La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Las y los mexicanos tenemos una relación muy peculiar con la Historia, esa que se escribe con mayúsculas. Por lo general, no nos gusta, cuando nos la enseñan en la escuela nos da urticaria o de plano sopor incontenible, pero salimos disparados a defenderla cuando alguien osa tocar con el pétalo de la duda cualquiera de los dogmas de fe de la historia nacional.
Pero en realidad la Historia como tal nos tiene sin mayor apuro. Por eso celebramos el Día de la Independencia el 16 de septiembre y conmemoramos el bicentenario de la Independencia en 2010, cuando en realidad la independencia de México se concretó el 27 de septiembre de 1821. Celebramos la Revolución Mexicana el 20 de noviembre pero, si alguien pregunta cuándo concluyó es imposible saberlo: la refriega se prolongó por años y lo que pasó fue que los generales terminaron convertidos en presidentes, al menos hasta Manuel Ávila Camacho.
Entre la Independencia y la Revolución se encuentra otro episodio que, se supone, debería henchirnos el pecho de mexicanidad y soberanía: la batalla en el castillo de Chapultepec protagonizada por los Niños Héroes (así, con mayúscula).
¿Quién no se ha imaginado al cadete Juan Escutia volando por los aires enfundado en la bandera para evitar que el ejército estadounidense invasor se hiciera con ella? ¿Quién no se vio obligado a memorizar, aunque ahora ya los haya olvidado, los nombres de los seis heroicos cadetes que, nos dijeron, defendieron con su vida el castillo? ¿Quién no se quedó con la boca abierta el día que se enteró que esa historia, o al menos una buena parte de ella y cómo nos la contaron, también es un mito? Al respecto, el sitio Verificado realizó hace años un ejercicio para demostrar que algunas de las cosas que se han dicho y tomado como dogma son falsas, engañosas y no verificables, como, por ejemplo, la historia de Juan El Volador Escutia.
Ahora bien, todo este prolegómeno tenía por objetivo traer a colación el monumento a los Niños Héroes en Guadalajara, que esta semana ha dado de qué hablar luego de que comenzaran a circular las imágenes de un presunto proyecto de “intervención” a cargo de alguien que firma como Maribel Flores y a nombre de un grupo que se hace llamar Alas de Libertad para “recuperar la identidad y cívica del monumento; garantizar seguridad y orden urbano mediante diseño y mantenimiento continuo; impulsar la zona como espacio cultural y turístico; involucrar a la sociedad civil y familias en el cuidado del espacio” y, por último, la zanca del pollo y donde la puerca tuerce el rabo: “Elevar la plusvalía del entorno atrayendo inversión privada y pública”. Baia baia guacamaya.
Entre otras cosas, el documento presenta un “Diagnóstico actual” según el cual el monumento tiene “deterioro físico y visual: grafitis, carteles, pintas y uso indebido de la explanada (…); pérdida de identidad: monumento histórico que se ha transformado en un ‘muro de reclamos’ sin gestión”. Los despropósitos del documento se extienden hasta la “Conclusión”, donde se apunta:
“La Glorieta de los Niños Héroes debe pasar de ser un espacio vandalizado a convertirse en un símbolo cívico, cultural y turístico de Guadalajara, con gestión ciudadana y gubernamental conjunta. Esto traerá beneficios en seguridad, plusvalía, imagen urbana y cohesión social, devolviendo a la glorieta su carácter de orgullo histórico y punto de encuentro ciudadano”.
En las tres hojas de la “Propuesta Metodológica de Intervención” no se menciona ni una sola vez la palabra desaparecidos, fichas de búsqueda, víctimas ni nada por el estilo. En cambio, se habla de grafitis, de vandalismo y, muy importante porque se menciona ¡cuatro veces!, de plusvalía, palabra que el Diccionario de la Real Academia Española define como “incremento del valor de un bien por causas extrínsecas a él” y para la que ofrece como sinónimos “revalorización, encarecimiento, sobreprecio, incremento”.
La glorieta de los Niños Héroes fue construida entre 1950 y 1951, obvia decirlo, como un homenaje a la batalla del castillo de Chapultepec. En 2018, el espacio cambió: luego de la desaparición Javier Salomón, Jesús Daniel y Marco Francisco, tres estudiantes de cine, el sitio es conocido como Glorieta de Las y Los Desaparecidos, toda vez que se convirtió en punto de encuentro y de denuncia: lo que el documento a nombre de Maribel Flores y Alas de Libertad llama “grafitis, carteles y pintas”, además de “‘muro de reclamos’ sin gestión” que convirtieron el lugar en “un espacio vandalizado”, en realidad son las fichas de búsqueda y las lonas y las pintas con las que las familias han buscado evidenciar una de las problemáticas más dolorosas que el Estado no ha podido resolver: la desaparición de personas.
La iniciativa plasmada en el documento me indigna por mal hecha, por cobarde y por hipócrita. Pero no me sorprende. Me indigna por mal hecha porque está hecha con las patas: toda la primera parte está mal diseñada y las viñetas mal diagramadas, es imposible leerlas de corrido; por cobarde, porque no se atreve a mencionar la problemática importante, la desaparición de personas, y en cambio pretende desaparecerla refiriéndose a los elementos de denuncia como carteles, pintas y pancartas; por hipócrita, porque pretende disfrazar de identidad histórica e interés cívico y cultural su voracidad capitalista.
No me sorprende porque desde 2018 la Glorieta de Las y Los Desaparecidos se ha convertido en un sitio incómodo: nos recuerda que estamos en manos de gobiernos que no han podido, ni han querido, atender una situación de la que son cómplices, ya sea por omisión o por colusión. El Mundial de Fútbol, con su promesa de prosperidad, es el pretexto ideal para desaparecer, otra vez, a las y los desaparecidos y a sus familias.
Para seguir con el ímpetu blanqueador que ya hace estragos en el parque Rojo, la plaza Tapatía y la Minerva.
Ahora bien, hasta ahora no he podido rastrear dónde o ante quiénes fue presentada la mentada “Propuesta Metodológica de Intervención”, lo que me hace especular —porque soy especulero, ya se sabe— que bien podría ser un buscapiés, un termómetro para tantear la temperatura y ver qué tan dispuestos estamos a cerrar filas para defender el espacio y acompañar a las familiar y colectivos que han convertido el lugar en una denuncia permanente.
Sin importar lo que haya detrás, es momento de hacer eco de las denuncias de las familias y acompañarlas en su exigencia: memoria, verdad y justicia para sus familiares.
Y hablando de memoria, verdad y justicia, hoy se cumplen 11 años del asesinato y desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa. Que no se nos olvide para que no se les olvide.


