicado también a orillas del último piso del edificio. Esta tienda cuenta con su local principal y otro vecino.
Resalta entre las que la rodean porque tiene una amplia variedad de productos esotéricos. Hay velas con títulos llamativos, como “amansa hombres”, “espanta suegras”, sales de distintos colores que se utilizan para limpias, además de una gran colección de estatuillas de santos de la religión yoruba, de la Santa Muerte, San Judas Tadeo y del diablo, en la que resalta su dotado miembro.
En el local atienden padre e hijo. Aquí uno puede encontrar plantas medicinales y productos de esoterismo, en donde también se hacen trabajos con la Santa Muerte, el diablo y la religión santera.
–Lo que más se vende son estas figuras –dice, mientras señala un pasillo en donde están expuestas todas las estatuillas.
Los precios varían: hay figuras que pueden costar desde 500 pesos, hasta rondar los 14 mil, como la Santa Muerte de dos metros que se muestra al lado de su tienda.

Se le conoce como Santería a aquel culto cuyas raíces provienen de la religión yoruba. Esta creencia es originaria de Cuba, producto de las religiones tradicionales que los esclavos trajeron en la época colonial. Con el tiempo, la Santería se sincretizó con la religión católica, la única que estaba permitida en ese entonces. Es por eso que esta postura espiritual toma a los santos católicos para representar a sus deidades. Por ejemplo, Ochun es representada con la Virgen de la Caridad del Cobre; Elegguá, con el Santo Niño de Atocha; y Changó, con Santa Bárbara.
Estamos en una sociedad muy materialista y relativista, en la cual todo parece tener un fin falso. A esto se le puede atribuir el auge de estas opciones de culto, además de la religión católica que, según datos del Instituto de Información Estadística y Geográfica de Jalisco (IIEG), sigue siendo la predominante en el estado: un 89.2 % de la población jalisciense se declara católica.
De acuerdo con el sacerdote, maestro en Ética y profesor de la Universidad Panamericana, Ender Artigas, el culto santero resulta muy atractivo, pues presenta signos tangibles y materiales en los que alguien puede creer.
En este establecimiento hacen “amarres” que cuestan alrededor de 300 pesos. Un amarre se refiere a un ritual que presuntamente atrae el amor verdadero o hace que alguien se enamore perdidamente de ti.
El señor confesó que practicaba la religión yoruba y portaba collares largos de distintos colores que le llegaban hasta el ombligo. Había algo inquietante en su mirada, como la de alguien que ha sido testigo de eventos disparatados. Treinta años en el mercado, trabajando con muchas deidades y espíritus, dejan marca en cualquier persona.
Más allá del mercado
A pesar de la reciente pandemia de COVID-19, el mercado no cerró. En el caso de las hierberías, se venden plantas medicinales, por lo cual la venta en estos locales se disparó.
“Últimamente, de unos 20 a 25 años hasta nuestra fecha, estamos siendo cada día más conscientes. La medicina química nos está afectando a nuestro organismo; tiene consecuencias, aunque sea en pequeñas o en grandes porciones. Cada vez vemos más abarrotados los establecimientos donde se promueve esta medicina, ya sea directamente con plantas deshidratadas o medicamentos preparados”, explicó el etnobotánico y profesor de la Universidad de Guadalajara, Gregorio Nieves.
Las personas vienen aquí para adquirir productos ocultistas. Son sus creencias y forman parte de su cultura. Desde las cenizas, el Mercado Corona se ha levantado cuatro veces. En un edificio que siempre ha albergado la magia, los rituales y la idolatría, este inmueble se convierte en el epicentro de la esperanza.
Los clientes ponen fe en que sus energías se han limpiado, que el dinero llegará o, incluso, el amor verdadero.


