Manos Libres
Por Francisco Macías Medina / @pacommmedina (X) /@FranciscoMacias (TG)
En nuestro país circula desde hace décadas un efecto invernadero cuyo origen es la ausencia de canales de expresión libres de las cajas de eco provocadas por el partidismo o por sus dimensiones, sumado a la disminución de espacios colectivos donde antes la discusión pública se originaba, como en los medios de comunicación, las propias redes sociales, las universidades, organizaciones, espacios públicos e iglesias.
Hay un éxodo del debate público hacia la periferia y con altos niveles de auto censura por presiones familiares o institucionales.
Las únicas colectivas que resisten a esta dinámica son las feministas y las de familiares de personas desaparecidas, ya que sus exigencias actuales y conectadas con realidades concretas de una gran mayoría de la población que sobrevive a esa emergencia, crea una especie de inmunización porque el dolor carece de una apropiación política.
Con ese efecto, muchas de las protestas terminan en un intercambio de violencias, por un lado, aunque las causas anuncien la urgencia de promover necesidades para una vida digna, los espacios cerrados, las “narrativas”, la gran debilidad de afrontar los conflictos de forma proactiva y no reactiva, hacen que el vehículo de transmisión sea la violencia porque genera reacción, incluso en el reducido mundo de la agenda mediática institucional.
Por otro, desde las instituciones gubernamentales independientemente de la “etapa de transición”, se mira a las movilizaciones como espacios de disputa de agendas e intereses o como sujetos para control de daños, más que en la atención de las causas, por eso el rostro es el policial, que en el caso de Jalisco ha consolidado una experiencia de décadas de represión a la protesta social, donde incluye criminalización e infiltración para quienes protestan acompañado de propaganda en los medios de comunicación para finalmente pulverizar a los actores a través de control penal. Las causas persisten.
Con ese telón de fondo, nos encontramos ante una nueva ola de movilizaciones atribuida a la generación Z, caricaturizando sus representaciones, pero sin que subrayemos las posibles causas y condiciones para su expresión, sus múltiples identidades y por tanto de sus necesidades como una gran mayoría de la población que exige ser reconocida, no utilizada o subvaluada por los intereses del efecto invernadero.
Trabajar con las personas jóvenes es estar con ellas, ellos, elles y aprenderles a diario de su gran compromiso con la lucha por la diversidad, en contra de la violencia de las mujeres, sus vivencias coherentes con el medio ambiente y con todo lo sintiente, su lucha constante por ser.
La calle para ellos significa grito, acuerpamiento con quienes quieren y exigencia enérgica, es una oportunidad para mirarse en colectivo, donde muchas de las instituciones, partidos y discursos se encuentran ausentes y sus respuestas también.
Por eso, antes de ser utilizados como un medio para un nuevo campo de poder, es necesario abrir todos los espacios para juventudes que se encuentren fuera de la esfera de la confrontación para aprenderles y acompañar sus exigencias.
Obligadas a ello se encuentras las universidades, asociaciones, organizaciones e iglesias.
En diálogo intergeneracional identificar los caminos para ese “mundo posible” al cual aspiran y que nos toca construir, sin trasladar cargas de otras épocas y contagiándonos de su dinamismo y representaciones.
Son personas jóvenes globales, aprendamos de sus vivencias a su modo, donde lo virtual también vale para resignificar lo que es digno de ser movilizado y liberado.
Hoy las personas jóvenes exigen una democratización con debates de Discord, moderaciones y acciones, para lo cual la dura partidocracia y la convulsa sociedad no nos hemos preparado, necesitamos de su ayuda e ingenio.
