Trágame tierra

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Vi la foto a mitad de semana y me pareció la síntesis perfecta de las peores pesadillas de las autoridades municipal y estatal: un camión de la basura hundido en un socavón. 

Seguramente es, como dicen, un problema de percepción. Pero me parece que así como el año pasado me tocó ver una cantidad considerable de árboles derribados por las lluvias —es decir, más que otros años, por eso digo que pudo ser una cosa de percepción porque cada año caen muchísimos—, creo que esta temporada está marcada por los socavones: están por todas partes, los hay de todos los tamaños y, lo más preocupante, nadie sabe con exactitud dónde se va a abrir el siguiente: aquello de trágame tierra se puede hacer realidad en cualquier momento sin necesidad de que el genio malinterprete el deseo de nadie.

Las inundaciones ya no son novedosas: siguen pasando por más promesas que se hayan hecho el anterior proceso electoral y, ya lo anoté acá hace un par de semanas, lo preocupante es que los puntos de inundación, lejos de disminuir, siguen aumentando. Las inundaciones ya son tan típicas en esta noble y leal ciudad como lo son las típicas lluvias atípicas. (Ayer el periodista José Toral exigía en LaRedSocialAntesConocidaComoTwitter: «Urge una definición objetiva, clara y compartida de lo que es una lluvia atípica en Guadalajara, para que no nos receten la misma excusa diario». Apoyo la moción.)

El asunto de los socavones debería poner sobre la mesa, otra vez, el tema de la infraestructura subterránea del área metropolitana de Guadalajara. Digo otra vez porque no es un tema nuevo: desde hace ya muchos años se ha dicho que el sistema de drenaje y alcantarillado de la mancha urbana es viejo, caduco e insuficiente. Durante demasiado tiempo no se le ha dado el mantenimiento mínimo indispensable. Transcurrido ya un cuarto del siglo XXI, debería ser alarmante que la segunda ciudad más importante del país, la capital del llamado Silicon Valley mexicano, la sede de la innovación —no lo digo yo, lo han dicho políticas y políticos de todos los colores, pero lo han dicho en serio— siga operando con infraestructura de, por lo menos, el último cuarto del siglo XX: hay drenajes fisurados que tienen filtraciones que provocan socavones y, peor, contaminan el subsuelo y, con él, los mantos acuíferos.

No conformes con solapar un crecimiento urbano voraz, desmedido y desordenado que no deja de reducir las zonas de infiltración de agua cubriéndolas con concreto, las autoridades no han trabajado por aprovechar a gran escala el agua de lluvia. No hay una política pública que apueste por ello. Sí, existe el programa Nidos de Lluvia, pero su alcance resulta insuficiente. En el área metropolitana no sólo no se permite que el agua se infiltre, sino que además se deja que se vaya al drenaje para mezclarse con las aguas negras. Hace unas semanas se dio a conocer que el 60 por ciento del agua de lluvia se desaprovecha

Y no sólo se desaprovecha: colapsa la ya insuficiente infraestructura, de modo que hay zonas de la ciudad en las que el agua no sólo cae del cielo: también sale del suelo. Hace unos días, luego de la tormenta del lunes, Ignacio Dávalos compartió un video con los pies hundidos en el agua porque el drenaje no se dio abasto y terminó regurgitando para inundar los patios y las casas en el oriente de la ciudad, una de las zonas que, hay que decirlo, sufre un olvido histórico de parte de las autoridades, que periódicamente prometen atender las necesidades de aquellas “comunidades” de la ciudad —como ahora les dio por decir— y periódicamente las vuelven a olvidar. Para colmo, ayer el periodista Jonathan Lomelí daba cuenta de cómo los 864 millones de pesos invertidos en el parque de la Solidaridad, renombrado parque Luis Quintanar y una de las obras más cacareadas de la administración de Enrique Alfaro, se fueron al agua debido a las inundaciones. Ahora está cerrado hasta nuevo aviso.

La vieja confiable para toda persona en un cargo público es responsabilizar a la administración anterior por haber hecho las cosas tan mal. Debe ser complicado para Verónica Delgadillo culpar al presidente municipal anterior, porque ahora es el gobernador, así como para Pablo Lemus debe ser difícil culpar al gobernador anterior. El caso es que la ciudad se sigue cayendo, a veces desmoronada, a veces disuelta en agua, sin que haya responsables que se hagan cargo, y paguen, por el abandono y el deterioro, muchas veces alimentados por la corrupción.

Quizá por eso prefieren mirar hacia adelante y concentrarse en el Mundial, lo que no deja de ser una pésima noticia para el área metropolitana: todas las decisiones de gobierno, las políticas públicas y la inversión del presupuesto giran en torno a 360 minutos, pero las consecuencias de esto —abandono de zonas la ciudad no relacionadas con la competencia, deforestación urbana, blanqueamiento del centro, airbnbnización de la vivienda, etcétera— las vamos a arrastrar durante mucho, mucho tiempo.

Eso, si es que antes no nos lleva el agua en una inundación o nos traga la tierra.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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