En México, el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) reporta que existen 128 mil 064 personas desaparecidas actualmente.
Este relato es ficticio y no está basado en ningún testimonio en particular. Su propósito es invitar a reflexionar sobre la vida de las personas antes de ser desaparecidas, la importancia de preservar su memoria y narrar la incertidumbre que acompaña su ausencia.
Pretendemos reconocer la dignidad de quienes han sido víctimas de una desaparición, sensibilizar a las personas lectoras ante la gravedad de esta realidad en el país y reiterar la potente necesidad de mantener la esperanza de verles regresar.
Texto y fotografías por Gina M. Erosa / @ginaemerosa (IG)
Sé que amanece al ver los rayos del sol colándose por la ventana cada mañana, acompañado del canto de los pajarillos. Tienen que existir esos dos factores, porque a veces los pájaros cantan en la madrugada. ¿Qué no duermen? A mí no me dejan dormir. En ocasiones me imagino que los persigo y les doy una mordida. No me los comería, se lo daría a Carlos porque no sabe cazar. Bueno, al menos yo nunca lo he visto persiguiendo su comida.
Y es que Carlos hace cosas muy raras. No es común el día en el que se asoma a la ventana para ver al sol salir, y cuando lo hace siempre observa a través de un objeto que los humanos traen consigo y que captura en una imagen el cielo; cuando me lo muestra, me dice “Mira Nube, ahí estás tú” mientras señala unas manchitas rosas. No sé de qué habla, yo soy un gato.
Tampoco se despierta escuchando a los pájaros. En su lugar, le pide a su artefacto que haga un sonido extraño cada mañana. De alguna manera, el sonido siempre coincide con el del Señor González, nuestro vecino, cerrando la puerta de su carro. Carlos tiene una rutina establecida, por lo que, cuando quiere romperla y regresar a dormir después de que el Señor González ya se fue, le lamo la cara. Él piensa que lo estoy bañando porque lo quiero, pero en realidad es porque tengo hambre y quiero que me sirva el desayuno.
Afortunadamente, aquel día despertó antes de que sonara ese horrible ruido robótico. Yo estaba acostado a su lado, viendo a la ventana como cada mañana. Siempre me ha parecido indignante que piense que porque él tiene que levantarse de la cama yo tengo que moverme para que pueda tenderla. ¿Que no sabe que es mía? Por eso siempre vuelvo a subirme y a acomodarme, para que sepa que yo mando. Creo que no me toma muy en serio, porque cuando lo hace se ríe y vuelve a dejarme en el frío suelo. Subir y bajar termina por volverse tedioso, por lo que, he optado por dejarlo pensar que ha ganado, aunque obviamente es falso. Yo siempre he dicho que el ganador soy yo, porque puedo regresar a acostarme sobre el edredón.
Carlos sacó su ropa del clóset y la extendió sobre la cama ordenada. Esta vez eligió un atuendo formal: camisa blanca, pantalones con textura suave – mis favoritos para acostarme porque los de mezclilla son muy rasposos – y una de esas cosas que los humanos se ponen alrededor del cuello y que no sé cómo es que no les molesta; recuerdo haberme puesto de mal humor la vez que a mí me pusieron algo parecido en el veterinario. Anoche, Carlos extendió su ropa en una cosa parecida a una cama y le pasó por encima algo que sacaba vapor. Lo recuerdo perfectamente porque rompió nuestra rutina y en lugar de ver la caja en la que viven otros humanos como todas las noches – televisión creo que se llama –, escuchó música mientras pasaba esa cosa sobre la ropa.
Me di cuenta de que antes de salir del cuarto se acercó a escribir en el calendario. No entiendo bien las letras de los humanos, por lo que no sé bien qué es lo que agregó. Generalmente me doy cuenta de sus emociones porque es como si yo también las sintiera, y aunque lo noté un poco nervioso, era más su felicidad. Ver a mi humano sonreír me hace feliz a mí también, no importa si me despierta temprano y con sonidos feos.

Al salir del baño, Carlos me dijo que esperaría para ponerse el atuendo formal porque le daba miedo mancharse al abrir mi atún. Él siempre me cuenta las cosas, cuando perdió su trabajo me contó a detalle cómo su jefe quiso hacerlo firmar una carta de renuncia, aún cuando él no se quería ir. También me contó que cuando era chico se coló a un partido de las Chivas con Enrique y que casi los atrapan, pero lograron escabullirse. Está seguro de que las Chivas perdieron como castigo divino. Me ha platicado también de la chica que le gusta. La mayoría de las veces no entiendo completamente de qué habla – no tengo la más remota idea de qué es una carta de renuncia o de qué son las Chivas – pero disfruto de escuchar su voz. Aunque la gente dice que el mejor amigo del hombre es el perro, yo soy el mejor amigo de Carlos y él es mi mejor amigo. Por eso me encanta estar con él.
Ya en la cocina, Carlos sirvió mi atún. No es mi desayuno usual, pero supongo que por su buen humor decidió hacerme feliz a mí también. Al cocinar, movía la cabeza al ritmo de la música que se reproducía en su aparato raro que nunca suelta. Esto también es parte de nuestra rutina: todas las mañanas desayunamos juntos – bueno yo desayuno mientras él cocina – y cuando él prueba bocado por fin, yo ya estoy empezando a roncar.
La música se interrumpió y fue reemplazada por la voz de Isa, la madre de Carlos. Nunca he entendido cómo funcionan esos aparatos raros, porque aunque la escucho no la veo por ningún lado. ¿Estará dentro del artefacto? Hace tiempo que no la veo, tal vez sea por eso. De todas formas, tomé esta situación como una señal para comenzar con mi siesta, Carlos no me cuenta nada mientras está platicando sus sueños extraños a Isa. Relamí mis bigotes, aún recordando el sabor del delicioso atún, y me acomodé a un lado de mi humano.
Estaba quedándome dormido cuando escuché algo que llamó mi atención.
– Oye hijito, y… ¿ya sabes en dónde será la entrevista? Me dijiste que no estabas seguro.
¡Claro! La razón de su emoción era aquella entrevista de trabajo de la que me había hablado muy contento. Su pasión siempre han sido los coches, pues cuando era niño su padre – quien para ganar un poco de dinero extra se había convertido en el mecánico de la colonia – le había enseñado a repararlos. Era su manera de pasar tiempo a su lado, pues trabajaba todo el tiempo.
Carlos es Técnico en Mecánica Automotriz, pero terminó trabajando en una empresa de seguridad por un tiempo, ya que no habían talleres contratando. Después de ser despedido dijo que no quería volver a trabajar en algo por el estilo, por lo que buscaría más talleres, aunque estuvieran lejos. Eso me puso feliz, odiaba pasar días enteros sin verlo.
– Me dijeron que como es la primera entrevista, alquilaron una oficina cerca de la central de autobuses. – Carlos dudó antes de continuar. – Lo que pasa es que hoy no tendría que hacer trabajo manual, sólo quieren conocerme.
Me acomodé en la silla mientras escuchaba a la madre de Carlos suspirar.
– No me da buena espina, Carlitos. ¿Por qué no te dicen las cosas completas desde el principio? No te dijeron el nombre del taller, tampoco la ubicación exacta. – su madre hizo una pausa antes de continuar. – Creo que no deberías ir.
– Ma, es la primera vez en mucho tiempo en la que tengo la oportunidad de trabajar en lo que me gusta. Además la paga es muy buena, podría ayudar a Enrique a comprar tus medicinas. – Mientras hablaba, guardaba las cosas que utilizó para preparar el desayuno. Carlos jamás dejaba nada hecho un desastre. – Pero sí estoy nervioso, no tengo idea de qué vayan a preguntar. Y tendré que buscar un tutorial para atarme la corbata.
Su madre rió.
– Sí por favor, porque siempre haces nudos extraños. – Hubo una pausa. – ¿Vas a pasar a comer después de tu entrevista?
– Sí, paso rápido porque quedé de recoger a Enrique, tenemos partido a las 6:00. – Carlos miró la hora y sus ojos se abrieron. Dejó la taza en el fregadero apresuradamente. – Mami te tengo que dejar, ya se me hizo muy tarde y no me he cambiado.
– Está bien corazón, avísame por favor cuando llegues.
– Mamá, ya no soy un niño.
– Carlitos, Carlitos… tú siempre serás mi niño. Que te vaya muy bien corazón.
La madre de Carlos siempre es muy cariñosa con todo el mundo, hasta conmigo. A veces cuando nos viene a visitar se queda abrazándome mientras habla con mi humano. Me gusta estar cerca de ella porque siempre me rasca detrás de la oreja.
Carlos siempre se asegura de despedirse antes de irse, porque sabe que lo extraño cuando no está. Yo no puedo responderle cuando me habla, pero creo que encontramos la manera de comunicarnos; siempre entiende cuando le muestro cariño y también sabe cuando estoy molesto. Hubo una ocasión en la que se fue a dormir a casa de Enrique y no me dijo, eso me hizo enojar mucho. Desde ese día, siempre avisa antes de irse.
– Ya me voy Nube. – Me levantó de la silla para darme un beso en la cabeza. Después se acercó a la cocina y sirvió croquetas en mi plato. – Vengo más tarde. Cuidas la casa, ¿va?
Carlos es muy ordenado, por eso su mochila está a un lado de la puerta desde anoche. La levantó para colgársela y en su lugar dejó un balón de fútbol y sus tacos. Volvió a despedirse de mí antes de cerrar la puerta.
Y desde ese momento todo fue muy extraño.

<><><>
Esa tarde estuvo completamente fuera de nuestra rutina.
Los hijos del señor González hacen mucho escándalo al llegar de la escuela; azotan las puertas y gritan muy fuerte. Cuando era un bebé me asustaba, pero ahora es mi señal para ir a la cocina y pedirle que Carlos me sirva de comer. Supongo que él también lo toma como señal, porque después de servir mis croquetas cocina para sí mismo. Yo sabía que Carlos no iba a comer en casa, por lo que caminé tranquilamente hacia mi plato. Ese día decidí que me tomaría el tiempo para cumplir con mi ajetreada agenda: comer, imaginar que cazo a los pajarillos, dormir y esperar a mi humano.
Dejé mi plato a la mitad cuando escuché una melodía extraña, parecida a la que suena en el artefacto que Carlos siempre lleva consigo antes de que hable Enrique o su madre. Pero esta vez nadie dijo nada; el sonido solo se prolongó. Volvió a sonar, una y otra y otra vez. Me pareció raro, aunque como no había mucho que pudiera hacer, opté por ignorarlo.
Esa tarde no me sentía muy bien, por alguna razón extrañaba bastante a Carlos. Cuando sale, por lo general disfruto de mi tarde hasta que regresa, a veces incluso olvido que se va. Pero ese día terminé de comer y me paré frente a la puerta, esperando a que mi humano la atravesara y me abrazara. Pensé que si me concentraba y no despegaba la mirada de la vieja madera, abriría más rápido. No me moví, incluso ignoré a la mosca que pasó a mi lado; estaba muy enfocado.
La verdad no estaba seguro de porqué me sentía así, solo sabía que algo en mí se sentía intranquilo.
Empecé a preocuparme cuando el cielo se tornó rosa. No era raro que Carlos y Enrique salieran a jugar juntos, lo que era raro era que demoraran tanto en regresar. Y era aún más extraño que el balón siguiera frente a mis bigotes. Traté de tranquilizarme pensando en que seguramente Carlos había conseguido el empleo y como es tan buen mecánico, le pidieron que empezara a trabajar desde hoy. Me puse feliz por él y concluí que pronto llegaría a abrazarme y contarme de su día. Se acostaría y tomaría el libro que siempre está en la mesita, seguramente también pondría música como ruido de fondo. De todas formas, no abandoné mi puesto.
Sentí mucha emoción al escuchar la puerta abriéndose, casi tanta como la que los perros demuestran en un día normal al ver a su humano por vez número cincuenta. Sin embargo, mi felicidad decayó en el momento en el que vi a Enrique cruzar la puerta apresuradamente. Miré detrás de él buscando a Carlos, tal vez habían pasado a comprar cosas para la cena y estaba cargándolas. Pero no vi a nadie, solo oscuridad.
Me di cuenta entonces, de que Enrique estaba abriendo apresuradamente todas las puertas de la casa. Eso me asustó.
– Carlos, ¡¿estás aquí?! ¡Por favor sal!. – Enrique abrió la puerta del baño y la cerró al darse cuenta de que nadie estaba dentro.
¿Enrique no sabía en dónde estaba Carlos? Pero si a esta hora debería estar con él. Bueno, tal vez se había quedado más tiempo con su madre, tenía varios días sin visitarla y no acostumbraba a mirar al cielo como yo para darse cuenta de las horas. Quería comentárselo a Enrique, pero no sabía cómo. Yo tengo una manera muy diferente a la de los humanos para comunicarme.
Fue ese momento en el que me di cuenta de que Enrique estaba llorando. Quise tranquilizarlo y frotarme contra sus piernas, como diciéndole que yo también estaba preocupado, pero que seguramente estaba en casa de su madre o en su nuevo trabajo. No sé si Enrique sabía que iba a ser mecánico, como había querido desde hacía muchísimo tiempo. Supongo que no logró entenderme, porque no me hizo mucho caso y después de limpiar sus lágrimas salió por la puerta. Tampoco me acarició ni se despidió de mí.
Ver las lágrimas de Enrique causó más preocupación en mí, porque si él no sabía en dónde estaba Carlos, entonces ¿quién sabía? ¿Cómo es que hacía Carlos para comunicarse con su madre a través del artefacto raro? Tal vez podría llamarla para preguntarle si lo ha visto.
Decidí quedarme al lado de la ventana en caso de ver a Carlos regresar. Lo imaginé entrando y pidiendo perdón por tardar tanto. El señor González estaba sacando la basura, indicador de que era hora de acostarnos en el sillón, él con su libro y yo con la liga que me gusta que me aviente para jugar. Se serviría galletas en un plato si estuviera aquí, apenas ayer las compró. También colocaría un vaso de leche del que no me dejaría tomar. Abriría su libro y lo vería embobado; me llama la atención cómo puede quedarse tanto tiempo así, viendo a un punto fijo. A veces habla mientras lo hace y me confunde porque está contándome historias de gente que no conozco y cuyos nombres jamás he escuchado. En una ocasión me habló sobre un tipo que tenía una cicatriz y hacía magia, pero hasta donde sé cuando los humanos lanzan hechizos no pasa nada. Pensé en que si pudiera hablar, buscaría el nombre del hechizo que atrae cosas, así tal vez Carlos aparecería por la puerta.

Me quedé embobado con ese pensamiento y al despertar, vi a la hermosa luna en su punto más alto. Me gusta mucho verla generalmente desde la cama o en ocasiones desde el sillón. Hay veces en las que le pido cosas y cumple mis caprichos: una vez le pedí que Carlos cambiara mis croquetas porque no me gustaban y al día siguiente me dio por primera vez atún. Esta vez le pedí que Carlos no tarde en regresar. Detesto el sonido de la caja en la que viven varios humanos – creo que Carlos le llama televisión – pero esta noche me hizo mucha falta porque Carlos no estaba.
La luna me recordó que la hora de nuestra cena había pasado hacía bastante rato. No tengo apetito en este momento, pero Carlos me preocupa. Aunque intenté enseñarle a cazar varias veces, nunca me hizo caso, por eso era yo el que siempre le traía insectos listos para digerir, aunque creo que no le gustan porque no hubo ni una sola vez en la que se los comiera. Y su taza sigue intacta en el fregadero. Yo ya tengo mucho sueño, pero no quiero ir a dormir porque no puedo dejar de pensar en qué es lo que cenará Carlos. O en si tendrá frío esta noche, siempre duerme con varias cobijas.

<><><>
El cielo naranja me despertó incluso antes de que la puerta del auto del Señor González, había dormido a un lado de la ventana y los rayos del sol se colaban más fácilmente de lo que lo hacían en el cuarto. Me dirigí hacia allá, con la esperanza de ver a Carlos ahí dormido, con la cobija cubriéndolo hasta la nariz. En cambio encontré la cama perfectamente hecha. Sé que dije que yo era el ganador porque podía quedarme acostado allí todo el día, pero la realidad es que sin Carlos es gigante y también me da frío. Si Carlos llegara a dormir en este momento, me acurrucaría a su lado. Es más, no lo molestaría cuando vuelva a tender la cama. Solo por hoy, bajaría al suelo y lo observaría acomodar las sábanas.
La hora del desayuno fue horriblemente silenciosa: no hubo sonido de ollas chocando porque Carlos las acomoda descuidadamente, tampoco música ni nada que la siguiera a destiempo. El artefacto raro del que sale la voz de Isa tampoco estuvo presente. Mi plato quedó vacío, pero siendo honesto seguía sin apetito. Siempre dije que por las mañanas bañaba a Carlos para que se apurara a darme de comer, pero si en este momento entrara por esa puerta, lo haría con la única intención de que sepa cuánto lo he extrañado. Tal vez también le daría una ligera mordida por haberme preocupado, pero solo eso. A pesar de mi falta de hambre, quiero tener nuestra hora de desayuno juntos.
Horas después, el sol había vuelto a la posición en la que había marcado la partida de Carlos. Así como el sol, el balón y los tacos seguían en el mismo lugar y mientras los observaba un pensamiento llegó a mi mente: tal vez la razón por la que Carlos no ha vuelto sea que no consiguió el trabajo y tuvo que regresar a la empresa de seguridad. Es una lástima por él, pero sobre todo para quienes no lo contrataron: perdieron al mejor mecánico del mundo. Honestamente no sé qué es lo que hace un mecánico, pero de lo que estoy completamente seguro es de que no hay nadie mejor que Carlos.
Ese pensamiento me dio esperanza y aunque me hubiera gustado saberlo antes para no ponerme nervioso, hizo que me dieran ganas de que el cielo se tiñera de rosa otra vez. Cuando era guardia de seguridad, pasaba un día y medio fuera de casa, por lo que tendría que volver al atardecer.
De todas formas, no me moví de la ventana. De rato en rato me quedaba dormido y soñaba con Carlos, pero esta sensación de incomodidad y nerviosismo no se iba: mi pelaje se erizaba y hubo un momento en el que no alcancé a evacuar en mi cajita. Espero que Carlos no se moleste conmigo cuando lo vea. Para este punto sigo sin ganas de comer.
Había pasado un rato desde que los ruidosos hijos del Señor González habían entrado en su casa, cuando Enrique llegó. Una vez más, sin señales de Carlos. Me aseguré a mí mismo que era por su trabajo como vigilante. Carlos tenía que regresar más tarde, estaba completamente seguro.
Sin embargo, Enrique me transmitía una señal de tristeza y desesperación: sus ojos se veían rojos y debajo de ellos había un fuerte color morado. También se veía bastante pálido. Una vez más, traté de restregarme en sus piernas para hacerlo sentir mejor, entendiendo su preocupación por Carlos. Quise decirle que probablemente estaba trabajando. Esta vez, sí me acarició, pero eso lo hizo llorar más.
Fue a la cocina y recogió mi plato. También limpió el deshecho que había dejado más temprano y el resto de mi arena, pero me puse a la defensiva al verlo agarrar mi arenero.
– Tenemos que irnos, Nube. – Vamos a ir a casa de mamá unos días.
¿Irme? ¡Por supuesto que no! Yo no podía irme, le prometí a Carlos que cuidaría la casa, además va a regresar cuando el cielo esté rosa y tengo que estar aquí para recibirlo. Quiero mucho a Enrique y aunque no disfruto de hacer travesuras, sabía que no podía dejar que me llevara, por lo que me escondí debajo de la cama, donde sabía que no podía alcanzarme.
Lo escuché suspirar y supe que había ido al cuarto cuando sus pasos se oyeron lejanos. Mi intención no era hacerlo enojar, pero si ambos esperábamos se daría cuenta de que cuando el cielo estuviera rosa Carlos cruzaría la puerta.
<><><>
Era imposible ver el cielo desde mi escondite. No quería salir y que Enrique me atrapara, pero necesitaba saber qué hora era, por lo que me escabullí silenciosamente. Carlos había mencionado alguna vez que cuando algo desagradable lo impresionaba, sentía un vacío en el estómago. Eso fue exactamente lo que yo sentía al salir del cuarto: la luna – la cual yo tanto amaba – ya desfilaba en su punto más alto. Me apresuré a buscar a Carlos en otros rincones del departamento, seguramente me había quedado dormido y no lo había escuchado entrar. Aunque no recordaba haberme dormido.
Enrique y Carlos lloran cuando están tristes, pero yo no puedo hacer eso. Creo que lo más cercano al llanto que he experimentado fueron los aullidos que di esa noche al ver que ni siquiera la oscuridad del cielo me había traído a Carlos. No recuerdo muchas más después de eso, solo que al momento de cargarme Enrique tenía lágrimas en sus mejillas. Esta vez no traté de limpiarlas, quería bajarme, quería rasguñar, quería a Carlos. ¿Dónde estaba Carlos? ¿Por qué no estábamos viendo televisión juntos?
No dejé de maullar en todo el camino a casa de la madre de Carlos. Tampoco dejé de maullar en toda la noche. Y ellos tampoco dejaron de llorar.
Los días han pasado y cada mañana al ver lo naranja del cielo me pregunto si hoy Carlos también lo habrá capturado con su artefacto raro. Me pregunto si piensa en mí cuando ve las manchas rosas en el cielo. Porque yo pienso en él cada vez que el cielo está naranja.
La madre de Carlos también tiene ese aparato raro, pero la voz de Carlos no sale de él nunca. ¿Carlos no está ahí dentro, así como Isa estaba en el suyo? Hay mucha gente adentro, escucho muchas voces. Pero nunca la de Carlos.
También hay sonidos muy diferentes y como aquí no escucho al señor González ni a sus molestos hijos – a quienes siendo honesto, extraño un poco – se me dificulta saber qué hora es. Pero el sonido que más extraño es el de la voz de Carlos.
Hace unos días, lo vi en la mesa del comedor. Era muy pequeño – incluso más que yo – y no se movía. A su lado, había algo escrito pero no sé qué decía, no entiendo la letra de los humanos.

Paso mucho tiempo solo en casa. Enrique y la madre de Carlos se van temprano y regresan cuando la luna estaba en su punto más alto, hasta que Enrique le pidió que bajara el ritmo porque podría enfermarse. Desde eso ella llega antes de que el cielo esté rosa.
Los veo llorar mucho cuando están aquí, sobre todo a Isa. Yo trato de consolarla y a veces nos dormimos juntos mientras lamo su rostro para hacerla sentir mejor. Pero al despertar los dos nos sentimos tristes. Siento mucha tristeza, no solo la mía. La casa se siente triste.
No puedo consolarla cuando el cielo se pone rosa. Es incluso involuntario empezar a maullar a esa hora, a veces hasta quedarme dormido.

Tampoco he vuelto a hablar con la luna, ni siquiera a mirarla. Es como si me hubiera dado la espalda cuando rogué por su ayuda.
Aquí también hay un calendario en el que se marca cada que un día termina. Han pasado muchos días desde la última vez que vi a Carlos, y con cada momento que pasa siento que lo extraño más.
Carlos, ¿en dónde estás? Todo se siente vacío sin ti.




Me encantó pero me hiciste llorar