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“La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.”
La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América, Manifiesto de la Federación Universitaria de Córdoba – 1918
“Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral los está exigiendo”
La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América, Manifiesto de la Federación Universitaria de Córdoba – 1918
Por UJRM / @UJRMJalisco
Foto portada: Darwin Franco / @DarwinFranco
En la conciencia del grueso del estudiantado de la Universidad de Guadalajara permanece la idea de que la universidad ha sido un espacio en el cual han encontrado refugio en muchos sentidos: desde personales, donde se encuentran amistades y convergen caminos de larga vida; hasta profesionales, formando personas en carreras que aportarán al funcionamiento de la sociedad. Es decir, la universidad es una segunda casa para muchxs y en ella descansan sueños e ilusiones por alcanzar.
La UdeG hoy – como desde hace más de 30 años – se encuentra ocupada por un grupo que determinantemente se ha dedicado a convertir a la casa de estudios en una especie de universidad-empresa, donde la mayor inversión que se hace del presupuesto universitario es en su rendimiento monetario y en construir una imagen que los ponga en rankins y noticias. Mientras, la realidad alcanza a la población universitaria: estudiantes, trabajadores docentes y no docentes quienes históricamente han sostenido a la universidad –no solo aquí, sino en otras latitudes del mundo– y a quienes, al mismo tiempo, se les ha dado la espalda o, peor aún, reprimido por querer cambiar su situación. La UdeG no está exenta de lo último, su historia –larga, violenta y caciquil– habla por sí misma.
Lo que nos ocupa hoy no es narrar la historia política de la universidad, para eso ya hay bastantes y mejores cosas de las que se pudieran decir acá. Lo que pretendemos es posicionarnos sobre una necesidad urgente: reformar la universidad. Pero antes de que salgan lxs radicales de centro, conciliadores de todo y definidos en nada, a querer decir que es imposible o que en realidad no le hace falta nada a la universidad por lo cual reformarse, les invitamos, si quieren, a dar un recorrido guiado por aulas, pasillos y baños, a caminar y entender el andar de la comunidad universitaria, así tocan un poco la tierra y chance empatizan. Habladuría fuera, podemos empezar con la cuestión.
¿Democratizar o reformar?
Podríamos pensar que hablar de “democratizar” la universidad implicaría reformarla o si tendríamos que democratizarla primero para reformarla después, al final son dos términos que no son mutuamente excluyentes. Sin embargo, lo que ponemos en cuestión es –lo que es repetido por feuistas, padillista y demás fauna del Grupo UdeG– si la democratización de la universidad se debe dar bajo la institucionalidad vigente; es decir, compitiendo por ocupar un espacio de representación en el Consejo General Universitario o, en otras palabras, lo que suelen decir algunos despistadxs: “cambiar a la universidad por dentro”.
La Ley Orgánica (LO) de la UdeG está pensada para regir su funcionamiento administrativo, pero también su funcionamiento político, para muestra, acudamos a ver la forma en la que se configura el CGU y los Consejos de Centro, como se da la elección de rectora/rector (spoiler: no lo eligen los estudiantes) o si está permitido el derecho de huelga o paro. Si pensamos pues que estatutos o leyes como la LO de la UdeG son hechas únicamente para regir el funcionamiento orgánico de la universidad y que, por lo mismo, están exentas de contenido político e ideológico caeríamos en una ingenuidad infantil.
La “democracia” al interior de la universidad –si es que le podemos llamar democracia– se reduce a transitar año con año por procesos de elección donde se renuevan los asientos de lxs representantes del alumnado, de academicxs y administrativxs. En esta parafernalia supuestamente democrática hay tres actores que –muy democráticamente– tienen asegurado su asiento en el CGU sin ser votados: la/el presidentx de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), la/el secretarix general del Sindicato Único de Trabajadores de la UdeG (SUTUdeG) y la/el secretarix general del Sindicato de Trabajadores Académicos de la UdeG (STAUdeG). La presencia de estos tres personajes encuentra respaldo en la Ley Orgánica de la universidad donde, de facto, se les asigna un lugar sin haber sido votados por la comunidad universitaria, vaya, como si de una orden divina se tratara.
Aunado a esto, es bien sabido por la misma comunidad universitaria, e incluso suena entre pasillos y aulas, que el control político de la universidad se extiende en todo su funcionamiento, desde la asignación de plazas administrativas y académicas, hasta la asignación de recursos para becas y apoyos para el desarrollo académico (ni hablar de los cupos y el registro de materias). Todo el funcionamiento de la universidad está pensado para que quienes ejercen su administración tengan control total a través de una regulación jurídica (LO) y un control político a través de los espacios de representación cooptados por la FEU, el SUTUdeG y el STAUdeG; podríamos hablar entonces de una “cultura política universitaria” hegemonizada por el Grupo UdeG, que dicta cuando y como en la discusión política interna. No hay espacio para la disidencia, lo que hay es una simulación de procesos supuestamente democráticos donde la línea está marcada por la rectoría que a su vez está subordinada al sanedrín universitario. No hay de otra.
La LO hoy es obsoleta, no cumple con la articulación necesaria para que la UdeG sea realmente publica, y no hablamos solo en términos de acceso a la educación, que de por sí ya son cuestionables e incluso hasta excluyentes los criterios para el acceso a la universidad, sino también lo relacionado con su gobierno. No hay universidad pública sin que se le involucre en el gobierno de esta a la comunidad estudiantil, académica y administrativa. De tal forma que, si se pensara en “cambiar por dentro” a la universidad nos toparíamos con que la misma LO establece los criterios para que sean lxs mismxs quienes puedan llegar al CGU y a los Consejos de Centro (la FEU y los sindicatos charros). De esto se desprende nuestra critica.
La reforma a la universidad debe instalarse en la discusión interna y en la vida política de la comunidad universitaria ya que no basta con “cambiar por dentro” a la universidad, si es que se sigue pensando eso después de lo antes mencionado.
La reforma debe contemplar un cambio en el gobierno universitario y en la forma en que se lleva a cabo la vida política dentro de esta, es decir, primero: derogar las fracciones XIII, XIV y XV del articulo 28 de la LO donde se les otorga un asiento en el CGU a las actuales organizaciones sindicales y estudiantil sin haber sido votadas, de tal forma que, jurídicamente no tengan reconocimiento como únicas organizaciones “legitimas” para representar a la comunidad universitaria.
Segundo: la elección de la/el rector deberá ser a través del voto universal de la comunidad universitaria, no a través del CGU, así mismo, la comisión que se encargue de llevar a cabo el proceso de elección deberá emanar de la misma comunidad universitaria, no del CGU.
Y, tercero: la modificación o derogación de la fracción III del articulo 21 de la LO que establece como derecho del alumnado la forma de expresarse y reunirse para discutir acerca de los asuntos de la universidad deberá incluir el legítimo derecho a la huelga o al paro sin ambigüedades que se presten a interpretaciones que criminalicen la protesta del estudiantado.
Estas consideraciones sobre la reforma son lo que podemos pensar como un primer momento de la lucha que deberá transformar por completo a la universidad y reformarla en su totalidad. Porque la universidad a la que aspiramos es una donde la comunidad estudiantil se organice, reconozca en su voz el poder de transformar su realidad material y que convierta las aulas en un espacio combativo, científico y popular.


