En Pie de Paz
Por Diana Laura Gómez Dávila *
El pasado 31 de octubre, el Congreso de Jalisco aprobó la iniciativa de ley “Familias Buscadoras, Familias Prioritarias”, presentada por el colectivo Luz de Esperanza. Con esta reforma, las familias buscadoras son reconocidas oficialmente como grupo prioritario y vulnerable, lo que les permitirá acceder a programas sociales, económicos, culturales, laborales, educativos y de seguridad. No es solo una ley: es un precedente. Es el reconocimiento de que buscar a un ser querido desaparecido no debería ser un acto de soledad ni de resistencia individual, sino una responsabilidad del Estado.
Acompañé de cerca a las familias que, durante diez meses, sostuvieron esta lucha con fe, constancia y dignidad. Este logro no tiene un rostro único ni una autoría individual: es una victoria colectiva. Es un paso inmenso para quienes viven con la ausencia y, aun así, se levantan cada día para enfrentar la indiferencia institucional, la violencia burocrática y la apatía social.
Pero mientras celebrábamos esta victoria, el país devolvió un recordatorio cruel de la realidad que habitamos. En los mismos días en que colocábamos flores de cempasúchil y encendíamos veladoras para recibir a quienes ya no están, la violencia volvió a irrumpir en medio de la vida comunitaria. En Uruapan, Michoacán, durante una verbena popular, el alcalde Carlos Manzo fue asesinado. En un espacio que debería simbolizar memoria, encuentro y comunidad, se impuso otra vez la violencia.
Y ahí, entre el cempasúchil y la sangre, entre la esperanza legislativa y la muerte injusta, aparece la pregunta incómoda y urgente:
¿Cómo se construye paz en un país donde lo cotidiano puede convertirse en tragedia en cuestión de segundos?
Me lo he preguntado muchas veces. De un lado, vemos a las familias buscadoras: resisten, se organizan, impulsan cambios, tejen comunidad. Del otro, vemos a la gente de Uruapan tomar las calles exigiendo justicia y paz, incluso después de que el gobierno anunciara un plan de paz y seguridad que nombró la violencia, pero no la detuvo.
Entonces, ¿cómo se conectan estos hechos? ¿Cómo conviven la violencia y la esperanza organizada sin recurrir a más violencia?
La respuesta, aunque parezca compleja, se revela con claridad cuando la observo en el territorio, en la gente: la conexión somos nosotros mismos. Somos la manera en que elegimos responder ante la rabia, la indignación y la desesperación. Somos quienes, incluso con miedo, seguimos exigiendo y trabajando por la paz.
Ese mismo miedo se volvió pregunta cuando la Sociedad de Alumnos de Derecho del ITESO me invitó a la charla “Ausencias que Gritan”, preguntando:
¿Cómo podemos transformar el miedo en participación?
Reflexionando, respondí que el miedo se transforma cuando lo reconocemos como una emoción política, no solo personal. Cuando dejamos de vivirlo en silencio y lo resignificamos colectivamente, el miedo se vuelve fuerza movilizadora. Aceptarlo nos vuelve vulnerables, sí, pero esa vulnerabilidad abre la puerta para conectar con empatía, con organización y con conciencia para convertir el miedo en acción.
Fue justamente esa vulnerabilidad la que permitió que la iniciativa de Luz de Esperanza se hiciera realidad. Y fue esa misma vulnerabilidad la que mostró Carlos Manzo cuando reconoció sus miedos y aun así decidió trabajar por un proyecto de paz en Uruapan. Su asesinato no apagó ese impulso: ahora es la propia ciudadanía quien continúa su legado, saliendo a las calles en caravanas por la paz, levantando la voz por todos.
A veces pienso que cada persona desaparecida, cada voz silenciada, cada ausencia, es una grieta. Pero por esas grietas entra la luz; y con ella entra la posibilidad de una paz que no borra el dolor, pero lo transforma en acción colectiva.
El maestro Morihei Ueshiba decía:
“Cuando tus ojos se encuentren con los de otra persona, salúdala con una sonrisa y te la devolverá. Esta es una de las técnicas esenciales del arte de la paz.”
Tal vez no haya sonrisas cuando se exige paz y justicia. Pero quienes están ahí, se miran y se reconocen. Saben que sus manos, su voz y su experiencia están construyendo una paz que nace desde abajo: una paz que surge de la vulnerabilidad compartida, de atreverse a mostrarse frágiles sin dejar de actuar. Una paz que no espera ser decretada. Una paz que ya está en movimiento.
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Profesora de Derecho en el Tecnológico de Monterrey,Campus Guadalajara.


