Perreo, electro y punk: la literatura más que institución es un acto de resistencia

#FIL2025

En el conversatorio Perreo, electro y punk en la literatura, realizado en la FIL 2025, Kiko Amat, Mónica Ojeda, Julián Herbert y Carlos Zanón reflexionaron sobre los vínculos entre música y escritura, la literatura como institución y su carácter de resistencia. 

Por Vanessa Briseño / @nevervb 

Como parte de las actividades del último fin de semana de la FIL 2025, Kiko Amat, Mónica Ojeda, Julián Herbert, Carlos Zanón presentaron el conversatorio “Perreo, electro y Punk, en la literatura”. Moderado por El Aletz, los escritores mantuvieron atento al público por poco más de una hora donde compartieron reflexiones alrededor de la literatura como institución y como acto de resistencia.

Para comenzar de la manera más original, Aletz presentó a la mesa de autores utilizando un beat con el que les introdujo utilizando el freestyle como recurso: Kiko, “el jefe”, Carlos “el track más pesado”, Julián “el vocalista” y Mónica “la pluma que vuela”. El salón estaba encantado, entre aplausos y gritos ovacionaron “la entrada más original que alguna vez haya existido”, esto en palabras de Mónica.

En un primer momento, se les cuestionó acerca de la relación de la música con la literatura, partiendo de prejuicios como “el punk destruye, el perreo sexualiza y el electro distorsiona”, preguntó Aletz. Ante esto, los autores coincidieron en que estos géneros musicales mantienen vínculos directos con la escritura, más allá de estos estigmas.

Kiko señaló que narrar implica representar movimientos y que la técnica solo importa cuando canaliza una energía específica: “la técnica es un tapete bordado”. Para él, ese impulso inicial conecta con la fuerza del punk, donde primero surge la urgencia y después los acordes.

Mónica habló de la musicalidad como origen y destino de su escritura, marcada por los ritmos que escuchaba en la narración oral de su abuelo y por la capacidad del sonido para provocar “mutaciones en el lenguaje”. Explicó que busca que la literatura genere ese mismo tránsito emocional: “de repente escuchas una canción y eso se te mete en el cuerpo”. Desde su perspectiva, la afinidad con géneros como el punk aparece en ese impulso primigenio que guía la elección del ritmo, la energía y las palabras.

Julián y Carlos concordaron en que la música funciona como un laboratorio narrativo. Julián señaló que escribir canciones le enseñó a condensar historias y a sostener un ritmo que dialoga con la literatura: “una canción es una gran escuela”. Además, defendió la mezcla de influencias como un gesto natural para quien domina su oficio.

Carlos agregó que la diferencia entre redactar y escribir es la música, y que lo literario depende de un ritmo interno capaz de interpelar: “si no hay música es el manual de instrucciones de una lavadora”. Ambos subrayaron que técnica y riesgo deben convivir para trasladar a la página la energía que les atrae de la música.

Consecuentemente, en la mesa, coincidieron en que la llamada “literatura seria” mantiene filtros clasistas que definen qué temas y voces merecen prestigio. Carlos señaló que ciertos sectores literarios se inquietan cuando autores fuera del canon comienzan a funcionar: “ellos deciden dónde está qué es lo que hacen y lo que no hacen”. Para él, la novela se nutre de la derrota y de experiencias que no suelen representar las élites, y por eso muchos escritores provienen de entornos donde esas tensiones son parte de la vida cotidiana.

Mónica planteó que el canon ha impuesto miradas verticales sobre comunidades y expresiones populares, pero que siempre ha existido una literatura que actúa como resistencia y propone otras formas de imaginar. Así como la música interpela emociones, la literatura tiene la misma capacidad para crear “reflejos” entre los lectores y las obras.

En ese sentido, expresó que considera que crear implica disputar los moldes heredados: “la creación literaria como espacio de resistencia”. Para ella, la literatura que se aleja de la hegemonía abre posibilidades frente a visiones culturales que pretenden fijar qué temas son válidos y cuáles no.

Igualmente, Kiko y Julián abordaron el clasismo como un mecanismo de exclusión que se activa cuando un autor escribe desde la rebeldía o desde un origen que el canon desprecia. Kiko apuntó que si vienes de una clase considerada “chusma”, ciertos críticos reaccionan con rechazo inmediato: “no les gusta que hables de nada de eso”.

Por su lado, Julián añadió que, más allá de las clases, existe también una brecha generacional que condiciona qué sensibilidades se legitiman. Propuso que la literatura conectada con la vida debe sostener un diálogo interclases e intergeneracional para evitar que la mirada dominante siga imponiendo sus límites.

Para finalizar, el panel compartió con la audiencia qué artistas o grupos han influenciado su trabajo como autores, pensando en esos momentos disruptivos que marcaron sus vidas desde muy temprana edad. Carlos recordó la primera vez que escuchó el álbum “Berlin” Lou Reed; Julián cuando miró las estrellas con John Lennon de fondo o cómo toma de inspiración a David Bowie, transformándose en un personaje nuevo para cada libro.

Mónica rememoró lo impactante que fue escuchar a PJ Harvey a sus 20 años, descubriendo el lado más narrativo de la música. Y Kiko mencionó cómo se mantiene “jóven” gracias a los nuevos artistas que conoce por medio de sus hijos, especialmente de trap y rap que catalogo como “lo que para mi era el hardcore de mi adolescencia”.

Comparte

Vanessa Briseno
Vanessa Briseno
Melómana por excelencia y apasionada de la lectura. Creo firmemente que el periodismo es una gran herramienta que te permite contar historias reales desde la verdad.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer