La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Mataron a un alcalde. Jodido.
Ese alcalde era conocido como “El Bukele mexicano”. Jodido.
La presidenta salió para usar la vieja confiable: la guerra de Calderón. Jodido.
Manosearon a la presidenta. Jodido.
Las opiniones, como era de esperarse, se dividen y se radicalizan según las parafilias ideológicas. Jodido.
Vivimos en un país y en unos tiempos en lo que todo nos divide. En otros tiempos, los desastres naturales nos “unían”: la tragedia activaba la vena solidaria y la población cerraba filas para solventar las carencias de un Estado rebasado —temblores, inundaciones, huracanes, etcétera—, pero en los tiempos recientes las tragedias también nos dividen: “Disfruten lo votado”, dicen y postean y repiten con un dejo de superioridad moral los que asumen estar en el lado correcto. Como si hubiera lados correctos. Pero sólo hay lados jodidos.
El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, es algo jodido por donde se le vea: por ser una autoridad democráticamente constituida, por los llamados que había hecho, por las circunstancias en las que ocurrió. Pero creo que también está jodido el perfil que había venido construyendo: el apelativo de “El Bukele mexicano” no es más que la reivindicación de uno de los sueños húmedos de cierto sector de la población: una figura que, cobijada por la crisis que atraviesa el país, convierta el Estado de excepción en una política pública con autorización para violar los derechos humanos de las personas, saltándose arbitrariamente cualquier proceso judicial. Ese debe ser uno de los daños más profundos que nos han dejado años, qué digo años: décadas de corrupción e impunidad: la certeza de que la justicia sólo existe cuando se violan los derechos humanos de las personas que cometen crímenes, ya sea mediante la tortura cuando son detenidos o las ejecuciones extrajudiciales.
Lo siento: entiendo que es difícil de procesar, pero aun con las atrocidades que cometen, las personas que delinquen deben ser juzgadas siguiendo el debido proceso. Lo malo es que en México eso es un chiste. Y eso también está jodido. Muy jodido. Como jodido está que ahora Ricardo Salinas Pliego y similares se enfunden un sombrero para articular un “movimiento” que promete más impunidad —incluida la impunidad fiscal, en su caso— disfrazada de combate a la delincuencia.
La mañana siguiente del asesinato, Claudia Sheinbaum salió a hacer lo mismo que hizo Andrés Manuel López Obrador: dijo que lo ocurrido en Uruapan era consecuencia de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón. Y sí es cierto, claro, y eso está jodido, como también está jodido que siete años después de la llegada del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) a la presidencia se siga volteando tan atrás. ¿Dónde está entonces la “Regeneración” anticipada en el membrete? ¿Dónde, la “Transformación” prometida en campaña y establecida como decreto presidencial pero nunca ejecutada en la vida cotidiana?
Sería ingenuo negar la influencia y la incidencia que sigue teniendo la mal llamada guerra contra el narcotráfico iniciada por Felipe Calderón, como igual de ingenuo resulta pensar que las administraciones de Morena han hecho algo para revertir la inercia viciada que arrastra al país y que no le permite salir de la espiral de violencias que lo han tenido dando vueltas en círculos desde hace mucho, ya demasiado tiempo. Sí, la espiral empezó a girar en 2006, pero ya van casi 20 años y no ha habido ni estrategia ni voluntad para detenerla y revertirla. Y eso está muy pero muy jodido.
Y luego, lo del martes. Lo que le pasó a la presidenta es reprobable por donde se le vea: es una evidencia, una más, de que las mujeres no están seguras cuando caminan por las calles: en cualquier momento puede llegar alguien y acosarlas o de plano transgredirlas abusando de ellas. Tal y como le pasó a Claudia Sheinbuam. Está grabado. Lo vimos todos y todas porque, además, el video circuló profusamente sin importar protocolo alguno o sin considerar si había una revictimización. Y eso está jodido.
Ahora bien, la opinión pública se divide en dos: los que señalan el hecho como un abuso callejero y los que señalan el hecho como un montaje.
Si no fue un montaje, lo ocurrido es preocupante: ¿de verdad son tan endebles los protocolos de seguridad de la presidenta del país? ¿De verdad no hay límites en el discurso de la “cercanía” con las personas? ¿Qué habría pasado si el agresor hubiera tenido otra motivación como, por ejemplo, increparla con empujones por el asesinato de Carlos Manzo? ¿Qué habría pasado si, además de alcoholizado, hubiera estado armado? ¿Por qué no hubo una mínima reacción de la escolta del Estado Mayor ante un individuo que, al menos en lo que se echa de ver en el video, desde el principio tuvo una cercanía por lo menos inapropiada?
Si lo que ocurrió fue un montaje, es indignante: ¿qué tipo de reacción buscaban propiciar quienes lo orquestaron? ¿A qué empatía buscaban apelar? ¿De verdad están ahí, en esa cúpula del poder, personas con un razonamiento tan burdo? ¿De verdad sólo se les ocurrió echar mano de un tema sensible que ha lastimado a las mujeres tanto tiempo y tantas veces? No desestimo lo que le pasó a Claudia Sheinbaum. Muchas mujeres lo han comentado en estos días: la mera especulación de que fue un montaje es una evidencia más de que a las mujeres nunca se les cree y que siempre se les revictimiza. ¿Y si ni siquiera Claudia Sheinbaum sabía que iba a pasar eso, así, en esos términos?
Jodido si fue un montaje. Jodido si no lo fue. Jodido que consideremos la posibilidad de que haya sido y jodido que lo veamos tan verosímil.
Y así han venido transcurriendo los días, con un movimiento que comienza a gestarse en medio de discursos fascistas, alimentados por la inoperancia de quienes prometieron soluciones y, en lugar de eso, han preferido, otra vez, rascar en el pasado.
Jodido todo. Muy jodido.


