refleXiones
Por Eduardo García Jaime / @lalo.garciaja (IG) / @lalogarciaj (X)
Hoy por hoy, mencionar a Marx o referenciarlo es mal visto. Fuera de contados ámbitos académicos —de filosofía, ciencias sociales o círculos de izquierda—, Marx es asociado inconscientemente con gente improductiva, desempleada, cuadrada, problemática y resentida. ¿No me crees? Pregúntales a tus colegas o amigos, fuera del ámbito académico o social, acerca de Marx y del comunismo.
Y es que una de las grandes victorias del capitalismo fue satanizar a Marx e impregnar la idea de que todas sus ideas son contrarias a la «libertad». Y no lo culpo: después de la Segunda Guerra Mundial y la derrota de los nazis y fascistas, el siguiente enemigo de la «libertad» fueron los países «comunistas» que decían basarse en Marx.
Estos Estados, que cambiaron una tiranía por otra —donde el gobierno manejaba todo, no había libertad de expresión y el control social era increíblemente violento—, se excusaban en una versión de Marx oportunista y tergiversada.
Por ejemplo, tomemos la idea del involucramiento del Estado: en los países «comunistas», el gobierno decidía desde qué se producía hasta dónde trabajaba cada persona, con la difundida idea de pagarles a todos lo mismo, independientemente de su esfuerzo.
Sin embargo, todas estas ideas no son marxistas.
Marx era increíblemente crítico del Estado, llamándolo «el comité ejecutivo de la burguesía»; y si bien llamó a la «dictadura del proletariado» para quitarle el poder a los capitalistas, él creía que, después de un periodo —sin clases dominantes—, el Estado se desintegraría por sí solo (wither away).
Tampoco creía en la paga igualitaria para todos; creía en el pago según las necesidades de cada uno.
Por supuesto, al final, reuniendo todas las características de lo que Marx veía como alternativa al capitalismo, era un proyecto utópico. No obstante, él no tuvo la intención de que su proyecto fuera ficticio. Influenciado por Hegel, creyó que la revolución del proletariado llevaría al fin de la historia y a la libertad completa de todos los seres humanos. Marx confió en Hegel como dogma, y eso lo llevó a pensar que su solución era viable.
Pero, por todo lo anterior, el valor del trabajo de Marx no está en sus soluciones, sino en su diagnóstico del problema: una sociedad alienada en donde los objetos valen más que las personas que los producen; donde las marcas son alabadas y se ignora que fabrican en el Tercer Mundo en condiciones paupérrimas; en donde, si la economía va bien, el trabajador es sobreexplotado, y si la economía va mal, con mucha suerte, es todavía más explotado — si no es que queda desempleado—; un Estado a la protección de los intereses de los capitalistas (aplica más en unos países que en otros); un sistema donde la acumulación de capital ha creado monopolios; donde al trabajador se le paga menos del valor que genera (mientras la productividad aumenta, los sueldos no lo han hecho); donde una parte importante de los trabajadores es restringida de utilizar su cerebro con tareas mecánicas e inhumanas; un sistema inherentemente inestable que cada cierto tiempo crea crisis internas; y que, aunque mucho del capital hoy en día es “legítimo”, tuvo un origen de robo y violencia (ie: el capital que acumularon empresarios alemanes con el robo a judíos, colonialismo, etc.). Por mencionar algunas de sus puntos.
Al final, todas estas críticas aplican, en mayor o menor medida, a nuestro sistema contemporáneo y limitan nuestra libertad real. Ese es el valor de Marx hoy:
La satanización y cancelación del pensamiento marxista implican una censura dogmática e intolerante. Pero también tiene consecuencias: sin la crítica marxista, existe una carencia de ideas que sostengan la lucha de quienes les ha ido peor en el sistema. A falta de diagnóstico, es muy fácil encontrar chivos expiatorios en la sociedad, como los inmigrantes.
Estados Unidos refleja esto. Paradójicamente, el trabajador blanco de bajos ingresos votó en preponderancia en contra de sus intereses económicos al respaldar a Donald Trump.
Si bien el análisis marxista es limitado —y la alternativa al status quo podría ser un capitalismo más justo, progresivo y acompañado de un Estado con verdadera democracia, representativa del ciudadano medio y con un Estado de bienestar sólido—, el fantasma de Marx sigue recorriendo el sistema por una razón simple: sus críticas más agudas no han perdido vigencia.
La paradoja es que, mientras más se insiste en enterrar su pensamiento, más evidente resulta que el capitalismo desregulado reproduce los mismos males que él diagnosticó: concentración de riqueza, trabajadores alienados y crisis recurrentes. La verdadera superación del marxismo no está en negarlo, sino en construir ese capitalismo reformado que corrija sus excesos… sin olvidar que fue Marx quien primero nos alertó sobre ellos.


