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La FIL Guadalajara 2025 celebró el conversatorio “Mil jóvenes con Cristina Rivera Garza”, donde la autora ganadora del Premio Pulitzer habló sobre el momento en que pudo decirse escritora por primera vez, su vínculo con los archivos como puerta crítica al pasado y su búsqueda de una relación ética con las voces que recupera.
Por Vanessa Briseño / @nevervb
Cristina Rivera Garza participó en el conversatorio “Mil jóvenes” en la edición 2025 de la FIL Guadalajara. Moderado por Mayra Gonzales, directora literaria de Alfaguara, el encuentro tuvo como objetivo escuchar reflexiones de la autora acerca de su trabajo literario en el género de no ficción, así como crear un espacio abierto para que las asistentes dialogaran con Cristina.
Para dar inicio, Cristina rememoró la primera vez que se asumió en voz alta como escritora, una hazaña que le tomó mucho tiempo lograr. En un inicio, la palabra la intimidaba y que, aun con libros publicados, evitaba nombrarse así. “Me impresionaba mucho”, dijo, y compartió que cuando le preguntaban por su profesión respondía: “Bueno, yo soy profesora”.
Comentó que cerca de 2006 – 2008, en un taller binacional de escritura entre Tijuana y San Diego. El grupo del proyecto debía cruzar la frontera diariamente, lo que despertó sospechas entre agentes migratorios que cuestionaban su presencia. Ante la insistencia, buscaban a la persona responsable del grupo: Cristina.
En ese momento, contó, asumió el papel que hasta entonces había evitado. Frente al oficial respondió: “Soy escritora”. Aseguró que lo dijo con énfasis y seguridad, lo suficiente para que les permitieran pasar. Señaló que resultó significativo que fuera precisamente en una frontera donde, por primera vez, pudo afirmar: “Sí, esto es lo que soy, esto es lo que hago, esto es mi pasión, a esto me dedico”.
Cristina, cuyo trabajo se basa en recurrir a información de archivo, relató a la audiencia que su entusiasmo por estos proviene de su formación en sociología e historia, disciplinas que la llevaron a trabajar con documentos y con la relación entre las sociedades y su memoria escrita. Rememoró que sus primeras búsquedas en el Archivo General de la Nación surgieron del deseo de entender la Ciudad de México durante la Revolución desde la mirada de la gente común, no desde los altos mandos militares.
Explicó que su acercamiento definitivo a los archivos ocurrió cuando conoció los expedientes liberados del manicomio de La Castañeda, en el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud. Ahí encontró materiales que mostraban “trazos de esa vida entre los más pobres de los pobres” y, entre ellos, descubrió el diario de la mujer que inspiró su libro “Nadie me verá llorar”. Señaló que desde entonces mantiene una conversación continua con esos documentos y con la escritura de Modesta Burgos, la propietaria de los diarios.
Igualmente, subrayó que el archivo ofrece una entrada crítica al pasado y un puente hacia el presente. Destacó que lo que más le interesa es lo que puede entretejerse a partir de esas huellas y rastros de “una vida cotidiana que sigue palpitando”, una memoria que no permanece fija en el pasado, sino que interpela el aquí y el ahora.
Así mismo, Cristina compartió que su relación con el género de ficción “es algo complicado”. Su relación con el género se tensó cuando advirtió que el modelo hegemónico del escritor -aquel que “crea todo desde su imaginación” y se siente con derecho a entrar en cualquier experiencia- no correspondía con su trabajo con documentos y voces reales. Indicó que necesitaba una relación “horizontal y ética” con las personas cuyas vidas aparecían en los archivos y afirmó que la ficción debía abrirse a esas preguntas para no caer en prácticas extractivistas.
La autora enfatizó que la imaginación no es abstracta ni soberana, sino una fuerza moldeada por la vida cotidiana y por las condiciones que atraviesan el cuerpo. Por eso enfatizó: “la imaginación es acuerpada, la imaginación es política”. Agregó que solo cuando la ficción acepta hacerse cuestionamientos éticos puede conciliarse con ella, incluso en sus obras de no ficción donde recurrió a la reconstrucción imaginada de escenas a partir de testimonios y documentos.
Cristina recordó también sus dudas iniciales al escribir Nadie me verá llorar, cuando se preguntó si tendría la capacidad de asumir la historia de Modesta Burgos. Destacó la pregunta que la acompañó desde entonces: “¿tendré yo en mí el espacio para albergar la vida compleja, extrema, dramática a veces, de una mujer como Modesta?”. Explicó que su desafío ha sido honrar esa experiencia sin traicionarla, sin “tener una relación extractivista”, y entendiendo que la ficción, cuando interviene, debe hacerlo desde la ética, el deseo y la responsabilidad.
En ese sentido, su vínculo con los archivos nace de una búsqueda intuitiva, comparable a reconocer algo que se estaba esperando, como cuando encontró el expediente que orientó su trabajo y, más tarde, el archivo personal de Liliana, su hermana e inspiración para su libro “El Invencible Verano de Liliana”. Compartió que elegir un archivo implica atender su singularidad, pero que la decisión central ocurre después, al determinar qué pasa al libro y qué debe quedar fuera.
Afirmó que esa selección es una decisión ética: hay datos que no aportan a la historia, que fomentan morbo o revictimización y que conviene excluir. Subrayó la necesidad de cuestionar la idea de que la ficción puede llegar a cualquier lugar y de aplicar límites claros, del mismo modo en que respetó los silencios y los “no” expresos dentro de las entrevistas y documentos. Enfatizó que el archivo también marca fronteras y que la tarea consiste en reconocer cuándo una puerta se cierra y mantenerse del otro lado con respeto y empatía.
En cuanto a sus personajes, comentó que los creados para sus primeros relatos surgieron como presencias que intentaban alcanzar algo que se escapaba, una búsqueda similar a la percepción fragmentaria de la realidad. Mencionó el caso de Xian, un personaje inicialmente lejano y casi inaprensible, que más tarde reapareció en Verde Shanghai. Subrayó que los personajes no se detienen cuando el libro concluye, porque los lectores los reactivan y generan preguntas que la obligan a seguir pensando en ellos.
Detalló que algunos personajes insisten, reaparecen y mutan con el tiempo: Xian volvió como protagonista décadas después, y otros se fragmentan, se desdoblan o se duplican. Rememoró que en distintos libros conviven voces falsas y verdaderas, gemelas, impostoras o contradictorias, y que esa cercanía “un poco perversa” impulsa a cuestionar qué existe realmente. Señaló que su literatura busca abrir esas fisuras para examinar múltiples ángulos de una misma experiencia.
Así, Cristina afirmó que ese entretejido de figuras y dobles apunta a interpelar el estatus de lo real y a explorar cómo una historia puede cambiar según la perspectiva. Explicó que la literatura permite compartir la desorientación del mundo y, al mismo tiempo, imaginar otras posibilidades. Aseguró que estos personajes acompañan su obra porque amplían la mirada y sostienen la pregunta central de su escritura: ¿qué es lo que verdaderamente existe cuando cada quien mira desde un ángulo distinto?


