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Por Anashely Elizondo / @Anashely_Elizondo (IG)
No es algo nuevo encontrarnos con perfiles de Instagram, Facebook o cualquier otra red social, completamente vacíos; sin ninguna publicación, descripción y en algunas ocasiones, sin foto de perfil, sin nombre. Los perfiles “fantasmas” que se esconden bajo la identidad de quienes son o eran algún amigo, familiar, compañerx de la escuela, trabajo, etcétera.
¿No se supone que la excusa para usar redes sociales era el poder estar más cerca, crear una comunidad, abrazar a quien está lejos, compartirnos? ¿Por qué cada vez es más común escuchar a jóvenes decir que subir una historia, compartir una foto, un video o un meme en su propio perfil es algo que, sin duda alguna, da cringe?
Quienes hemos estado en las redes sociales por más de 10 años podemos constatar su metamorfósis; cada red social se ha vuelto un campo minado, un lugar para andar con cuidado a menos que quieras compararte, sentirte insuficiente, roto, desesperanzadx.
¿Acaso sentimos, muy en el fondo, que lo que nos pasa no vale lo suficiente para ser “posteado”?
Lo he escuchado en algunas amistades, círculos cercanos: “Yo no posteo a menos que sea algo importante, colosal, único, algo para recordar”, como si los perfiles no fueran nuestros, como si las “audiencias” no fueran amigxs, familia, gente que nos aprecia, como si lo que buscaramos en realidad fuera satisfacer el deseo de ser vistos, aceptados e incluso envidiados.
Propongo recuperar las cosas buenas que nos ofrecen las redes sociales; la conexión y comunidad. El poder ver las cosas que viste durante el mes en tu “dump”, el día pesado en el trabajo, tu canción favorita, las plantas que conforman tu jardín, el color de la ropa que elegiste para ponerte. Lo cotidiano, lo “aburrido”, lo que no es “monumental”. Dejar atrás las comparaciones; las rutinas de skincare que no puedes pagar, la relación amorosa que no tienes, el maratón de 21 km que no quieres correr, la casa que todavía no puedes comprar y los tips para adelgazar.
Perder el miedo a compartirnos, a ser reales, a mostrar (no todo el tiempo, siempre con medida, precaución, ciudadanos de los peligros que sabemos que existen en el entorno digital), quienes somos, las cosas que nos intrigan, interesan y nos vuelven únicos.
Vencer los algoritmos, eliminar a los influencers y sus vidas imposibles, celebrar el contenido creado con calidad y honestidad, el contenido humano, inteligente y sensible. Celebrar el contenido hecho por amigxs; las fotos malas de comida poco apetecible, la foto del cielo, la historia de su gato.
Compartirnos como acto de aceptación, como búsqueda del otro. Porque compartirnos es ser vistos y dejarnos ver. Adiós al miedo.


