“Seamos la voz contra la violencia”: presentación de un libro sobre prejuicios y sobrevivencia

#FIL2025

Como parte de las actividades de la Feria Internacional del Libro, se presentó el libro “Fuerza silenciosa: sombras de violencia doméstica y prejuicios en el lugar de trabajo” que abrió un espacio íntimo y necesario para hablar de violencia doméstica desde la voz de una sobreviviente. En su testimonio, Elia Mendoza desmantela estigmas, comparte el camino de la sanación y recuerda que romper el silencio también puede salvar vida.

Por Aletse Torres Flores / @aletse1799

La sala queda en completo silencio cuando Elia Mendoza pronuncia las palabras que cambian la atmósfera: “Sí, mi marido intentó matarme.” No es una metáfora, no es una exageración. Habla de la noche en que él perforó su brazo izquierdo con las uñas, de los días en que no sabía si alcanzaría para la leche de lxs niñxs o si tendría que huir sin mirar atrás.

Habla, también, de los años en los que la sanación no tenía espacio porque salir adelante era lo urgente, porque sobrevivir era la única rutina posible. Elia es una mujer latina en Estados Unidos. Y, aunque la geografía cambia, la violencia opera con estructuras muy parecidas: estigmas culturales, religiosos y sociales que pesan sobre quienes intentan romper el ciclo. “Cuando dejé a esa persona no había tiempo para sanar.

Tenía que sacarlos adelante, y para mí no había tiempo”, recuerda. La sanación llegó muchos años después, en forma de un descubrimiento duro y luminoso: no basta con sobrevivir, hay que estar bien para poder cuidar de una misma y de quienes dependen de ti.

En su relato insiste en algo que ha aprendido a fuerza de experiencia: ser sobreviviente de violencia doméstica implica muchas cosas, pero ninguna de ellas debería reducirse a la palabra “víctima”.

El estigma, ese que dicta cómo debe comportarse una madre soltera, ese que cuestiona su capacidad o la obliga a demostrar su valor el doble, persiste. “Uno sana y todo eso se convierte en fortaleza”, dice, aunque esa palabra, fortaleza, haya tardado años en significar algo distinto al silencio.

Y es que la autora explica que durante mucho tiempo el silencio fue su escudo. La capa que la protegía de las preguntas, de las miradas, de la incomodidad.

 “No afronté lo que había pasado. Prefería no confesar. El silencio me protegió todos esos años”, admite.

Pero llega un punto en el que sanar implica hablar, aunque duela; recordar, aunque queme. De allí nació Fuerza silenciosa, su testimonio y su manera de asegurarse de que otra persona, quizá alguien en su misma situación, encuentre en ese relato una salida antes de que la violencia la destruya.

Salir no es fácil. La dependencia emocional vuelve, las presiones sociales empujan al perdón, al regreso, a la reconciliación forzada. “Yo regresé dos veces”, cuenta. Y cada retorno alimenta un ciclo ya conocido: cuando el agresor percibe que ella no tiene redes de apoyo, la violencia se intensifica.

Además, vivir en un área remota implica otro obstáculo: recursos escasos, instituciones lejanas, estructuras que hacen de la violencia una parte cotidiana del entorno. “Es difícil acceder a los recursos. Se supone que son accesibles, pero en realidad hay que buscar y rascar”, dice.

Aun así, Elia encontró un impulso: sus hijxs. Su mayor red, su motor diario, la certeza de que romper el ciclo era indispensable. Y, en ese proceso, descubrió algo más: que transformar el dolor en propósito podía abrirle un camino inesperado. En el sector privado nunca la vieron como una persona con liderazgo, pero en el sector público encontró otros ojos, otros espacios, otras realidades. Allí entendió que su historia no era solo suya, que la violencia doméstica tiene miles de rostros y que cada uno de ellos merece ser escuchado.

Hoy, Elia impulsa conversatorios y talleres en los meses de enero y febrero, especialmente orientados a zonas rurales, donde la falta de acceso a educación preventiva sigue siendo crítica. Habla con madres, con jóvenes, con padres, con comunidades que normalmente no reciben formación sobre cómo

identificar, prevenir o actuar frente a la violencia doméstica. Sabe que el acompañamiento no puede limitarse a la denuncia: hace falta apoyo emocional, económico, legal, educativo. Hace falta una red que sostenga.

Para quienes observan desde afuera, la amiga, la vecina, la compañera de trabajo, Elia tiene un recordatorio: la forma de ayudar no empieza preguntando por qué no se va.

 “Es reconocer que eres valiosa, que tu fuerza sigue ahí. Ofrecer recursos, información, acompañamiento. Decir: si necesitas ayuda, aquí hay un lugar. Estoy contigo.”

Es, sobre todo, entender que la sanación comienza antes que la resistencia, que cuidarse a una misma es un acto político y urgente.

Fuerza silenciosa no es solo su historia. Es la historia de quienes han tenido que reconstruirse en silencio, de quienes aprendieron que sentirse “muy chiquititas” no les quita la potencia, que la fortaleza no es ausencia de miedo sino la persistencia de seguir.

Es el recordatorio de que sí, es difícil, pero también posible, dar ese brinco hacia una vida distinta. Y si algo deja claro su testimonio es que las sobrevivientes no nacen: se hacen.

A fuerza de dolor, de duda, de pérdidas, pero también de una enorme capacidad de empuje. “Fortaleza”, concluye Elia, “es la definición de todxs lxs sobrevivientes.”

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Aletse Torres
Aletse Torres
Vivo de café, amo los gatos, no creo en las etiquetas. Desde niña quise ser periodista por Spiderman, me invento unas fotos, cubro cualquier tema con pasión, respeto y verdad.

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